El Mensaje de los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Española analiza la inmigración desde una perspectiva diferente, defendiendo la libertad de aquellos a los que las circunstancias les obligan a migrar, privándoles de toda su vida conocida, y que pueden ser víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos. Los obispos españoles reivindican: ‘Libres de elegir si migrar o quedarse’.
❐ AMPARO CASTELLANO | 21.09.23
La Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado aborda este año las causas del aumento de los flujos migratorios en todo el mundo. Pone el foco sobre las condiciones necesarias que posibiliten a las personas ejercer en libertad su derecho a migrar o quedarse en sus países de origen. Por eso, nos coloca en la necesidad de promover el derecho a no migrar.
Así, se nos invita a acoger esta realidad, orar y reflexionar sobre ella desde los ojos misericordiosos de Dios. El papa Francisco en su mensaje para esta Jornada señala que «entre las causas más visibles de las migraciones forzadas con- temporáneas se encuentran las persecuciones, las guerras, los fenómenos atmosféricos y la miseria. Los migrantes escapan debido a la pobreza, al miedo, a la desesperación». En verdad el planeta está debilitado por la excesiva explotación de sus recursos y desgastado por decenios de contaminación, la desigualdad crece al ritmo de la acumulación de riqueza en manos de una minoría en todos los países. Como Iglesia, nos duelen estas heridas que afectan a tantas personas y hermanos nuestros y nos preguntamos qué estamos haciendo o qué debemos dejar de hacer para globalizar la corresponsabilidad que garantice un desarrollo humano integral y sostenible para las próximas generaciones en todo el planeta.
En sintonía con la reflexión del papa Francisco y sus antecesores, consideramos algunas aportaciones constructivas aprendidas del caminar de la Iglesia universal junto a los desplazados, migrantes y refugiados.
Víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos
En primer lugar, si las personas han de ser libres para elegir si migrar o quedarse en su tierra, es necesario garantizar condiciones de bienestar en las zonas de origen de los flujos migratorios. Tanto allí como aquí, los agentes sociales deberían realizar un mayor esfuerzo para poner fin a las injusticias económicas. La competitividad y la ley del más fuerte, que a menudo llevan a privar a los países más desfavorecidos de los recursos necesarios para su desarrollo, deberían dar paso a las ayudas económicas y a la condonación de las deudas, así como a la reducción de las sanciones internacionales que dificultan que los Estados brinden el apoyo adecuado a sus poblaciones. El papa Francisco habla del problema en el origen: “Está claro que la tarea principal corresponde a los países de origen y a sus gobernantes, llamados a ejercitar la buena política, transparente, honesta, con amplitud de miras y al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables. Sin embargo, aquellos han de estar en condiciones de realizar tal cosa sin ser despojados de los propios recursos naturales y humanos, y sin injerencias externas dirigidas a favorecer los intereses de unos pocos. Y allí donde las circunstancias permitan elegir si migrar o quedarse, también habrá de garantizarse que esa decisión sea informada y ponderada, para evitar que tantos hombres, mujeres y niños sean víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos”.
Pero allí donde las circunstancias permitan elegir si migrar o quedarse, también se ha de garantizar que esa decisión sea informada y ponderada, para evitar que tantos hombres, mujeres y niños sean víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos.
En esta línea, el Departamento de Migraciones trabaja en un proyecto internacional junto a las diócesis concernidas por la ruta atlántica en África y Europa para promover una Guía de hospitalidad internacional y campañas de información en los países de origen o de tránsito.
Como dice el Papa Francisco «mientras trabajamos para que toda migración sea fruto de una decisión libre, estamos llamados a tener el máximo respeto por la dignidad de cada migrante; y esto significa acompañar y gobernar los flujos del mejor modo posible, construyendo puentes y no muros, ampliando los canales para una migración segura y regular».
En muchas parroquias, vida consagrada y otros espacios eclesiales vamos conformando transversalmente un «nosotros» integrador que promueve «comunidades acogedoras y misioneras» donde crecer en la experiencia de Dios, en comunión y en participación. Para los católicos, cada migrante es «otro Cristo» porque el Señor Jesús se ha identificado con ellos (Mt 25). En esta línea estamos alentando en cada diócesis, la constitución de Mesas de Migraciones que coordinen y promuevan esta acogida, promoción integral e inclusión pastoral y social.
Se ha propuesto a las diócesis los Corredores de Hospitalidad para promover la espiritualidad y la cultura de la hospitalidad, el patrocinio comunitario y la solidaridad interdiocesana. Este es un proyecto que debiera interpelar a las diferentes Administraciones públicas del Estado a implicarse en una solidaridad entre territorios que permita el tránsito voluntario y el acompañamiento de jóvenes extutelados y otros colectivos vulnerables desde Canarias a la Península o hacia otros países.
Conectando con otros desafíos de nuestro país, hemos descubierto las oportunidades del mundo rural, queremos contribuir a cuidarlo favoreciendo la revitalización de los pueblos y sus parroquias. La Mesa del Mundo Rural se ofrece para contribuir al arraigo de familias migradas y al futuro de los pueblos y del campo. Fomenta la creatividad y el trabajo en red a favor de una repoblación sostenible.
La experiencia de estos últimos años constata la diversidad cultural que configura un nuevo rostro del pueblo de Dios y de la sociedad. En España, esto nos hace decir que los migrantes son condición de futuro de nuestra Iglesia. Y también para esta sociedad que esperamos no se conforme con el invierno demográfico ni se deje contaminar por actitudes o comportamientos racistas a nivel individual o estructural. Siempre diremos no al racismo. Hemos de cultivar una espiritualidad de la hospitalidad y seguir dando a conocer la Doctrina Social de la Iglesia.
En coherencia con ese magisterio social, la Iglesia aboga por políticas, leyes y buenas prácticas a nivel europeo y nacional. Consideramos que es preciso un nuevo modo de abordar las migraciones, ordenando los flujos migratorios, garantizando todos los derechos desde los países de origen, tránsito, en las fronteras, en el mar y en todo el territorio nacional. Cuando sea preciso activarlos, insistimos en el valor de los «corredores humanitarios». La mejor manera de luchar contra las mafias es una migración ordenada.
En todo caso, dice el Papa Francisco, «dondequiera que las personas decidan construir su futuro, en el país donde se ha nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera».
Damos gracias a Dios por cuanto está ya en marcha en nuestra Iglesia. El Espíritu Santo va despertando corazones y estructuras que alumbran un nuevo momento, en que la migración forma parte de la manera de acoger la realidad a la que, como misión, el Señor nos convoca.
El camino sinodal que, como Iglesia, hemos emprendido, nos lleva a ver a las personas más vulnerables —y entre ellas a muchos migrantes y refugiados— como unos compañeros de viaje especiales, que hemos de amar y cuidar como hermanos y hermanas. Solo caminando juntos podremos ir lejos y alcanzar la meta común de nuestro viaje.