La valenciana María Eugenia Lloris, perteneciente a la Fraternidad Verbum Dei, misionera desde hace más de 25 años en Brasil, y en la Amazonía desde 2011, ha agradecido la ayuda recibida de la Fundación Ad Gentes del Arzobispado de Valencia para un proyecto de desarrollo y evangelización en comunidades indígenas, “poblados muy alejados con difícil acceso, donde ya no hay presencia misionera”.
❐ MªJOSÉ CERVERA | 09.03.2023
Actualmente y desde 2018, Eugenia Lloris vive en la triple frontera de Brasil, Perú y Bolivia. Integra el equipo itinerante de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), cuya misión es “salir al encuentro” de los pueblos indígenas y en constante itinerancia – “como hacía Jesús, de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad” -para ponerse al servicio de los demás, sobretodo de los más distantes- asegura.
En el proyecto llevado a cabo con la colaboración de la Fundación Ad Gentes, Eugenia Lloris -junto a otro misionero español Óscar González, de Menorca- han podido llegar a cinco comunidades repartidas por el Río Tapiche, donde no había presencia de la Iglesia católica desde hacía 17 años. Esta zona tuvo presencia de misioneros hasta 2006.
Al recorrer el río Tapiche, llegaron hasta las comunidades kapanawa más alejadas, Limon Cocha, y se quedaron un mes en la comunidad de Santa Elena, “a tres días de viaje de la ciudad de Requena (Perú)”. Este río, y esta región tiene sus desafíos. Tuvieron que sortear, por ejemplo, lo que ellos conocen como una “empalizada”, un tapón en el río, de cerca de un kilómetro en este caso, provocado por la acumulación de maderas y troncos que bajan por la corriente del agua. “Tuvimos que cortar las maderas con sierra y pasar una noche en el río, dentro de la embarcación”, explica la misionera.
En esta zona, su itinerancia consistió en acompañar un proyecto para la defensa y revitalización de la lengua del pueblo indígena “kapanawa” – visitando las comunidades de Limón Cocha y Fátima-. Aprovechando los recursos y el viaje, llevaron medicamentos y el botiquín comunitario del Vicariato, un proyecto que funciona desde hace tiempo.
Al llegar a Santa Elena, “los comunitarios nos solicitaron bautizos”. Y, después de recibir la autorización del Obispo, hicieron la formación de padres y padrinos, y realizaron más de 60 bautismos.
El equipo itinerante, “siempre ve la posibilidad de dar continuidad a los proyectos con las personas del lugar, para que continúen las ayudas en otros ríos, fundamentalmente, en el Rio Blanco, ayuda que continuará con el apoyo de Ad Gentes así como la capacitación y formación de agentes de salud”.
Hay semilla, pero no misioneros
“Nuestra presencia en las comunidades de Morales y Santa Elena fue a partir de la solicitud de la capilla y del coordinador que continúa reuniendo a la comunidad. Desde que llegamos, al vernos, nos preguntaron si habría bautismo ya que hacía muchos años que no se realizaban”, afirma.
Los misioneros ayudaron en la preparación de la fiesta del Señor de los Milagros, el rezo de un Rosario, hicieron las inscripciones para los bautizos, ofrecieron catequesis además de actividades para los niños y encuentros con jóvenes. “Hubo muy buena participación en las celebraciones, en un ambiente de silencio y respeto, lo cual nos sorprendió positivamente. Posteriormente, se convocó por megafonía para limpiar la iglesia y respondieron muy bien”, afirma.
“El objetivo era ponernos al servicio de lo que pudieran necesitar las comunidades. Observamos varios problemas: la falta de agua potable en Santa Elena y Morales; la ausencia de los profesores en sus puestos de trabajo; la falta de comunicación tanto telefónica, como de internet y el acceso de las emergencias a la posta de salud desde las comunidades más alejadas; la escasez de luz que hay en el distrito, apenas tres horas por día, y también las “palizadas” que dificultan los desplazamientos por el río. Hablamos con el alcalde, y a cada problema que planteábamos tenía su justificación, aduciendo que falta presupuesto y que no reciben ayudas”, explica la misionera.
Muchas comunidades son católicas
No obstante, “observamos que las comunidades son católicas y se percibe la marca de la evangelización y la memoria de los misioneros que allí estuvieron”.
Además, “los líderes y las personas que destacan en la comunidades, en la organización de las aldeas (caciques), en educación ( profesores), vienen de la Iglesia católica y, en general, todos recibieron formación de los misioneros que por allí estuvieron”, asegura.
Toda esta experiencia en el Vicariato, posibilitó “el fortalecimiento de la relación y trabajo en alianza de la Iglesia con las Federaciones indígenas y formar animadores para animar la comunidad en la fe”. “Para este trabajo pasamos 4 meses. Es posible dejar semillas importantes en las regiones más alejadas, aunque solo ofrezcamos unos meses”.
Conforme apunta María Eugenia Lloris, la evangelización y el anuncio, que estuvo presente en otras épocas, se fortaleció, y es importante continuar. “Esperamos que la semilla lanzada en estas tierras pueda dar fruto, y recogerlo a su tiempo, las próximas generaciones”.