Como introducción a estas reflexiones, orientaciones y directrices sobre la UCV, que ofrezco a continuación, quiero recordar las palabras que dije al iniciar el curso 2015-2016 en la Universidad. Estas palabras indican la base en las que se asienta una Universidad Católica.
La Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” (UCV) está llamada de manera muy particular a sazonar el mundo e iluminarlo con la sabiduría de la verdad. Esta Verdad y Sabiduría que aquí, en esta Universidad, tratamos de ofrecer, no es otra que la que todo hombre anda buscando y que sacia por completo su corazón inquieto, que, en expresión teresiana, no se contenta con menos que Dios. Esta Verdad y Sabiduría, la que profesamos como personas de fe y como Universidad Católica, con respeto a otras convicciones, es Jesucristo, rostro de Dios humanado, verdad de Dios y del hombre inseparablemente, misterio paradójico de un amor infinito y sin medida, llevado al extremo, que todo lo ilumina y manifiesta la Razón que lo sustenta todo y todo lo llena. Jesucristo, hermano y salvador de los hombres, pasa por nuestras vidas compartiendo e iluminando nuestra existencia; es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y lo llena de vida, porque Él es la Vida; y lo guía hacia las metas y cotas más altas de humanidad a las que aspira la razón humana y el corazón del hombre en búsqueda de su humanidad más auténtica, porque Él es el Camino. Luz, Camino, Verdad y Vida que salva, ése es Jesucristo, que ha venido a nosotros y ha asumido todo lo humano para ser testigo, dar testimonio de la verdad.
“Fuera de la perspectiva de Cristo, el misterio de la existencia personal resulta un enigma insoluble ¿Dónde podría el hombre buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el dolor, el sufrimiento de los inocentes y la muerte sino en la luz que brota del misterio de la encarnación, pasión y muerte y resurrección de Cristo?”(San Juan Pablo II, FR 12)
Acoger esta verdad nos ayudará a dar respuesta a los grandes interrogantes que se plantea todo hombre -y quizá de manera muy especial el joven en sus años de estudio universitario-; son «interrogantes que tienen que ver con el sentido de la vida humana, el valor del trabajo, la construcción de un mundo nuevo, regido por la justicia y la verdad, la solidaridad y fraternidad entre los pueblos, y tantas otras cosas que se refieren al modo de ser hombres y a las inmensas posibilidades que el hombre tiene de hacer de su vida un ejercicio permanente de servicio a la sociedad y la humanidad entera».
La Universidad, la UCV, sigue definiéndose por su dedicación a la ciencia, por la investigación y docencia de la verdad que atañe al mundo, al hombre y a su destino último. El joven que llega a la Universidad, por esto, ha de encontrar en ella, no sólo el ámbito donde formarse para ejercer una determinada profesión, sino también el lugar donde, al menos pueda asomarse a la verdad plena sobre el mundo, el hombre y su destino, inseparables de Dios. En ese cometido de investigar y transmitir la verdad, la Universidad se constituye en defensora de la libertad del hombre y en conciencia crítica frente a cualquier poder destructivo.
