21-09-2016
El cardenal presidió la eucaristía en la plaza de Carlet. M.GUALLART
Estamos celebrando el Año de la Misericordia, que convocó el Papa Francisco, y venimos a Carlet, como peregrinos de la misericordia, acompañando y venerando el Santo Cáliz de la Cena, el Cáliz de la Misericordia, porque en él y por él se expresa el supremo e irrevocable acto de misericordia que Jesucristo ofreció en favor nuestro, de todos los hombres para el perdón de los pecados y como redención y salvación que a todos se ofrece. Venimos a Carlet porque aquí se ocultó y guardó durante la persecución religiosa del pasado siglo este Santo Cáliz y se le preservó de su segura profanación y destrucción. Venimos aquí porque gracias a la familia de D. Bernardo Trigo Alufre y su esposa DªAlicia Navasquillo Alcocer hoy nos gloriamos humilde y gozosamente por esta Sacratísima reliquia del gesto supremo de misericordia del Señor: damos infinitas gracias a Dios por ellos que expusieron sus vidas a la muerte con tal de custodiar el Santo Cáliz; gracias a ellos hoy tenemos para toda la Iglesia y para Valencia, particularmente, la más preciada reliquia del Santo Cáliz que Jesucristo tomó en sus santas y venerables manos y nos entregó su sangre redentora para la reconciliación de todos, anticipando lo que horas más tarde se consumaría en la pasión y cruz que sufrió por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados, también para el final de toda violencia y de toda lucha fratricida.
De nuevo el Santo Cáliz de la Misericordia vuelve a Carlet, precisamente cuando celebramos el Año de la Misericordia. El culto a la Misericordia divina no es una devoción secundaria, sino una dimensión que forma parte de la fe y de la oración del cristiano. La misericordia es también la forma de ser cristiano: «Sed misericordiosos, dice Jesús, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Esto mismo nos dice cuando celebramos la Eucaristía o tomamos el Cáliz de la Misericordia en la Santa Misa: «haced esto en memoria mía«: su sangre derramada por nosotros como bebida de salvación, en esa Sangre se nos da todo, se nos entrega toda la misericordia del Señor. Así, con esta conmemoración, los católicos de manera muy especial y viva, reconocemos, proclamamos y alabamos la misericordia de Dios, invocamos a Dios con toda sencillez y confianza de hijos necesitados como «Dios de misericordia infinita», que nos ha rescatado con la Sangre de su Hijo, y le damos gracias porque «es eterna su misericordia». Es necesario que a plena luz con todo lo que somos y con todos los medios de que dispongamos testifiquemos y anunciemos esto en tiempos como los nuestros en que siguen y agravan las tribulaciones, los sufrimientos y las pruebas, las heridas abiertas del Crucificado, pero en los que también sigue de manera irrevocable la esperanza de Jesús, vencedor de toda muerte y de toda destrucción humana. De momento nos toca sufrir un poco en pruebas diversas. ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy, cuánta necesidad de lo que entraña este Santo Cáliz del que rebosa la misericordia de Dios!.
En todos los continentes, desde lo profundo del sufrimiento humano, parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde dominan el odio y la sed de venganza, donde la guerra conduce al dolor y a la muerte de inocentes, donde el terrorismo, el narcotráfico,.. están segando tan injustamente vidas humanas, es necesaria la gracia de la misericordia que aplaque las mentes y los corazones, y haga brotar la paz. Donde falta el respeto por la vida y la dignidad del hombre es necesario el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el indecible valor de todo ser humano. Es necesaria la misericordia para asegurar que toda injusticia en el mundo encuentre su término en el esplendor de la verdad (San Juan Pablo II).
