EDUARDO MARTÍNEZ | 19.11.2020
El templo del Sagrado Corazón de Jesús de Valencia ha vivido su primera boda desde que le fuera concedido hace un año por la Santa Sede el rango de basílica. Una boda muy especial, además: la de Paco y Mara, que han contraído matrimonio canónico después de estar casados cuarenta años por lo civil. La suya es una bella historia de amor y de conversión.
Paco y Mara llevaban cuarenta años casados por lo civil. Bautizados ambos pero alejados de la Iglesia desde temprana edad, nunca habían sentido la necesidad de recibir el sacramento del Matrimonio… hasta ahora. Este mes de septiembre, la pareja decidió darse el ‘sí, quiero’ en la basílica del Sagrado Corazón de Jesús de Valencia. Tras ese sorprendente cambio después de tantos años de convivencia conyugal, hay un proceso de conversión religiosa de Paco, una aceptación sincera de Mara y un misterioso hábito de Víctor, su hijo menor, cuando era niño.
“En casa nunca se hablaba de religión”, recalca Paco a PARAULA. El esposo llegó a ser monaguillo de pequeño y a tomar la comunión, pero después se distanció de la práctica religiosa y ya desde entonces se mostró indiferente. Y la esposa más bien lo que sentía desde joven era directamente un rechazo hacia cualquier religión. ¿Cómo es posible, entonces, que el pequeño Víctor tuviera como uno de sus principales divertimentos el jugar en casa a ser sacerdote? Con solo 3 añitos, él mismo colocaba la tabla de planchar como altar, una sábana como mantel y la bufanda como estola. Todo a iniciativa propia, sin que nadie le indujera a ello, sin que hubiera tenido noticia en la catequesis de la parroquia –puesto que nunca le llevaron a ella– o sin que hubiera escuchado algo al respecto en clase de Religión –dado que solo fue inscrito más tarde, a los 8 años, y porque él insistió e insistió, enfadado porque no le apuntaban–.
Su madre –no sin sorpresa tantos años después– trata de explicar esa costumbre del chavalín recordando que debió de adquirirla tras ver alguna misa en televisión. Y su padre intuye, además, que Dios andaba detrás: “No creo que todo aquello fuera por simple casualidad; estoy casi convencido de que Víctor ha sido un instrumento divino para mi conversión, como un empujón para volver a la Iglesia”.
Lo cierto es que aquellos juegos de niño se fueron convirtiendo con el tiempo en una auténtica religiosidad. Y, así, el pequeño comenzó también a rezar y pidió ser bautizado a los 10 años de edad. Sus padres aún se resistieron y le dijeron que podría hacerlo a los 18, cuando fuera mayor de edad. Dicho y hecho: “A los 18 años y un día nos lo recordó… y no nos pudimos negar”, recuerda el padre. Víctor, que hoy tiene 28 años, recibió a la vez el Bautismo, la Confirmación y la Comunión en la parroquia de San Valero, en Valencia; entró a formar parte de una comunidad neocatecumenal; y hoy día “sigue teniendo una profunda fe”.
Paco sospecha que todos esos extraños comportamientos en un niño y en un joven al que no le transmitieron nunca la fe –desde luego, no en la familia– guardan relación con su propio proceso de conversión religiosa. Ni él mismo sabe precisar qué le movió exactamente a regresar a la Iglesia, pero tiene ese barrunto, esa sensación de que la misteriosa fe de su hijo orientó sus pasos de retorno a la práctica religiosa.
La vida del matrimonio era satisfactoria. Tenían dos hijos, Carolina, la mayor, y Víctor; una convivencia familiar buena; una posición económica desahogada, con un negocio de prótesis dentales que funcionaba bien… Y, sin embargo, Paco comenzó a sentir, hacia los 45 años, una necesidad fuerte de encontrar algo más en la existencia, algo que respondiera mejor a sus inquietudes, en un momento de su vida en el que se encontraba bajo de ánimo. “No sé exactamente qué buscaba pero necesitaba algo más”, señala.
Ese algo comenzó a buscarlo en el monasterio de Leyre. “No entiendo bien por qué elegí ese lugar, puesto que yo no era del todo un creyente, solo creía que tiene que haber un Dios que nos ha creado, que no estamos aquí por accidente… pero no pensaba apenas en ello y ni mucho menos me planteaba llevar una práctica religiosa. Quizás asociaba la vida en un monasterio –trata de explicar– con la paz espiritual que buscaba sin saberlo, no lo sé…”. Sea como fuera, la experiencia en aquel bello convento navarro debió de agradarle porque volvió dos veces más. Todas en solitario. En una de ellas, se dispuso a conversar con un sacerdote. “Yo quería hablar, pero me hizo trampa y al final me confesó”, relata con humor al evocar a aquel anciano monje, un antiguo misionero de casi 90 años de edad. Hacía cincuenta años que no recibía el sacramento del Perdón. Y fue como una catarsis: “Reflexionando, vi toda mi vida, todas las cosas que había hecho… salí al claustro y me dio por llorar”.
