B.N. | 22-09-2017
La historia de un pueblo está marcada por hombres y mujeres que con sus hechos, ofrecen testimonio a sus coetáneos y a las generaciones venideras, como lo hizo nuestro primer mártir, San Vicente, cuyo nombre se ha extendido, urbi et orbi, dando nombre a pueblos, ciudades, cabos y templos en los cinco continentes. Este 22 de septiembre recordamos a aquellos 233 valencianos que, siglos después, recogieron su testigo muriendo por su fe y sus creencias durante la persecución de 1936.
La archidiócesis de Valencia celebrará este domingo, 22 de septiembre, la festividad litúrgica de los 233 mártires de la persecución religiosa de 1936 que fueron beatificados por el papa san Juan Pablo II en el año 2001, de los que 226 son valencianos.
Son personas con nombre y apellidos que ante las tesituras de las circunstancias dijeron que eran cristianos en tiempos difíciles. No murieron en campo de batalla, ni luchando, ni en bombardeos. Fueron asesinados por ser cristianos, por ser religiosos o por no quitar los crucifijos de sus casas. Sus nombres han sido elevados a los altares, como testimonio y como ejemplo de vida consecuente.
“Son muchos los puntos geográficos de la diócesis de Valencia relacionados con los “primeros beatos del tercer milenio”, como denominó el papa san Juan Pablo II a los beatificados en aquella solemne ceremonia. En casi todas las comarcas valencianas existe un lugar donde nació, vivió o murió alguno de los mártires beatificados entonces”, explica Ramón Fita, delegado diocesano para las Causas de los Santos.
El que fuera arzobispo de Valencia, el cardenal Agustín García-Gasco, en la homilía que pronunció en la Basílica de San Pedro en la misa de acción de gracias el día después de la beatificación de los mártires, citando unos versos del poeta inglés Thomas Eliot, dijo: “donde ha vivido un santo, donde un mártir ha derramado su sangre por Cristo, el suelo es santo y esa cualidad no la pierde nunca”.
“En efecto, determinados lugares de nuestra geografía regional tienen un atractivo, no sólo histórico y emotivo, sino también religioso”, indica el delegado diocesano para las Causas de los Santos.
Es cosa sabida que el territorio ocupado por la Archidiócesis de Valencia supera la demarcación provincial. Todo el norte de la provincia de Alicante pertenece a la diócesis de Valencia; las comarcas de Alcoy, Benisa, Cocentaina, Denia y Pego forman parte del territorio valentino. Igualmente, el territorio de la Sede Valentina era, no hace muchos años, mayor, pues el sur de la provincia de Castellón también pertenecía a Valencia.
El recuerdo de nuestros mártires es una herencia que no se debe perder y que se ha de transmitir como un perenne deber de gratitud, que suscita un renovado propósito de imitación.
En lo que respecta a la Archidiócesis de Valencia, después de las beatificaciones de 2001, se han instruido y presentado en Roma cinco causas que agrupan a 65 mártires: la de Ricardo Peludo Esteve y 35 compañeros, religiosos franciscanos, dos sacerdotes seculares y dos laicos; la causa de sor María Concepción Vila Hernández y III compañeras, tres religiosas Clarisas del Monasterio de la Puridad y San Jaime de Valencia, y otra religiosa Esclava de María Inmaculada; la causa de Vicente Queralt Lloret y 20 compañeros, que aglutina a 21 siervos de Dios de diversas procedencias, que, de una u otra forma, pertenecían a la “familia vicenciana”, es decir, a las obras de apostolado inspiradas en el carisma de San Vicente de Paúl: 7 eran religiosos Paúles, 2 eran religiosas Hijas de la Caridad, 5 eran sacerdotes diocesanos, y 7 eran laicos; la causa de Fidela Oller Angelats y II compañeras, religiosas de ‘San José de Gerona’ de la comunidad de Gandía; y la causa de Micaela Baldoví Trull y Natividad Medes Ferrís, religiosas del monasterio la Orden del Cister de Algemesí.
El próximo 21 de octubre tendrá lugar en la Sagrada Familia de Barcelona la beatificación de 109 mártires de la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María (Claretianos). Entre este numeroso grupo se hallan cuatro religiosos que formaban la comunidad de Valencia. Se trata de los padres Marceliano Alonso Santamaría, José Ignacio Gordón de la Serna, Tomás Galipienso Perlada y Luis Francés Toledano. Y ese mismo día será elevado a los altares el seminarista Antonio Cerdá Cantavella, natural de Xàtiva.
