“Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”. Así canta la Santa Iglesia en este inicio del Adviento, así nos disponemos, en esta tarde, para dar gracias a Dios por el ministerio episcopal de nuestro Cardenal D. Antonio Cañizares Llovera, que durante los últimos años nos ha guiado, en nombre de Cristo, Buen Pastor, en el caminar eclesial de nuestra Archidiócesis. En verdad, “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sal. 132).
Unidos en la Eucaristía, damos gracias a Dios quien, en su amorosa providencia, puso al frente de su familia a D. Antonio, servidor de la Verdad que hace libres: Jesucristo nuestro Señor y Salvador. Y celebramos esta Eucaristía, como tantas veces, en la Santa Iglesia Catedral donde ha realizado, de manera más visible, su misión episcopal como Sacerdote, Maestro de la fe y Guía del Pueblo de Dios. Aquí ha consagrado el Santo Crisma, presidido la ordenación episcopal de D. Arturo, Obispo Auxiliar, un buen grupo de Presbíteros y Diáconos, celebrado los sacramentos de la Iniciación y, de forma particular, las grandes fiestas de la fe, especialmente el Domingo. Aquí también, como comunidad diocesana, hemos pedido al Señor que le ayudara en su misión episcopal. Por eso, en esta hora decimos, juntamente con nuestro Arzobispo, “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”, pues la gratitud es la melodía que acompaña siempre nuestra vida.
D. Antonio se ha mostrado como un pastor atento al Dios vivo y verdadero y, por eso, también a todo ser humano, a todo lo que le dignifica o le puede amenazar. Nada humano le ha sido ajeno, pero nada divino ha estado ausente de su mirada y de su preocupación pastoral. Como buen seguidor de Teresa de Ávila ha sabido hacer suya aquella su oración tan conocida: “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”. Es el testimonio y el magisterio de la Santa de Ávila quien ha iluminado de forma particular su trayectoria personal, haciendo propio aquel verso de la Santa, “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?”, y que D. Antonio ha fijado en su lema Episcopal “Fiat voluntas tua” (Hágase tu voluntad). Este hilo de oro ha ido tejiendo su vida en sus múltiples servicios eclesiales: presbítero y profesor, Obispo de Ávila, Arzobispo de Granada y después de Toledo, Cardenal y colaborador directo con el Santo Padre en el Gobierno de la Iglesia y, finalmente, Arzobispo metropolitano de Valencia. Hacer la voluntad de Dios ha sido su santo y seña y eso se ha concretado en su disponibilidad para afrontar las distintas situaciones que le ha correspondido vivir, con libertad para proclamar la Buena Nueva del Evangelio y mostrar que “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS n. 22). Y todo, secundando las huellas de tantos Pastores que le han precedido, especialmente Santo Tomás de Villanueva, que tanto ha marcado su pensar y actuar pastoral.
En este primer domingo de Adviento, estamos llamados a ponernos en pie, a despertar del sueño de nuestra mediocridad y descubrir que el Señor está cerca. Pidamos que avive en nosotros la esperanza en el cumplimiento de su promesa: que venga a nosotros tu Reino. Y, desde esta actitud de confianza y responsabilidad, salgamos al encuentro de Cristo acompañados de la buenas obras, entre las que está nuestra oración de gratitud e intercesión por nuestro Cardenal, D. Antonio, para que el Señor lo continúe bendiciendo e inspirando en su entrega a la Iglesia. Al tiempo que nos conceda pastores según su corazón, como signo de su amorosa cercanía, que continúen guiándonos por los caminos del Evangelio.
Y todo esto acompañados de la Virgen nuestra Madre, que en el Adviento muestra su realidad más profunda como Inmaculada, llena de gracia, Madre de Jesús y Madre nuestra, que veneramos de forma especialmente intensa en este año jubilar dedicado a esta advocación tan entrañable que “portem sempre en lo cor”: Madre de Déu dels Desamparats, Mare “dels bons valencians”.