Por José Miguel Martínez Castelló. Doctor en Filosofía. Profesor del colegio Patrona de la Juventud Obrera (PJO) de Valencia. Autor del libro “Esperanza entre rejas: retos del voluntariado penitenciario (PPC, 2020, en prensa).
La vida cotidiana se ha visto trastocada en todos sus ámbitos. Aquello que aceptábamos sin darnos cuenta, como un encuentro con amigos o la reunión familiar dominical, ha aflorado como una realidad que tenía su función y su importancia. Las grandes celebraciones, fiestas y tradiciones se posponen con consecuencias económicas y de cohesión social tremendas. Sin embargo, detrás de este paisaje desolador, surgen destellos y oportunidades que debemos saber leer y aprovechar como situaciones únicas. El año pasado vivimos la primera Semana Santa confinados. No sé si usted, estimado lector, le pasó lo que a mí como a muchas personas con las que hablé: fue una Semana Santa inolvidable y única. La prisa que inunda la vida actual nos impide recogernos, encontrarnos, y el año pasado, en pleno confinamiento, pudimos vivir con autenticidad cada día, cada estación, cada acto a la luz del evangelio, acompañando a Jesús en el mayor gesto de amor y donación de la historia. Estando en casa, pude dedicarme a lo verdaderamente importante. Con ese precedente, deberíamos aprovechar el tiempo de Cuaresma porque no es un acontecimiento más. Es una experiencia de la que brotan las tres dimensiones del ser humano: Dios (trascendencia), caridad (el prójimo) y nosotros mismos (interioridad). Son tan necesarias, profundas y radicales que en ellas podemos atisbar y contemplar una explicación de lo que nos pasa y poder, de esta forma, encontrar las palabras aptas y necesarias para afrontar y superar lo que estamos viviendo.
La novedad de Jesús de Nazareth es que nos trae una Buena noticia. Y nosotros, desde sus enseñanzas, ¿tenemos algo que decir?, ¿nuestras palabras sirven de ayuda, comprensión y consuelo?, ¿sabemos transmitir la esperanza que traspasa todo el misterio de Jesús crucificado? Francisco nos ayuda y orienta a responder todas estas preguntas desde el alcance y el significado de la Cuaresma: “Es el tiempo para redescubrir la ruta de la vida. Porque en el camino de la vida, como en todo viaje lo que realmente importa es no perder de vista la meta. Es un viaje de regreso a lo esencial. El evangelio propone tres etapas, que el Señor nos propone recorrer sin hipocresía, sin engaños: la limosna, la oración y el ayuno. ¿Para qué sirven? La limosna, la oración y el ayuno nos devuelven a las tres únicas realidades que no pasan. La oración nos une de nuevo a Dios; la caridad con el prójimo; el ayuno con nosotros mismos. Dios, los hermanos, mi vida: estas son las tres realidades que no acaban en la nada, y en las que debemos invertir”. La pandemia ha hurgado en la debilidad y vacuidad de los proyectos vitales que desarrollamos. Ha puesto sobre la mesa la vulnerabilidad que nos constituye por el olvido y el aplazamiento constante del cuidado de esas tres realidades que debemos alimentar y cultivar. Acerquémonos a cada una de ellas. Están interconectadas porque se necesitan, ya que parten de la misma raíz: la persona.
1.Dios y la oración
Z. Bauman pasará a los anales del pensamiento filosófico y sociológico por tener la genialidad de describir todo un tiempo a partir de un concepto: sociedad líquida. Estamos ante una época en el que todos los principios y valores se evaporan. Dejan de tener presencia en la vida de las personas. Muchas son las razones que están detrás de esta realidad. La rapidez y la inmediatez que lo inunda todo; la prisa perpetua que envuelve cada uno de nuestros actos producen que no tengamos tiempo para reparar en aquello que hacemos, proyectamos y sentimos. Tanto la meditación como la oración, en sus diferentes modalidades y prácticas, se convierten en inalcanzables, en auténticas utopías porque desaparecen de nuestro horizonte vital. Las redes sociales están cambiando la concepción de comunicación, por una parte, y la intimidad, por otra. Esto se palpa de forma directa en las aulas con las generaciones jóvenes. Últimamente me sorprende, desde la docencia de materias como filosofía, psicología y religión, lo solos que se encuentran, la tristeza que les inunda a muchos de ellos y de ellas y la distancia que muestran respecto a problemas y temas actuales. Cuando se les pregunta saben muy bien dónde está el problema: las redes sociales, sobre todo Instagram que establece unos cánones de belleza, consumo y proyecto de vida que se concentran en la importancia del éxito, de los cuerpos esbeltos, de aparentar que se es fuerte y conquistador y que el individualismo es el nuevo mandamiento al que rendir pleitesía. Sin generalizar, se escucha cada vez una expresión que suena ya como un mantra: “La vida no tiene ningún sentido”. Como cristianos tenemos que situar a la juventud en la principal prioridad de la fe. Son el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Dios, ideales y utopías han desaparecido de su horizonte. Ya no palpitan en el interior de sus corazones porque la incertidumbre y la desesperanza son las claves interpretativas de sus vidas. ¿Qué les diría Jesús? ¿Cómo se acercaría a ellos? ¿Y a la sociedad en general? ¿De qué parábolas echaría mano?