Tras esa intensa experiencia en Leyre, empezó a plantearse su vuelta a la Iglesia católica. Y después de tres años más meditando ese regreso, al fin se decidió. En total, había pasado toda una década desde que Paco comenzó aquella búsqueda misteriosa. El punto de inflexión aconteció en otro monasterio, esta vez en Valencia, su ciudad: el de la Puridad de las Franciscanas Clarisas. “Las monjas rezaban –rememora– y escuché una letanía que decía algo así como ‘acercaos los indecisos, humillaos ante Dios y Él os ensalzará’… y ya no escuché nada más; en ese momento decidí retornar a la Iglesia”.
Para materializar su regreso (¡medio siglo después!), resolvió realizar las catequesis de inicio del Camino Neocatecumenal, en la parroquia valenciana de San Martín. Las hizo más bien a escondidas, porque no le dijo nada a su esposa. Su catequista, entre tanto, le dio un consejo bien sensato para cuando Mara descubriera la verdad: que si ella se oponía a que siguiera en el Camino, le hiciera caso a ella y lo dejara, para así no comprometer la estabilidad del matrimonio.
Finalmente, Paco se animó a contarle todo a su mujer y ella, claro, se molestó. “Me dio por todas partes, y con razón”, cuenta en presencia de su esposa y entre risas de ambos, cinco años después de aquellos hechos. Calmada la tormenta inicial, Mara le dijo que, si él se sentía a gusto, que si para él era importante y que si era algo bueno para la relación, no se pondría en contra. Es más, que estaría dispuesta a acompañarlo. “Que yo no comparta esa forma de religiosidad no me da pie a decirle que no; ¿quién soy yo para eso?”, se pregunta aún hoy. El caso es que al año siguiente también ella realizó las catequesis del Camino y entró a formar parte de una comunidad neocatecumenal.
Paco y Mara continúan actualmente acudiendo juntos a su comunidad en la parroquia de San Martín. Él se identifica a sí mismo como un converso, mientras que ella admite que sigue habiendo aspectos de la fe católica que no acaba de comprender. “Me gustaría tenerlo todo claro, pero han sido muchos años de ver las cosas de forma diferente y a mí me va a costar tiempo”, advierte con calma. En cualquier caso, se puede decir que el retorno a la Iglesia no les ha perjudicado precisamente, sino más bien al contrario. Él asegura estar más tranquilo ante las dificultades de la vida y ella incluso ha llegado a sentirse en algún momento reconciliada con Dios.
Una respuesta al odio y a la enfermedad
Hay, además, dos hechos especialmente duros que atestiguan bien esos beneficios espirituales. Por un lado, Paco recuperó la paz interior que había perdido tras poder perdonar a una persona que le hizo mucho daño en el pasado: “Estuve odiándola muchos años porque nos traicionó en el trabajo y nos dejó un problema terrible. Pero en el velatorio de un familiar fui a pedirle perdón y desde entonces me siento muchísimo mejor”. Y más recientemente, hace solo un año y medio, la enfermedad visitó con estrépito a Mara: un cáncer avanzado y con mal pronóstico médico que no ha conseguido, sin embargo, derribar su ánimo. “Estoy tranquila, no podría decir que sea por la fe, pero lo cierto es que me siento en paz”. Su esposo sí hace una profesión de fe explícita ante semejante adversidad: “Esta vuelta a Dios y a la Iglesia me ha venido muy bien para afrontar una enfermedad tan grave. La Iglesia siempre nos da una palabra de esperanza: que la muerte no es lo último, que ese es un viaje que todos tenemos que hacer con alegría porque vamos a ver a nuestro Creador”.
El colofón –de momento– al viaje de regreso a la Iglesia ha tenido forma de boda. Boda religiosa. Y en toda una basílica, la del Sagrado Corazón de Valencia. Él se lo pidió a ella el pasado mes de julio. Y ella, con ese amor que nos hace seguir los pasos del amado, aceptó. Cada uno, eso sí, sigue caminando en la fe a su ritmo: él más rápido, ella acaso más despacio o de forma distinta, pero siempre juntos, por lo civil o por lo canónico, en la salud y en la enfermedad, desde ese amor que lo supera todo, todos los días de sus vidas.