Julio Tudela y Justo Aznar
Observatorio de Bioética. Universidad Católica de Valencia
Esta no es la primera ocasión en la que se anuncia la esperada gestación por parte de un “hombre”.
La reciente noticia aparecida en los medios de comunicación dando cuenta del primer “hombre-transexual” español que ha gestado y dado a luz a su hijo, “hije” según lo denomina su “padre” (madre biológica gestante), parece tender a la normalización de un supuesto “avance científico” por el que los hombres pueden finalmente gestar y dar a luz. Nos sorprende enormemente el silencio que ha acompañado a la publicación de la noticia, que nos mueve a tratar de clarificar algunos conceptos.
Tal como publican varios diarios y cadenas de televisión, “Rubén Castro, el hombre trans embarazado, da a luz a su “hije” Luar, y es el primer hombre embarazado que “da la cara”.
Pero esta no es la primera ocasión en la que se anuncia la esperada gestación por parte de un “hombre”. El primer hombre embarazado en la historia de la humanidad lo fue en 2008. Thomas Beatie, de 34 años, dio a luz a su hija en el Centro Médico St. Charles de Bend, en el estado de Oregón (EEUU). La mujer hawaiana Tracy Lagondino se sometió a tratamientos farmacológicos y cirugía de transición de género para transformarse en el varón transexual, Thomas Beatie, que mostró públicamente sus rasgos virilizantes junto a su vientre embarazado. Fue capaz de dar a luz porque tras las operaciones que se realizó cuando tenía 24 años para cambiarse de sexo, mantuvo la vagina, el útero y los órganos femeninos necesarios para procrear. Posteriormente pidió semen de un donante anónimo para poder concebir. La mujer de Thomas, Nancy Roberts, no puede tener hijos. Así que Thomas decidió conservar sus órganos sexuales. Y gracias a la técnica de la inseminación artificial, Thomas -antes Tracy- y Nancy son ahora padres.
Posteriormente, en 2012, otro “varón transexual” se convertiría en el primer británico en dar a luz. Aunque nació mujer, se sometió, como en el caso anterior, a tratamientos hormonales y quirúrgicos de transición hacia el género masculino, procediendo posteriormente a reactivar su fertilidad con nuevas terapias hormonales, esta vez feminizantes, dado que su útero no fue extirpado durante la intervención para convertirse en hombre.
En Argentina, un nuevo “hombre embarazado” dio a luz una niña, de nombre Génesis, en 2013. Según relató el diario ABC, “el padre es un hombre con cuerpo de mujer, pero registrado oficialmente como hombre tras su cambio de sexo. A pesar de haber rectificado su género, ambos conservaron los aparatos reproductores con los que nacieron”.
No resulta novedoso ni supone un “importante avance científico”, como se ha afirmado en algunos medios, que un cuerpo de sexo femenino, es decir, fisiológicamente una mujer, geste a su hijo.
La enorme complejidad biológica por la que una mujer puede gestar a sus hijos, que no “hijes”, y asegurar la supervivencia de su especie, ha sido alcanzada tras un largo y paulatino proceso evolutivo, que ha dotado a las hembras de las especies que han logrado la reproducción sexual de mecanismos genéticos, proteómicos, endocrinos, neurológicos, anatómicos y fisiológicos específicos, diferentes de los de los machos, que las hace capaces de gestar y parir a sus crías.
Un varón, es decir, un individuo de la especie humana con cromosomas sexuales XY, más de 6000 genes en su genoma que se expresan según su sexo y de manera distinta a como lo hacen en una mujer, anatomía y fisiología masculinas, no puede gestar ni ser madre. Tras los tratamientos de transición de género, tanto farmacológicos como quirúrgicos, puede modificarse parcialmente el fenotipo sexual, adoptando algunas características del sexo contrario, pero poco más. La programación genética que tenderá a desarrollar proteínas, procesos bioquímicos y estructuras ligadas a un determinado sexo, permanece inalterada durante la vida del individuo, a pesar de estos tratamientos.
La prueba inconfundible de que una gestante es del sexo femenino es precisamente su capacidad de gestar. Pero no la única: su impronta genética y todos los procesos que regula prevalecen durante su vida promoviendo el desarrollo de su naturaleza sexuada femenina, aunque se hayan realizado agresivas intervenciones dirigidas a modificar su apariencia para asimilarla a la del sexo contrario.
Los varones, biológicamente masculinos, desde su nacimiento hasta su muerte, no pueden gestar. Ni siquiera con complicadas intervenciones quirúrgicas que persiguieran dotarlos de estructuras anatómicas y regulación hormonal necesarias para la gestación, sería posible lograrlo hoy en día.
La noticia que nos ocupa, repetida hasta la saciedad, debería haberse formulado mejor como “una mujer, que se sometió a tratamientos de transición de género para adoptar la apariencia de un varón transexual, ha gestado a su hijo”. Sin duda, redactada así hubiera perdido todo su interés mediático, pero contribuiría mucho mejor a mostrar la realidad, respetado la evidencia científica y, por tanto, ofreciendo información veraz al lector, requisito imprescindible para que pueda crear estados de opinión basados en la evidencia.