Es ahí donde el papel de la Iglesia tiene que aflorar y manifestarse. La cuaresma es un tiempo para redescubrir la naturaleza de la vida desde el amor y el servicio. Estas palabras no son conceptos vacíos, sino que detrás de ellas tenemos una historia, una vida que manifestó su amor hasta las últimas consecuencias. Parte de la juventud y de la sociedad está falta de testimonios potentes. Muchas personas se encuentran huérfanas de ideales y de metas en las que confiar. Jesús indica el camino para dotar de sentido a nuestros pasos desde la historia de cada cual, a partir de nuestros éxitos y decepciones, miserias y virtudes. Él nos acompaña en la senda y el tránsito que debemos recorrer. Estamos creando una sociedad intercomunicada en red mezclada con unos niveles de soledad sin precedentes. La Cuaresma lucha contra esa soledad, ya que la vida sólo es digna de ser vivida desde la aparición o la epifanía del rostro de la otra persona (Levinas).
2.La limosna, los hermanos y la caridad
La pandemia nos ha recordado un principio que traspasa a toda persona: la necesidad de los otros. Otra cuestión es que caigamos en la cuenta de ello y lo llevemos a nuestra vida. Se ha demostrado que todo sigue igual. Pero la Cuaresma es el inicio de un proyecto vital junto a Jesús en el que la centralidad de su mensaje consiste en que la salvación sólo puede darse a partir de la donación y el servicio. Y es por eso mismo que la pandemia ha está haciendo estragos. Las personas no somos seres de distancia, nos necesitamos porque a pesar de toda la evolución tecnológica, nos mostramos vulnerables cuando los otras desparecen de nuestro horizonte y perspectiva. Francisco es claro al comienzo de la Evangelii Gaudium: “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”. Esta Cuaresma es un tiempo para que abramos los ojos ante nuevas formas de necesidad y pobreza que tenemos que acoger y servir para transmitir esperanza y fe. Sólo en el servicio la persona encuentra sentido a su vida. Cuando Jesús instituye la eucaristía en la última cena con sus discípulos, funda esta realidad ineludible de la que no podemos huir porque nos constituye y nos hacer ser lo que somos. El egoísmo, la vanidad, el triunfo bajo cualquier medio conduce a la soledad y al sin sentido. De forma magistral, lo expresó Benedicto XVI cuando prologó la obra de Joseph Cordes La ayuda no cae del cielo: “Hoy los cristianos pueden ver en el acto de partir el pan realizado por Jesús una imagen de la hospitalidad de Dios, en la que el Hijo encarnado se ofrece a sí mismo como pan de vida. Por consiguiente, la fracción del pan eucarístico debe proseguir en el partir el pan de la vida cotidiana, en la disponibilidad a compartir todo lo que se posee, a dar y así a unir. Es el amor en toda su inmensidad lo que se manifiesta en este gesto, con un nuevo concepto de culto y de preocupación por el prójimo”. La enseñanza de Jesús es que el amor y la caridad no son una elección sino una condición para trazar el proyecto de nuestra vida. La nuestra es un reflejo de la de los demás. Este es su legado, la lección que dejó a toda la humanidad y que ésta no se ha atrevido a ejercer y todos los males provienen, precisamente, del incumplimiento de dicha lección.
3.Ayuno y encuentro personal
Esta realidad es una continuación de las dos anteriores. Dios nos da esperanza porque nos sentimos acompañados a través de su Hijo. Ese encuentro que hace Él con nosotros tenemos que realizarlo con las otras personas. Ahora bien, la Cuaresma es, además, un camino de introspección, una mirada interna, a través del esfuerzo, para desterrar aquello que nos daña a nosotros y a los demás. Este es el reto del ayuno cuaresmal. En estos días debemos reflexionar y meditar el alcance y el significado de la señal de la cruz, ya que remite a aquello que pensamos, decimos y sentimos. Hemos olvidado cultivarnos porque queremos llegar a todo y, en realidad, no llegamos a nada. De ahí la incertidumbre reinante por los sinsabores de los proyectos y sueños incumplidos. Pablo d’Ors da en el clavo en su Biografía del silencio: “Vivimos vidas que no son las nuestras; respondemos a interrogantes que nadie nos ha formulado; nos quejamos de enfermedades que no padecemos; aspiramos a ideales ajenos y soñamos los sueños de otro… Hago un viaje y no veo nada. Me voy de vacaciones y no descanso. Leo un libro y no me entero. Escucho una frase y soy incapaz de repetirla. ¿Cómo es posible que no me conmueva ante un necesitado, que no responda cuando me preguntan, que siempre mire hacia otra parte y que no esté donde de hecho estoy?”. La Cuaresma tiene que convertirse en un punto de inflexión en el que nos demos tiempo a través de la oración y el silencio. Tengamos presente el recurso constante de Jesús de apartarse por un tiempo de las gentes para preparar una vivencia importante. Ante tanta información y realidades que nos bombardean y nos hacen desviar la atención sobre lo necesario y urgente, tenemos que caer en la cuenta que nuestra vida no puede darse de cualquier forma. El amor de Dios que experimentamos en Jesús nos invita a que lo hagamos efectivo en nosotros y en los demás.
Vivimos tiempos difíciles. ¡Qué duda cabe! Pero nada diferentes de lo que vivieron las generaciones anteriores a nosotros. Pensemos en el siglo XX. Sobrevivieron y fueron capaces de levantar sociedades enteras que estaban bajo los escombros y la más absoluta ruina. La Cuaresma tiene que insuflar una bocanada de aire fresco en nuestro corazón. Tenemos que dar testimonio de la esperanza y la luz que viene de la mano de Jesús de Nazareth, desde la alegría y la sencillez, dándonos en cuerpo y alma. Tengamos presente que lleva más de 2000 años colgado en la cruz con los brazos abiertos para acogernos y transitar a nuestro lado la aventura enigmática de nuestra vida. Feliz Cuaresma.