A pocos hay que explicarles cómo es la situación en Venezuela. Las noticias que aparecen en los telediarios nos muestran un país que sufre el deterioro progresivo de la economía y los servicios sociales básicos. Y a buen seguro, que se nos muestra una parte muy pequeña de la realidad. Con fecha de octubre de 2022, los informes dados a conocer por distintas plataformas de ayuda humanitaria aseguraban que ya eran más de 7,1 millones de personas refugiadas y migrantes de Venezuela en todo el mundo. Entre ellos la familia de Dulce María y Jhony, un matrimonio venezolano, con seis hijos, que, tras 20 años, decidieron emprender el camino de la migración obligados por las circunstancias y a los que el Servicio Jesuitas a Migrantes prestó su ayuda para lograr reunificar a toda la familia en Valencia.

Dulce María y Jhony en un momento de su entrevista con PARAULA. FOTO: S.BENAVENT

❐ BELÉN NAVA | 21.09.23

Venezuela. Un país que en el pasado acogió de forma generosa a tantos españoles que un día decidieron emigrar en busca de mejores oportunidades. Que fue lugar de refugio de sus países vecinos donde los conflictos y las crisis ahogaban a la población y que, sin embargo ahora ve marchar a sus familias. La migración venezolana es la mayor movilización humana de la historia reciente de la región huyendo de la crisis humanitaria y económica que ha deteriorado la seguridad ciudadana y los estándares de vida en ese país.

La idea de emigrar comenzó a rondar por las cabezas de Dulce María y Jhony hace ya más de 20 años, sin embargo nunca llegó a materializarse hasta hace unos pocos años. Su primera “migración” fue de su ciudad natal Maracaibo, a una zona rural del país, Mérida. “La situación económica era insostenible”, comentan. Ambos trabajaban y sus empleos podrían catalogarse como que formaban parte del funcionariado del país pero el sueldo cada vez era menor. “Cobrábamos cuatro dólares al mes y para poder acceder a la canasta básica eran necesarios 186 salarios mínimos”. “Pensábamos en nuestros hijos, en su futuro y veíamos que era imposible que ellos pudieran acceder a unos buenos estudios, un coche, una casa…”.

Dulce trabajaba para ‘Fe y Alegría’, un movimiento de Educación Popular y Promoción Social, nacido en 1955 en Caracas, la capital de Venezuela gracias al P. José María Vélaz SJy a su capacidad para entender que la base de la pobreza de las personas que vivian en la periferia de la capital venezolana se encontraba en su falta de formación. De Caracas se expandieron pronto a suburbios de otras ciudades venezolanas, y tras cinco años de actividad, cuando ya contaban con 6.000 alumnos, tomaron el nombre ‘Fe y Alegría’. A partir de 1964 dieron el salto a otros países de América y en 1985 a España.

“Yo estaba más radicada. Estaba empeñada en hacer resilencia durante estos años y muy comprometida con los derechos a la educación y a la comunicación”. Jhony, por su parte, trabajaba en una empresa petrolera.

“Nosotros éramos chavistas y estábamos a favor del proceso revolucionario hasta que comenzamos a ver algunas irregularidades”. En ese momento toman partido en las protestas que recorren el país para denunciar los procesos fraudulentos y la corrupción imperante. Y en ese momento comenzó todo un calvario para la familia. “Fuimos testigos de persecuciones policiales en nuestros terrenos. Oíamos tiros y era imposible dormir por la noche por el miedo”, relatan.

“Decidimos entonces no participar en las protestas y mantenernos en un perfil bajo”.

Sin embargo la situación no mejoró. Jhony fue testigo de irregularidades en su propio trabajo. Cuando trató de denunciarlo, lo amedrentaron. “Consiguieron su silencio jubilándolo de forma anticipada y nuestra economía se vio resentida porque cobraba menos del 70% del salario”.

Catalogados como “opositores” comenzó una guerra silenciosa contra ellos. “Controlaban nuestros servicios básicos; no nos enterábamos de cuando se iba a entregar la canasta básica; presentaban denuncias falsas…” por no hablar de las amenazas veladas mostrando armas.