Asimismo, en la curia eclesiástica valentina se está instruyendo otra causa de 250 mártires. La encabeza el que fuera vicario general y deán de la Catedral don Miguel Payá Alonso de Medina. Incluye a 173 sacerdotes, 12 religiosos y religiosas, y, 65 laicos.
Como fueron muchos los cristianos que dieron su vida por Cristo y su Iglesia, son muchos los mártires, con nombres y apellidos, que han sido incluidos en los diferentes procesos de canonización, ya que se ha podido probar que aceptaron la muerte por Cristo.
Sin embargo alguno de los martirizados no podrá ser tomado en consideración, bien por falta de prueba, testifical o documental, bien por cualquier otro motivo. La experiencia aconseja mucha prudencia.
Los mártires valencianos, hoy
Carta del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares
En la Curia Eclesiástica de Valencia se instruyó, en los años 2004-2005, la causa de martirio formada por los siervos de Dios Vicente Queralt Lloret, y XX compañeros: 7 sacerdotes de la Congregación de la Misión, 5 sacerdotes diocesanos, 2 Hijas de la Caridad, y 7 laicos de la Asociación de la Medalla Milagrosa.
El pasado 2 de diciembre el Papa Francisco firmó el Decreto por el que la Iglesia reconoce el Martirio de dichos siervos de Dios, quienes serán beatificados el próximo 11 de noviembre en Madrid, junto con otros 39 mártires: sacerdotes y hermanos coadjutores de la Congregación de la Misión, así como 6 laicos de la Asociación de la Medalla Milagrosa. En aquella solemne ceremonia serán elevados a los altares 60 hombres y mujeres que dieron testimonio de su fidelidad a Cristo y a la Iglesia en la pavorosa persecución religiosa que se desató en España en la década de los años 30 del siglo XX.
El acontecimiento de la beatificación coincide felizmente con el 400 aniversario del comienzo del carisma vicenciano en la Iglesia. De todos es conocido cómo San Vicente de Paúl, a través de las experiencias vividas en Folleville y Châtillon, descubrió la necesidad de la misión y la caridad. Pues bien, el testimonio valiente de estos nuevos mártires es una llamada a la plenitud y a la santidad, no sólo a los que forman parte de la “familia vicenciana”, sino a toda la Iglesia.
La beatificación de estos Mártires es un don, una gracia y un ejemplo que nos anima a la fidelidad. “Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque Dios os va a dar una gran recompensa” (Mt 5, 11-12). Ellos con serenidad confesaron su fe en Jesucristo y con valentía defendieron los valores del Evangelio.
* * *
La Archidiócesis de Valencia ha sido bendecida por el martirio y posee un caudal abundante de mártires que son fuente inagotable de riqueza espiritual. La Iglesia Valentina nació, a principios del siglo IV, de la sangre del mártir diácono Vicente, por lo que es el primer patrono de la Ciudad de Valencia y el principal de esta Archidiócesis. Al primer período de la dominación musulmana pertenecen los tres hermanos Bernardo, María y Gracia. En pleno siglo XIII surgen el sacerdote Juan de Perusa y el hermano lego Pedro de Saxoferrato, enviados por san Francisco de Asís a España para predicar la palabra de Dios en nuestras tierras. Por este motivo fueron encarcelados por orden del rey moro de Valencia y degollados el 29 de agosto de 1231. La insigne figura de San Pedro Pascual pertenece a la Valencia cristiana del siglo XIII. Preconizado obispo de Jaén fue hecho prisionero por los moros de Granada y decapitado el 6 de diciembre de 1300. A finales del siglo XIV residieron en el austero convento franciscano de Chelva Juan de Cetina y Pedro de Dueñas. En 1397 marcharon al reino de Granada donde fueron encarcelados y después de haberlos torturado, decapitados el 19 de mayo de aquel mismo año.
