L.B. | 29-12-20
Cientos de jóvenes por el antiguo cauce del río. M.GUALLART
El viejo cauce del río Turia, las calles del centro de la ciudad de Valencia, los aledaños de las parroquias acogedoras de peregrinos de la propia capital y de poblaciones cercanas… Mil rincones de la diócesis valentina han sido inundadas esta semana por ese agua fresca y alegre de los peregrinos llegados de toda Europa y de países de otros continentes para participar en el encuentro internacional organizado por la comunidad ecuménica de Taizé.
Todos ellos dejarán en la memoria de la Iglesia valentina (y en las de ellos mismos), ese testimonio tan necesario hoy en día, en un mundo lacerado por múltiples divisiones, de unidad en la diversidad.
El centro de Valencia estaba plagado de jóvenes. Las plazas de la Reina y de la Virgen, así como las calles que comunican con el río y también el antiguo cauce del Turia eran un continuo ir y venir de jóvenes entre los que se podía oír hablar cualquier idioma. Eran los participantes en el encuentro europeo de Taizé que desde todo el mundo habían llegado ese mismo día a la ciudad.
Mirando sus planos, preguntando y siguiendo a los que, sin duda, iban al mismo lugar, los chicos se dirigían hacia la Catedral, la iglesia de Santa Catalina y las dos carpas gigantes instaladas en el río, en las que iba a tener lugar simultáneamente el primer encuentro de oración el lunes 28 de diciembre por la tarde.
Cerca de cuatro mil jóvenes participaron en la oración en la Catedral, sentados en el suelo, al haber sido retirados los bancos. El cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, acompañado de su obispo auxiliar, monseñor Esteban Escudero, asistió a esta oración junto con monjes de la comunidad ecuménica de Taizé.
En las carpas
Un monumento emblemático de la ciudad, las Torres de Serranos, a un lado, y la estrella de Navidad que adornaba el campanario de la vecina parroquia de Santa Mónica, al otro, parecían indicar a los cientos de chicos dónde se encontraba lacarpa B, en la que iba a intervenir el hermano Alois, prior de la Comunidad Ecuménica de Taizé.
El hermano Alois en una de las oraciones en las carpas. J. PEIRÓ
Conforme iban llegando, los chicos, algunos de ellos muy jóvenes, se iban sentando en el suelo sobre sus esterillas, dentro de las zonas previamente acotadas y respetando los pasillos. Los voluntarios indicaban por dónde debían dirigirse, entregaban los folletos con los cantos y oraciones, abrían nuevas zonas para sentarse cuando las otras ya estaban completas o pedían silencio con letreros en distintos idiomas.
La sala en penumbra, iluminada únicamente por unas luces indirectas y velas, hacía fijar la atención en un precioso mural de Valencia y de la Virgen de los Desamparados que recorría la pared posterior del altar, así como en el Nacimiento colocado a los pies del mismo, el icono de la Misericordia y la cruz que preside todas las oraciones de Taizé.
Allí, ante el altar, sobre una tarima y rodeados de jóvenes, los hermanos de Taizé siguieron la oración con su característico hábito blanco.
La oración comenzó con cantos y lecturas en distintos idiomas. Un coro de jóvenes y una pequeña orquesta acompañaban los cantos y los momentos de reflexión. También el evangelio del hijo pródigo se leyó en distintos idiomas.
A continuación, hubo unos minutos de oración particular en los que se hizo un silencio total a pesar de que la carpa, con capacidad para 4.000 personas, estaba prácticamente llena. Impresionaba ver a los jóvenes rezando, sentados o arrodillados, con los ojos cerrados o con la cabeza entre los brazos, pero todos respetando esos momentos de intimidad con el Señor.
“Necesitamos coraje”
En esta carpa se encontraba el hermano Alois, prior de la Comunidad Ecuménica quien agradeció, dirigiéndose en valenciano a las familias y parroquias de la archidiócesis de Valencia, la “calurosa bienvenida de vuestros corazones”.
En su intervención, que realizó rodeado de niños, el hermano Alois relató su viaje de estas Navidades a Beirut y a la ciudad siria de Homs, donde, según señaló, “cada uno de los que conocí, me decía ‘Rece por nosotros’”. También evocó cómo en la catedral greco católica de Homs, en ruinas, los feligreses celebraron la fiesta de Navidad, “donde el mensaje de paz de la Palabra de Dios era sentido tan intensamente”.
“En Navidad recordamos que Jesucristo vino como testigo de la infinita misericordia de Dios y le pedimos que nos muestre qué podemos hacer ante estos conflictos, cómo podemos contribuir sin demora para hacer posible que su paz brille”. A este respecto, aseguró que “la paz del mundo empieza en el corazón”. Y para transformar los corazones y hacer mujeres y hombres de paz, “necesitamos el coraje de la palabra de Dios, el coraje de su misericordia”.
Tras las palabras del hermano Alois, la oración concluyó con la adoración de la cruz. Después de ser llevada desde el altar hasta el pasillo central y colocada sobre el suelo, los jóvenes se arrodillaban a su alrededor y apoyando su cabeza sobre ella, hacían sus oraciones particulares, mientras otros iban abandonando la carpa.