La Humanidad de hoy se ve acechada por «nuevos peligros» que acosan al origen y al fin de la vida, a través del aborto, de las «manipulaciones genéticas», la eutanasia, o el debilitamiento de la familia, o el poderoso narcotráfico, o el terrorismo infernal desatado por fuerzas que dicen blasfemamente actuar en nombre de Dios A menudo el hombre de hoy vive como si Dios no existiese, e incluso se pone a sí mismo en el lugar de Dios. Se arroga el derecho del Creador de interferir en el misterio de la vida humana. Quiere decidir, mediante manipulaciones, la vida del hombre, y determinar los límites de la muerte. Se observa una tendencia en la sociedad de hoy, con muchos medios a su alcance, que quiere eliminar la religión, en concreto el cristianismo, más aún, a Dios mismo, tanto de la vida pública como de la privada. El olvido de Dios, rico en misericordia, su desaparición del horizonte y universo de una cultura dominante que lo ignora o rechaza, es el peor mal que acecha a la humanidad de nuestro tiempo, su quiebra más profunda. Esta tendencia que pretende imponerse como cultura dominante, además, al rechazar las leyes divinas y los principios morales, atenta abiertamente contra la familia, que es donde está el futuro del hombre. De diversas formas trata de amordazar la voz de Dios en el corazón de los hombres; quiere hacer de Dios el gran ausente en la cultura y en la conciencia de los pueblos. Todo ello ha condicionado sobre todo al siglo XX, un siglo marcado de forma particular por el misterio de la iniquidad -ahí están los genocidios y los holocaustos, los totalitarismos e intransigencias empecinadas que siguen marcando la realidad del mundo en este nuevo siglo-. Estamos viviendo momentos complicados en el mundo, en nuestra sociedad. Con toda honestidad, y con una fe viva, es preciso reconocer que estamos necesitados de la misericordia de Dios para reemprender el camino con esperanza; estamos grandísimamente necesitados del testimonio y anuncio de Dios vivo y misericordioso; esta es la cuestión esencial y necesitamos, en tiempos de dispersión y quiebra, centrarnos en lo esencial: y lo esencial es la experiencia, testimonio, anuncio e invocación constante y confiada de Dios misericordioso, revelado en el rostro humano y con entrañas de misericordia de su Hijo venido en carne, crucificado y resucitado de entre los muertos, y entregado misericordiosamente en el Santo Cáliz de la Cena, de la Sangre derramada por nosotros para nuestra reconciliación. Esto es lo esencial. Para nosotros, en la situación que vivimos, para el mundo y para el hombre sólo existe una fuente de esperanza: la misericordia de Dios, que se ha manifestado tan grande al resucitar a su Hijo de entre los muertos y hacernos renacer por Él, resucitado de entre los muertos, a una esperanza viva e incorruptible. Hermanos, en este día, aquí en Carlet donde fue custodiado y salvado el Cáliz de la Cena, venerando la Sagrada Reliquia del Santo Cáliz de La Misericordia queremos repetir con fe, con la fe misma de los santos Apóstoles: » ¡Jesús confío en Tí!«, que eres la misericordia de Dios. «Por tu Sacratísima Sangre derramada en tu dolorosísima Pasión como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero, ten misericordia de nosotros y de todos los hombres«.
 Este es el gran anuncio de futuro para el mundo: De este anuncio, que expresa la confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particular necesidad en nuestro tiempo, en que el hombre experimenta el desconcierto ante las múltiples manifestaciones del mal. Es necesario que la invocación de la misericordia de Dios brote de lo profundo de los corazones llenos de sufrimiento, de inquietud y de incertidumbre, pero al mismo tiempo con una fuente inefable de esperanza dentro de ellos. El manantial de esa fuente es Cristo, el Hijo único del Padre, rico en misericordia. En el Santo Cáliz de la Cena se nos entrega ese manantial del que brota el agua viva, que no es otra que la sangre que quita el pecado del mundo. El Santo Cáliz, manifestación y plasmación de la misericordia divina, nos abre a la esperanza grande, nos alienta a ella, nos abre al futuro y señala caminos que nos conduzcan a él, porque el duelo que se trabó entre la vida y la muerte, se ha inclinado, de manera definitiva y sin vuelta atrás, del lado de la Vida, del lado del Amor, del lado de la misericordia de Dios. Ese duelo secular que acompaña toda la historia de la humanidad y de la Iglesia, que con tan fuerte intensidad se ha manifestado en los últimos cien años, desemboca en el triunfo del Señor de la Vida, el que es la revelación y la entrega del Amor misericordioso de Dios, cuya gloria es que el hombre viva, de Dios que ha resucitado a Jesucristo, de Jesucristo resucitado, cuyo signo y saludo, y envío y misión es la paz y la misericordia y el perdón. Que Dios, en su infinita misericordia, nos conceda a todos mantenernos vivos en esta confianza, que es nuestra victoria, y que demos testimonio valiente de esto, del Evangelio de la misericordia que se concentra y expresa en el Santo Cáliz de la Cena. Demos gracias a Dios porque aquí, en Carlet, con fe viva, valerosa y valientemente se «salvó» para todos el Cáliz de la salvación y del amor infinito que redime y salva. Esta custodia fue acompañada de diversos signos de Dios que muestran la autenticidad de esta Sacratísima Reliquia. Demos gracias a Dios e invoquemos su misericordia sobre Carlet, sobre nuestra Valencia y sobre España, sobre el mundo entero y toda la Iglesia. Y que vivamos de cuanto en él se significa y entraña y demos testimonio de la misericordia del Santo Cáliz.