Y, cómo no, debo hablaros del franciscano Francisco Gálvez Iranzo, sacerdote, nacido en Utiel, y formado en la escuela de espiritualidad franciscana del convento de San Juan de la Ribera de Valencia a principios del siglo XVII, fue destinado a las misiones en las Islas Filipinas; de allí pasó en 1612 a Japón. Se dedicó a los estudios hagiográficos, publicando vidas de santos traducidas al japonés y el 4 de diciembre de 1632 fue quemado vivo en la ciudad japonesa de Edo, junto con otros 205 misioneros y japoneses, convertidos al cristianismo.
La ciudad de Xàtiva es célebre, además de por su antigüedad e historia, por sus mártires. Del siglo XVIII es el dominico Jacinto María Castañeda que en 1761 fue destinado a las Islas Filipinas; en 1765 marchó a las misiones de China, aprendió la lengua y comenzó su labor evangelizadora. Posteriormente pasó a Vietnam donde continuó su ministerio, hasta que hecho prisionero junto con otro religioso de su orden, fue degollado el 7 de noviembre de 1773. Fue canonizado por san Juan Pablo II en 1988. Este mismo Papa beatificó, el 25 de octubre de 1992, a los religiosos claretianos José Blasco Juan y a Eduardo Ripoll Diego, ambos de Xàtiva. Pero, además, el 21 de octubre de 2017 será elevado a los altares el seminarista Antonio Cerdá Cantavella, natural de esta misma ciudad, que murió en Lérida el 26 de julio de 1936.
Nuestra Iglesia recuerda el 10 de julio a dos franciscanos del siglo XIX, víctimas de la persecución religiosa desencadenada en Damasco en 1860. El primero de ellos es el sacerdote Carmelo Bolta Bañuls, nacido en Real de Gandía en 1803, y el segundo, el lego Francisco Pinazo Peñalver, nacido en Alpuente en 1802. Los dos son considerados hijos ilustres de sus respectivas comarcas, donde se mantienen vivos su recuerdo y devoción.
Pero el número mayor de mártires lo ha dado nuestra Archidiócesis en el siglo XX. Efectivamente, son los de la persecución religiosa republicana de los años 1936 al 1939. San Juan Pablo II beatificó el 25 de octubre de 1992 al claretiano José Amorós Hernández, de la Pobla Llarga; y a dos Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios: Juan (Miguel) Carrasquer Fos, de Sueca y Antonio Sanchis Silvestre de Vilamarxant. Este mismo Papa beatificó el 1 de octubre de 1995 a dos religiosos de las Escuelas Pías: José Ferrer Esteve, de Algemesí y a Carlos Navarro Miquel, de Torrent. Asimismo elevó a los altares a 17 religiosas de la Doctrina Cristiana, hondamente relacionadas con Mislata, encabezadas por la madre Francisca Lloret Martí. Igualmente ese mismo día beatificó al empresario seglar de Manises, Vicente Vilar David.
Y en el clima espiritual que se creó con motivo del Gran Jubileo del 2000, el Papa Grande quiso elevar a los altares el 11 de marzo de 2001 a 223 mártires españoles del siglo XX. Aquella beatificación fue la primera del Tercer Milenio y se quiso poner de relieve los distintos carismas eclesiales, mostrando así la plena compenetración entre el clero secular, los religiosos, las religiosas y los laicos que derramaron su sangre por un ideal común. El Papa lo expresó con estas palabras: “José Aparicio Sanz y sus compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado, eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos, asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia”. Bien por su nacimiento, por su labor pastoral, o por haber recibido aquí la palma de martirio, la mayor parte de estos mártires están vinculados a nuestra Archidiócesis.
Y después de aquella numerosa beatificación, siguieron otras. La que tuvo lugar el 28 de octubre de 2007 en la plaza de San Pedro en Roma presidida por el Cardenal José Saraiva Martíns. En aquella ceremonia fueron elevados a los altares 498 mártires. Entre ellos señalamos al agustino Enrique Serra Chorro, de Alcira; los salesianos Andrés Gómez Sáez, de Bicorp y José Villanova Tormo natural de Turís; a la religiosa dominica de la Anunciata Adelfa Soro Bó, de Villanueva de Castellón; y al sacerdote diocesano Ricardo Pla Espí, natural de Agullent.