«Todo intento de reducirla a mero instrumento de aprendizaje técnico y profesional lleva consigo a su propia aniquilación». No puede perder, por ello, el ser ámbito privilegiado «donde la persona sea introducida en el conocimiento de la realidad completa que favorece el encuentro con la respuesta a las preguntas fundamentales de la vida». Ni puede olvidar que su vocación es «poner al servicio de la humanidad los diferentes conocimientos de la ciencia sin caer en la tentación de una supuesta objetividad científica, más allá de toda exigencia ética, que pueda, en definitiva, volverse contra el hombre, pervertirle y destruirle». Así contribuye a una educación abierta a la totalidad del destino humano, abierta, en suma, a Dios. Dios en el centro de nuestra Universidad, la UCV
Como estudiosos e investigadores, los universitarios -profesores y alumnos- forman una comunidad con un cometido que puede ser decisivo para el futuro de la humanidad. Pero con una condición: que todos, maestros y discípulos, intenten defender y servir la verdadera cultura del hombre como un precioso patrimonio. La labor universitaria es grande y elevada cuando se trabaja por el crecimiento del hombre en su ser y no solamente en su tener, o en su saber y poder. «La cultura, decía el Papa San Juan Pablo II en la UNESCO, es un modo específico del existir y del ser del hombre… Por la cultura el hombre en cuanto hombre llega a ser más hombre, más aún, accede más al ser. Aquí se funda la distinción capital entre lo que el hombre es y tiene, entre el ser y el tener… Todo el tener del hombre no es importante para la cultura, no es un factor creativo de la cultura si no en la medida en que el hombre con la mediación de su tener, pueda al mismo tiempo ser más plenamente como hombre en todas las dimensiones de su existencia, en todo lo que caracteriza a su humanidad». Este concepto de cultura se basa en una visión total del hombre, cuerpo y espíritu, persona y comunidad, un ser racional y elevado al amor, (visión integral del hombre, inseparable de Dios y del cosmos, que nos ha recordado el Papa Francisco en su recentísima Carta Encíclica «Sí Laudato»). «¡El futuro del hombre depende de la cultura! ¡La paz del mundo depende del primado del espíritu! ¡El futuro pacífico de la humanidad depende del amor! En verdad nuestro futuro, nuestra supervivencia están ligados a la imagen que nos hagamos del hombre” (San Juan Pablo II).
Nuestro futuro sobre este planeta, expuesto y acosado como está en estos momentos tan difíciles que atravesamos, depende que la humanidad lleve a cabo una renovación ética y moral, incluida y necesaria para una ecología integral. Es preciso que, en el actual momento histórico se lleve a cabo una movilización general de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La humanidad está llamada a dar un paso adelante, un paso hacia la civilización de la sabiduría. La carencia de los verdaderos valores del hombre, señal de una falta evidente de sabiduría, conlleva el riesgo de quiebra de humanidad y de los enfrentamientos que padecemos ahora mismo. Es necesario recurrir a los que son portadores en sabiduría, a los verdaderos sabios, como guía y orientación de la humanidad hacia un justo y verdadero progreso. «Si la prosecución del desarrollo, decía Pablo VI en Populorum Progressio, reclama siempre un mayor número de técnicos, exige todavía más hombres de pensamiento capaces de reflexión profunda, volcados en la búsqueda de un nuevo humanismo, que permita al hombre moderno reencontrarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, del diálogo y del encuentro, de la plegaria y de la contemplación».
Por ello, en esta hora crucial del mundo, el papel de la Universidad, siempre tan fundamental, es todavía mayor para el establecimiento de un verdadero humanismo. Pido a Dios su ayuda, su sabiduría para que la necesaria revitalización de la Universidad, de nuestra Universidad, le lleve a trabajar para defender y promover la idea de un mundo más justo, un mundo hecho a la medida del hombre, un mundo que le ayude a cada hombre en sus necesidades materiales, morales y espirituales, lo cual no es posible sin Dios y menos aún contra Dios, o reduciéndole al silencio o a una ausencia de entre los hombres. Pido a nuestra Universidad que sea capaz de recoger la herencia científica y cultural que ha recibido y que la enriquezca, para ponerla al servicio del verdadero progreso y desarrollo de la humanidad, para la construcción de un mundo de justicia y dignidad para todos los hombres y todos los pueblos, para la paz verdadera que entraña el respeto de todos y la no exclusión de nadie. «Esto, como señalaba San Juan Pablo II en Hiroshima dirigiéndose a los universitarios, no es un sueño ni un ideal evanescente. Es un imperativo moral, un deber sagrado, que el genio intelectual y espiritual del hombre puede afrontar mediante una nueva movilización de los talentos y energías de cada uno y desarrollando todos los recursos técnicos y culturales».
En esta hora crucial que atravesamos en España, en Europa y en el mundo entero, espero de nuestra Universidad que sea una Universidad de excelencia, excelencia en su identidad, excelencia en su calidad científica, con capacidad docente, investigadora y educadora. No podéis contentaros con menos. Para ello, debería esta Universidad ofrecer una verdadera alternativa universitaria con identidad propia y calidad de alto nivel, y contribuir a una renovación de la sociedad desde la específica y humanizadora aportación del Evangelio, que amplia y consolida lo humano y el bien común, como también la fe ensancha la razón.
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