María José, en una imagen de 2010 tomada en la capilla del sagrario de la iglesia de su pueblo, adonde todos los días la llevaba su padre. Era su “mejor momento del día”, según decía ella misma. Allí pasaba dos horas al día, a solas con Jesús. FOTO: A.SÁIZ

EDUARDO MARTÍNEZ | 26.11.2020

Al final de su predicación en el funeral por el eterno descanso de María José Solaz Viana, el sacerdote agitó desde el atril una pequeña campana para hacerla sonar. Quería recordar, así, la película ‘¡Qué bello es vivir!’, en la que uno de los personajes decía que cada vez que suena una campanilla es que un ángel está recibiendo sus alas. Salvador Romero expresaba así su convicción sobre la santidad con la que vivió su antigua feligresa y, en consecuencia, su inmediata entrada en el cielo. María José murió en la madrugada del pasado 16 de noviembre en su localidad natal, Caudete de las Fuentes, a los 46 años de edad, tras una enfermedad degenerativa desde niña que la mantenía con una discapacidad motora casi total desde hacía tres décadas.


“Ella nunca le pedía la curación a Dios porque decía: a través de esta enfermedad yo me he encontrado con Él, con mi Esposo, ¿cómo voy a pedirle que me sane?’”, manifestó el presbítero en su homilía al rememorar una de sus conversaciones con María José. Y otro de sus anteriores párrocos, Ricardo Fogués, corrobora a PARAULA que vivió la fe “en un grado heroico”, que nunca la vio “rebelarse ni protestar por su enfermedad” y que ha muerto con “fama de santidad”.


Su extraordinario testimonio de fe conmovió al mismísimo papa Francisco, quien llegó a telefonearle hace dos años tras conocer su historia a través del propio sacerdote. Ricardo Fogués iba a acudir a Roma a una audiencia con el Papa el 21 de septiembre de 2018, junto al arzobispo de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares, así como miembros del Consejo Episcopal y del Convictorio Sacerdotal, al que el presbítero pertenecía. El entonces párroco de María José le invitó a escribirle una carta al Papa para que él mismo se la hiciera llegar. Ella se la dictó, dado que ya no podía escribir, y él se la llevo consigo al Vaticano. Tras la audiencia celebrada en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, cuando le llegó el turno de saludar al Pontífice, el presbítero le habló de María José y le enseñó una foto de ella que él mismo le había hecho para la ocasión. Francisco la bendijo y le pidió que transmitiera dicha bendición a ella y a su familia. Después, Fogués entregó la carta de María José al arzobispo Georg Gänswein, que se encontraba allí como prefecto de la Casa Pontificia, con el ruego de que se la hiciera llegar al Santo

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