L.A. | 14.05.2020
A nuestro arzobispo, el cardenal Antonio Cañizares, el Papa san Juan Pablo II fue quien le nombró en 1992 obispo de Ávila y luego en 1996 arzobispo de Granada y en 2002 arzobispo de Toledo y primado de España. Le preguntamos por sus recuerdos personales a punto de cunplirse el centenario de este gigante de la humanidad.
Gigante verdaderamente; yo lo llamo san Juan Pablo II el Magno. Pero al mismo tiempo, humilde como él solo; sencillo como él solo; con una sonrisa siempre en los labios. Le recuerdo con una bondad que destilaba por todas partes y con una energía que realmente provocaba emoción a quien lo escuchaba. Para confesar la fe; para proclamarla, precisamente, en favor de los más pobres; uniéndose a los más pobres. También lo recuerdo en aquella fortaleza que demostraba en medio de su extrema debilidad; ¡nunca se bajó de la cruz! No tenía miedo de la cruz. Era un hombre que había sufrido mucho en la vida, pero que también nos hizo a todos los demás gozar muchísimo. Y nos hace gozar mucho su memoria, sus enseñanzas… todo lo que fue el gran santo San Juan Pablo II.
Deslumbró al mundo de su época por muchas cosas, también en lo que fue su influencia decisiva para el fin de la Europa de bloques, la del muro de Berlín. ¿De dónde partía esa capacidad de influencia política que tuvo?
De ser lo que fue, sencillamente, lo que era ya en Cracovia: un hombre de Dios; un hombre de fe; un hombre que luchó en favor del hombre; que apostó por el hombre y que proclamó la verdadera antropología, la realidad de la Creación. Él hizo la gran revolución ya en Cracovia. ¿Sabe cómo la hizo? Reuniéndose con un grupo de personas que, sobre todo, defendían la persona humana. La persona humana era la clave del papa Juan Pablo II. Y eso es lo que hizo derribar el Muro de Berlín y cambiar enteramente la política en toda Europa. No fue un político, sino que fue un hombre de fe, un hombre de Dios. Un hombre, que por encima de todo, defendía al hombre porque Dios es el que defiende al hombre. Y por eso, es clave aquellas palabras suyas: “Abrid de par en par las puertas a Cristo, abrid los estados; abrid la cultura; abrid la familia; abrid las puertas a Cristo; solo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre; solo Él conoce al hombre, y es en Él donde tenemos la verdadera realidad y visión del hombre”. Defendía al hombre, por encima de todo; pero sencillamente, por ser un gran testigo de Dios.
¿Cuál era el secreto de san Juan Pablo II para conquistar el corazón de tantísimos jóvenes?
Le voy a responder con una anécdota de cuando estaba yo de arzobispo de Granada. Estaba en un pueblo de Las Alpujarras – con los jóvenes- y les pregunto: “¿Por qué Juan Pablo II os atrae tanto?” Y me respondió un chico, con sus pelambreras, sus piercings…: “Porque es un tío legal”. Y yo le pregunto: “¿Qué quiere decir legal?”. “Pues mire usted, aquí en Granada lo decimos del que es muy apañao´ o
más que apañao´ ¿Se ha dado cuenta de que el Papa Juan Pablo II nunca nos echa nada en cara a los jóvenes? Mira que tenemos cosas para echarnos en cara… ¡Nunca! ¡Nunca nos riñe, nunca nos denuncia! Al contrario; nos respeta; no solo nos respeta sino que además tiene confianza en nosotros… porque nos exige mucho ¿eh?”.
“¿Os exige mucho?”, les pregunté.
“¡Claro que sí! Mire, para preparar este encuentro con usted, hemos estado leyendo el encuentro del Papa con los jóvenes en el Bernabeu…sus bienaventuranzas ¡Mira que nos exige ahí, eh! ¿Sabe por qué nos exige? Porque espera mucho de nosotros, y por eso, realmente, confía en nosotros”.
“Pero es que además también el Papa Juan Pablo II nos da algo que nadie nos puede dar, que es a Jesucristo, lo que los jóvenes necesitamos… la verdad, el camino, la vida, la libertad, la esperanza, la felicidad… Jesucristo, Jesucristo”.
Y luego ayudó a redescubrir el potencial enorme de la familia en la Iglesia y como fermento de la nueva evangelización. ¿En qué lo basaba?
En la visión del hombre, en la antropología; en la antropología que se basaba, precisamente, en Jesucristo, que nos descubre la verdad del hombre, nos descubre la verdadera familia; apoyada verdaderamente en la persona humana, en el amor. La persona humana es el amor, y la persona humana es cuerpo que se relaciona con los otros… ¡y ése fue el gran secreto! Tan sencillo, sí, este gran secreto del mensaje del Papa Juan Pablo II a las familias.
Y por eso él fundó el Instituto Juan Pablo II de la Familia, publicó la exhortación Familiaris Consortio. El magisterio del Papa es inmenso, toda una biblioteca. Y realmente cabe también, todo lo que desarrolló en sus estudios sobre la familia, son obligados en estos momentos, porque es ahí donde está el futuro de hombre, el futuro de la Humanidad, el futuro de la sociedad, en el modelo de familia, de la familia tal y como Dios la ha querido como Dios la ha querido al crear al hombre y a la mujer.
Y otra característica del papa grande fue su defensa de la mujer…
No ha habido nadie en la Historia que haya hablado como el Papa Juan Pablo II ha hablado de la mujer. Ahí queda sus encíclicas, o su carta apostólica “Mulieris dignitatem”. Nadie de las feministas podrá rebatir la enseñanza del Papa sobre la mujer. La grandeza de la mujer… ¿Por qué? Porque quería mucho a su madre, y había descubierto a la mujer a través de su madre. Por eso ahora no me extraña que el Papa Francisco quiera beatificar también a su padre y a su madre. En ellos realmente vio el gran reflejo de lo que es la familia.
Y ya en el seno de la Iglesia, ¿cuál fue la aportación principal de Juan Pablo II?
La proclamación de la fe auténtica en Jesucristo. Y a partir de ahí, la proclamación de la fe de la Iglesia: Jesucristo presente en la Iglesia. Podríamos decir que sería la gran clave cristológica del papa Juan Pablo II: Cristo presente en la Iglesia. La Iglesia no es sin Cristo, y Cristo no es sin la Iglesia. Inseparables los dos. Y por eso también el gran impulso que dio a la “nueva evangelización”, expresión que precisamente él acuñó aquí en España, en Zaragoza, camino de un viaje a América. Él iba a América entonces y la acuñó aquí. Nueva, en su ardor; nueva en los métodos; nueva en su lenguaje. Pero si no hay ardor, no hay lenguajes nuevos ni método nuevo. Y ardor es la fe, la confesión de fe, la experiencia de la fe… ahí está San Juan Pablo II.