Todo ello creó una semilla que no tardó en germinar.

Miguel, el pionero
El camino de la migración realmente lo abrió su hijo Miguel. Él tenía muy claro que al acabar la universidad se iba a ir del país. Allí no tenía futuro nos decía y se marchó a Chile”. La vida para Miguel en el país andino tampoco fue fácil. En noviembre del año 2022 Miguel y su pareja deciden venir a España y se acogen al estatus de refugiado por razones de “xenofobia y discriminación por razones de género”. Miguel es el único que no se radicó en Valencia al llegar a España. Su destino ha sido Madrid donde a día de hoy trabaja en un despacho de abogados.

La siguiente fue Alejandra Lucía. La enfermedad de su hijo, con necesidades especiales, fue el detonante para saber que en Venezuela no había futuro. La situación socio-sanitaria no podía atender las demandas de la enfermedad del pequeño y su vida estaba en peligro. Así que en octubre de 2021, ella, junto con sus esposo y el niño, decidieron emigrar a España. Más concretamente a Valencia por recomendación de una amiga de Dulce, provincial de las Dominicas, que le dijo “la mayoría de los venezolanos está yendo a Valencia. Algo tiene que tener la ciudad para que todos vayan para allá”. Laura Isabel no tardó en seguir los pasos de su hermana y en marzo de 2022 llegó a tierras valencianas.

Punto de inflexión: la detención de Emmanuel
De nuevo, la familia se vio golpeada por otro acontecimiento: su hijo mayor Emmanuel fue detenido. Con falsas acusaciones, Emmanuel permaneció en esta situación durante tres meses. Tres meses en los que la lucha de Jhony y Dulce no cesó. “Él era el cabeza de su familia, padre de tres hijos, con trabajo…y de repente se vió en esta situación”. Pruebas falsas, irregularidades en el proceso, corrupción…y una acusación de “complot económico contra el estado venezolano”. Y todo por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Emmanuel había ido a repostar a la gasolinera. Las colas son interminables puesto que el abastecimiento es escaso. Es sabido por todos que existen mafias de personas que a diario van a hacer colas con distintos vehículos y luego venden el cupo a otros conductores. A estos les cobran entre 5 y 10 dólares. “Suelen ser mujeres que lo único que hacen es crear el caos”, explica Dulce. Pueden pasan hasta 24 horas en la vía haciendo la fila para vender los cupos. “Y luego acusan a los demás de ser ellos los que cometen el delito. Y esto es lo que le pasó a mi hijo”. Tras una pelea, en la que Emmanuel no tuvo nada que ver, las mujeres “vendecupos” lo acusaron falsamente precisamente de eso, de vender el puesto en la fila de la gasolinera.

El desgaste emocional tras su detención hizo mella en Emmanuel y en toda su familia. “Ahí fue cuando dijimos. Nos vamos”, afirma con rotundidad Dulce que mira a su marido que asiente.

Emmanuel tomó la decisión de salir del país en busca de un mejor futuro y con el temor que la situación por la que había pasado pudiera volver a repetirse. Su decisión fue buscar abrirse camino a una nueva vida en Estados Unidos. Como tantos otros venezolanos, Emmanuel optó por la migración por el Darién, una espesa selva de más de cinco mil kilómetros cuadrados que separa a Colombia de Panamá.

A Dulce se le entrecorta la voz cuando recuerda cómo fueron los días de incertidumbre sin noticias de su hijo. “Es una de las rutas más peligrosas”, comenta. La gente que sobrevive habla de caídas por los despeñaderos, la posibilidad de ahogarse por las fuertes corrientes de los ríos por no hablar de la posibilidad de ser secuestrado o sufrir algún tipo de violencia sexual.
Según los últimos datos de algunas ONG que atienden a los migrantes en la zona, el pasado 15 de abril, solo en tres meses y medio, el número de migrantes que había cruzado el Darién superó los cien mil.

Las personas que atraviesan el paso de Darién arriesgan su vida doblemente. Por un lado, al enfrentarse a las adversidades que marca la naturaleza: ríos caudalosos, caminos intransitables, fata de agua potable, víboras…y por otro lado por la presencia de grupos criminales locales que roban, secuestran y ejercen violencia sexual.

