Como relata el Evangelio Jesús nació en un pesebre en Belén porque no había sitio en la posada. Hoy muchos niños, por diferentes situaciones, necesitan una posada que les cobije. Una posada que es una familia que les acoja y les quiera durante un tiempo. Es el caso de las familias de acogida como la de Montse y Juli y sus tres hijos.
❐ CARLOS ALBIACH| 21.12.23
Desde hace 8 años la familia de Montse Porras y Juli Pasqual junto a sus tres hijos, Iván, Ángel y Carmen, son una familia que no para de crecer. Todo arrancó cuando la pequeña, Carmen, les planteó que le gustaría tener algún hermano pequeño. Precisamente en esa época conocieron a otro matrimonio con 10 hijos que habían acogido a un niño con síndrome de Down y “les marcó profundamente”, según relatan en un vídeo y un reportaje publicado en la página web del Opus Dei. Así, se convirtieron en familia de acogida y tras pasar un largo proceso de selección por la administración autonómica, acogen cada año a un bebé al que cuidan hasta que luego vuelve a su familia de origen o es dado en adopción.
Montse y Juli, que viven su fe en el Opus Dei y son de Paiporta, comenzaron esta aventura ofreciéndose a la Conselleria de Bienestar Social y después de dos años y pruebas psicológicas, los admitieron como familia de acogida. Desde entonces reciben, por el periodo de un año, bebés cuyas madres no los pueden cuidar porque están en la cárcel, o porque han sufrido maltrato, o bien consumen sustancias tóxicas, entre otros problemas.
Como explica uno de los hijos, Ángel, “al principio lo ves como un berenjenal enorme que no es necesario”. Sin embargo, tras esta experiencia no duda en afirmar que sus padres son un “ejemplo de generosidad que nos hace salir de nuestro egoísmo. Te hace ver que estamos aquí para ayudar a los demás, además de ser conscientes de las situaciones complicadas en las que se encuentran muchos bebés”.
Aunque Ángel habla de la generosidad de los padres es una misión de toda la familia. En estos años, en los que han acogido a ochos bebés, se han implicado en el cuidado de cada bebé como si fuera un hijo más, lo que conlleva las típicas dedicaciones: noches sin dormir, visitas al pediatra, etc. “Después de tanto tiempo, ya con mis hijos, mayores volver a estas labores me parecía un marronazo”, bromea Juli. Todo esto, como es lógico, conlleva sufrimientos. Un tiempo, que como señalan, han aprendido, como destaca San Josemaría “a ofrecer y disfrutar con las alegrías”. De hecho, Juli destaca que siguiendo las enseñanzas del santo yo cada vez digo “se ofrece y otra cosa”. Los sufrimientos, explican, se quedan en nada cuando con el paso del tiempo los niños mejoran y ves lo bueno que ha sido para ellos el calor de un hogar.
Para la madre de familia, Montse, su familia “es una familia que crece y todos una vez entran en casa para mi son mi familia, como si fueran mis hijos”. Es cierto, reconoce, que al principio da un poco de miedo pero cuando te llaman para decirte que llega otro niño “lo vives con la ilusión de un nuevo hijo”. “Lo que buscamos, como decía San Josemaría, es tener un hogar luminoso y alegre. La verdad es que dan luz a la casa”, añade. “A mis hijos les sirve para valorar lo que tienen, ya que que muchos niños no lo tienen, no tienen un hogar. Les ha enseñado a ver que toda acción tiene una consecuencia y la importancia de compartir”, explica. La fe también ha sido importante en este proceso y desde el principio, “están en manos de la Virgen y de Dios”, dice señalando una pulsera donde está la Virgen junto a los nombres de todos los hijos de esta gran familia.
Con el paso de las semanas experimentan cómo crece un tierno cariño por el bebé. Por eso, una vez se reintegran procuran mantenerse en contacto, sobre todo si son acogidos en adopción. Como reconoce Carmen la despedida siempre es difícil pero les queda el recuerdo de haber amado a un niño.
Su casa, como ocurrió en Belén, ha experimentado como el silencio se rompe con el llanto de un bebé, que es recibido en un hogar que da vida, amor y generosidad.