Otra numerosa beatificación de 522 mártires tuvo lugar en Tarragona el 13 de octubre de 2013. La ceremonia estuvo presidida por el cardenal Ángel Amato. En aquella grandiosa celebración fueron beatificados los 11 religiosos Hermanos de San Juan de Dios que atendían el Asilo-Hospital de la Malvarrosa. Ese mismo día subieron a los altares 12 Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul encabezadas por Josefa Martínez Pérez, de Alberique. Debemos señalar los nombres de los valencianos que fueron beatificados ese día: El hermano de las Escuelas Cristianas, Alberto Linares de la Pita, de Cheste; Dolores Broseta Bonet, laica, de Bétera; José Aloy Doménech, Hermano de S. Juan de Dios, también de Bétera; el capuchino Ignacio Caselles García, de Gata de Gorgos; y el laico Orionista, Antonio Arrúe Peiró, de Benaguacil.
La Catedral de Girona fue el escenario de la ceremonia de beatificación de tres religiosas del Instituto de San José de Gerona: Fidela Oller Angelats, Josefa Monrabal Montaner y Facunda Margenat Roura. La solemne ceremonia tuvo lugar el día 5 de septiembre de 2015 presidida por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos cardenal Angelo Amato. Sor Fidela y sor Josefa fueron martirizadas en Gandía.
Y el día 3 de octubre de 2015, en la Catedral de Santander, fueron elevados a los altares cuatro mártires nacidos en nuestra diócesis: tres eran de Algemesí: Micaela Baldoví Trull, Natividad Medes Ferris y el padre Juan Bautista Ferris Llopis. El cuarto era el padre Vicente Pastor Garrido, natural de Valencia, que recibió las aguas bautismales en la antigua Colegiata de San Bartolomé. Las dos religiosas pertenecían a la orden del Cister. Los dos religiosos formaban parte de la comunidad del monasterio cántabro de Viaceli, en Cóbreces.
Y próximamente, el día 21 de octubre de 2017, tendrá lugar en la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona la beatificación de 109 mártires de la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María (Claretianos). Entre este numeroso grupo se hallan cuatro religiosos que formaban la comunidad de Valencia. Se trata de los padres Marceliano Alonso Santamaría, José Ignacio Gordón de la Serna, Tomás Galipienso Perlada y Luis Francés Toledano. Y ese mismo día será elevado a los altares el seminarista Antonio Cerdá Cantavella, natural de Xàtiva.
* * *
Desde hace muchos años nuestra Diócesis ha trabajado los procesos de sus mártires, y lo continúa haciendo. Se han recogido los testimonios y la documentación necesaria relacionada con esos “soldados desconocidos de la gran causa de Dios”. En la medida de lo posible no queremos que se pierdan ni se malinterpreten los testimonios de quienes padecieron por la Fe. Porque los sistemas ideológicos y políticos pasan y el sacrifico de quienes murieron por Cristo permanece y es semilla de nuevos creyentes. Desde los primeros siglos la Iglesia ha considerado el martirio como el título mayor que puede alcanzar un cristiano y el Papa Francisco nos anima a invocar a los mártires de la fe, y a que se les rinda homenaje por su fidelidad a Cristo.
Pues bien, un signo evidente de la vitalidad de nuestra Iglesia que camina siguiendo a Cristo en Valencia son los 319 mártires que han sido elevados a los altares, o que próximamente lo serán. Desde San Vicente Mártir hasta Rafael Lluch Garín.
Y, ¿quién es Rafael Lluch Garín? Es un joven de 19 años nacido en Valencia y bautizado en la parroquia de San Juan y San Vicente. Rafael perteneció a la agrupación ADELJO fundada por los jesuitas para sus alumnos. Estuvo vinculado también a la Casa de los Obreros de San Vicente Ferrer, institución que se ocupó por la mejora profesional de los obreros, y formó parte de la Asociación juvenil de la Medalla Milagrosa. La causa de su martirio fue defender una imagen de la Virgen María que estaba colocada en la rebotica de la farmacia de Picassent, y que los perseguidores querían profanar en su presencia. Sufrió martirio en el término de Silla (Valencia) el 15 de octubre de 1936.
¡Que el recuerdo bendito de nuestros mártires aleje para siempre de entre nosotros cualquier forma de violencia, odio y resentimiento! Que todos, y especialmente los jóvenes, puedan experimentar la bendición de la paz en libertad: ¡Paz siempre, paz con todos y para todos!