L.B. | 21.05.2020
A su labor habitual de docencia, las religiosas de Pureza de María de Valencia añaden ahora, durante la pandemia por el Covid-19, la de cocinar comidas para los necesitados de su parroquia.
Olbier Hernández, párroco de San Miguel de Soternes, a la que pertenece el colegio y la comunidad religiosa, pidió ayuda para llevar adelante un proyecto solidario en este tiempo de confinamiento, consistente en preparar comida para personas y familias que no tienen posibilidad de comprar porque están en una situación de extrema pobreza. “Precisamente en ese momento nos estábamos preguntando nosotras en qué podríamos ayudar durante el confinamiento. Y, aunque seguimos trabajando ‘online’ porque el colegio está cerrado, necesitábamos hacer algo más en nuestra entrega diaria”, indica la Hna. María Moreno. Tras ponerse en contacto con Olbier, se comprometieron a cocinar un día a la semana, para 40 personas a las que atiende la parroquia.
Como quiera que las religiosas siguen con su ocupación habitual (sus estudios universitarios y las clases ‘online’ que continúan impartiendo a los alumnos del colegio), se ofrecieron a preparar la comida del sábado o domingo que es cuando disponen de más tiempo libre.
Tutoriales de YouTube
A las 11 de la mañana del sábado o domingo, cuatro jóvenes de la comunidad religiosa -Mónica Cruz, María Moreno, Verónica Grijalba y Mª Auxiliadora Porras- se meten en la cocina del colegio, se ponen sus delantales y guantes, y empiezan su aventura culinaria. “No somos expertas, pero leemos tutoriales en YouTube y cuando tenemos dudas llamamos a nuestras madres, así vamos defendiéndonos poco a poco”, explica la Hna. María, quien subraya que, eso sí, lo hacen todo “con mucho cariño”.
Cada día cocinan algo diferente y hacen menús variados siempre de comida casera, con dos platos y fruta. Pasta, arroz, legumbres, carne, pescado… Incluso un día, pensando sobre todo en los niños, “nos lanzamos a hacer hamburguesas como si fueran de un ‘burger’, con su pan redondo y patatas fritas y todo. Esta semana haremos lentejas”.
Una vez la comida preparada, a la 13:30 horas empiezan a repartir. Mientras una de ellas sigue vigilando los enormes pucheros que están al fuego, otras meten las raciones en ‘tapers’ y bolsas, que la cuarta entrega a las personas que van a recogerlas a la puerta del colegio.
“Se lo damos todo recién hecho, caliente todavía”, señalan. Cada bolsa lleva el nombre de la familia a la que va destinada, con las raciones que necesita.
Cuando acuden a recoger sus bolsas, las personas les muestran su cariño. “Están muy, muy agradecidos. Nos impresiona ver que si no les diéramos nosotras, no comerían. Además, les da confianza que seamos las propias hermanas las que cocinamos, dicen que así seguro que está bueno”.
Las cuatro jóvenes son las que, además, se encargan de hacer la compra para poder preparar la comida. Además, en alguna ocasión han recibido algún donativo, como un día en que una bienhechora les regaló el pan. “También hemos aprovechado la comida que teníamos en el colegio. Al no venir los niños y no tener comedor, hemos aprovechado parte de las latas, embutido, leche o pasta que teníamos y que también dimos a la parroquia para que lo repartiera entre los más necesitados y a residencias”.
Ayuda al corazón
Pero la relación de las religiosas con las personas a las que ayudan no se limitan a la sola entrega de alimentos. “Imprimimos papelitos con mensajes que metemos en las bolsas. En ellos les damos ánimo, les decimos que todo va a ir bien y que rezamos por ellos. Así les ofrecemos no sólo ayuda material sino también al corazón”.
La experiencia para estas cuatro jóvenes y para toda la comunidad religiosa está siendo muy gratificante. “Es una alegría poder hacer esto. Y ojalá pudiéramos hacer algo más, estar con ellos y hablarles, pero evitamos salir a la calle y el contacto directo. Todo lo hacemos con muchas medidas de higiene y precaución porque la salud de todos está en juego”.