EVA ALCAYDE | 15.04.2021
La pandemia, con la que llevamos más de un año entero peleando, nos ha dejado imágenes horribles para el recuerdo. Las llamadas colas del hambre son una de ellas.
Hoy hemos querido acercarnos a algunos de esos puntos donde se entregan alimentos para aliviar la necesidad, a veces angustiosa, que padecen algunas personas. El apuro, la pobreza y la escasez y siempre han estado ahí, pero la pandemia sanitaria y sus consecuencias quizás las han agudizado.
Nos marchamos a la calle Cirilo Amorós de Valencia, situada en pleno centro y en una de las zonas más chics y elegantes de la ciudad. Muy cerquita del modernista Mercado de Colón, está la Iglesia de San José y el convento de los capuchinos. Allí la Asociación Amigos de San Antonio continua con el legado que dejó el querido Fray Conrado, fallecido hace ya 5 años.
Hoy es martes y como todos los martes primeros de mes, la asociación reparte alimentos a unas 200 personas. Un rato antes de las 15:00 horas ya se acercan personas necesitadas con sus carros de la compra. Sin armar mucho lio, se van poniendo unos detrás de otros. Muchos se conocen y se saludan.
Pili ha sido de las primeras en llegar y también en ser atendida. Feli Martínez, la voluntaria que está en la puerta le saluda y le pregunta cómo está, mientras otros voluntarios van llenando su carro. Primero una sandía y una bolsa grande de patatas, que es lo que más pesa, en el fondo del carro. Luego una bolsa que contiene pollo, lomo y varios arreglos de carne. Después, un par de litros de leche, aceite, legumbres, zumo, yogures.. y el carro ya está prácticamente lleno. Los voluntarios llenan también una bolsa grande de plástico reutilizable, de esas de los supermercados. Botes de piña y otros alimentos no perecederos. Hoy, por ejemplo, han traído polvorones, aunque ya no sea Navidad. También les dan algo de pan. “Si ves que se pone algo duro haz torrijas que están muy buenas”, le aconseja Feli.
Pili le da las gracias, le promete que las hará, y se aparta para dejar su sitio al de atrás. Ella tiene 52 años y es soltera. Ha vivido siempre con sus padres hasta que estos fallecieron y se mantiene gracias a la pensión que le ha quedado. “Yo me administro la comida para que me dure, pero a veces tengo que pedir a mis hermanas”, explica.
Cinco bocas que alimentar
Un poco más atrás, en la cola, está Raquel que vive en el Cabanyal, tiene 38 años y cinco bocas que alimentar. Esta sola con sus hijos de 16, 15, 14, 10 y 9 años y su exmarido no puede pasarle la pensión que estipula la sentencia.
Ella es auxiliar de enfermería y trabaja haciendo sustituciones. Normalmente va enlazando contratos, pero desde hace 3 meses está en paro. “Se que me saldrán más cosas, porque sigo enviando currículums, pero ahora voy muy justa y la semana que vengo aquí la paso más tranquila”, dice Raquel, que en lugar de carro de la compra empuja una sillita infantil. “Me dan muchos yogures, carne y cosas para los niños y eso me desahoga mucho”, asegura.
En la cola hay personas de todas las edades, como Ainoa y Álex, dos adolescentes de 15 años. Son primos y viven en la misma casa, junto a otros familiares. Normalmente acude a recoger los alimentos Julián, el padre de Ainoa y el tío de Álex, pero hoy tiene una cita médica y ha mandado a los chavales.
Han sido de los últimos, pues llegan caminando desde la Avenida de la Plata, y están deseando marcharse. “Como pase alguien por aquí y nos vea…” dice Ainoa. A Álex, eso parece no importarle demasiado, pero cuando le pedimos que imagine que en la acera de enfrente está la puerta de su instituto, entonces la cosa cambia: “Ah no, entonces no vendría, me daría mucha vergüenza”.
Los dos chavales se quedan hablando de lo que repartirán hoy porque “ya es la hora de merendar y tenemos hambre”, dice Álex.
20 años de reparto
Este reparto de alimentos lleva haciéndose desde hace más de 20 años, aunque en los últimos tiempos la Asociación Amigos de San Antonio ha notado más peticiones y mucha más gente española.
Hay personas que esperan a que se acabe la cola para pedir alimentos. No están en los listados de la asociación, ni tienen cartilla, ni un número asignado –la entrega de papeles se hace una vez al año, en noviembre- pero igualmente necesitan ayuda para comer. Como Rosa que tiene 70 años y dos hijos solteros de cuarenta y tantos viviendo con ella. “Somos muchos los que esperamos a que termine la cola para que nos den lo que quede. Yo ya he llegado al límite”, dice Rosa mientras nos enseña los papeles de su pensión que asciende a un total de 295,26 euros. Con eso no tiene para mucho y aún así no pierde su sentido del humor. “Me he quitado el colesterol andando”, dice riendo cuando nos cuenta que vive en Mislata.
“La situación está muy delicada”, confirma Fernando Sánchez, el presidente de la asociación, que asegura que permanecen fieles al espíritu de su fundador de “no negarle la comida a nadie”. “Ha venido gente que jamás ha tenido que depender de ayudas, pero no se tienen que avergonzar sino solucionar su situación”, indica Sánchez, que recuerda que fray Conrado les llamaba “los vergonzantes”, pero también decía que “los que tienen las necesidades más grandes no son las personas que están en las colas, sino los que se quedan de puertas para adentro de su casas y no piden ayuda”.