Las rutas para atravesar el Darién cambian todo el tiempo, dependiendo del clima y las condiciones de los grupos armados y criminales en la zona, pero la mayor parte inician en Capurganá o Acandí (Colombia) y terminan en las comunidades indígenas de Canáan Membrillo o Bajo Chiquito (Panamá).

En este caso Emmanuel optó por llegar a Panamá. Y dese allí todavía tendría que atravesar varios países más hasta llegar a territorio estadounidense. Dulce recuerda que “atravesó Río Grande y allí en Texas se dejó detener. Le levantaron expediente y de allí marchó a Miami”. A día de hoy “está trabajando en la misma empresa para la que trabajaba en Venezuela a la espera de que se resuelva su estatus.Él sabía lo duro que era el camino y se estuvo entrenando para poder afrontarlo”. Sin embargo nadie les prepara para sobrellevar “el silencio y el no poderte comunicar con él” y no saber qué suerte haya podido correr.

Retenidos en Holanda
En noviembre de 2022, Dulce María, su nieta Isabella y su hija María Paola emprendieron su viaje a España. En Venezuela tan solo quedaban ya Jhony y el menor de los hijos, Jhoel Josué. La situación ya era insostenible y llegó su hora de partir. Pensaron en una manera alternativa para llegar a España. Para poder ingresar en nuestro país suelen hacerlo en calidad de turistas aunque con la idea de quedarse en el país y así luego iniciar el trámite migratorio. Aún así es necesario contar con billetes de ida y vuelta y demostrar que se cuentan con fondos para poder vivir durante su estancia en España. Se debe demostrar que se cuenta con 100€ por día/ persona, además de otros requisitos.

La decisión estaba tomada. Llegarían a España vía Holanda. Pensaron que allí sería más fácil pasar los trámites burocráticos. Sin embargo no fue así. “Al llegar a Amsterdam y meter sus datos en el sistema ya les decía que habían más familiares que habían accedido a la Unión Europea como turistas y que no habían llegado a salir”, comenta Dulce. “Nos ofrecieron dos posibilidades”, relata Jhony que todavía se emociona con los recuerdos de lo vivido. “O nos deportaban y nos íbamos en el siguiente vuelo de vuelta o pedíamos asilo en Holanda”. La decisión, aunque a priori podía parecer “fácil”, no lo era en absoluto. “La mujer que nos atendió me dijo que nos iban a encerrar en un pequeño cuarto, sin luz, sin nada…” Jhony dudó, ¿valía la pena hacer pasar a su hijo por aquello o volver a Venezuela? En la llamada que les dejaron realizar Dulce fue tajante: había que solicitar el asilo.

Dulce se puso en contacto con ‘Fe y alegría’ en Venezuela que rápidamente trataron de ayudarles. Ellos se comunicaron con el Servicio Jesuítico de Venezuela que, a su vez, puso el caso en conocimiento de la coordinadora europea. Desde Bruselas comenzaron a ayudarles tanto en la traducción como en la orientación. A partir de ese momento, tanto el Servicio Jesuita a Migrantes de Valencia como el de Madrid acompañaron a la familia en todo el proceso para tratar de traer a España a Jhony y a Jhoel.
Los abogados apelaron al ‘Tratado de Dubín’ para conseguir que ambos pudieran entrar en territorio español y desde aquí solicitar el asilo. Este convenio señala una serie de criterios para determinar qué país debe hacerse cargo de una solicitud de asilo. Por un lado, se buscan vínculos familiares o culturales del solicitante con el país que debe tramitar su solicitud. Otros criterios son el tener un visado o un permiso de residencia en un estado miembro o el país por donde el solicitante ha accedido a territorio europeo, ya sea de manera legal o ilegal.

Jhony y Jhoel permanecieron tres meses en Holanda. El primer mes en un complejo judicial y los otros dos meses restantes en un centro para refugiados a la espera de poder viajar lo más pronto posible a Valencia para reunirse con la familia. “Fue una situación muy deprimente”, confiesa Jhony que recuerda con tristeza aquellos días. El día que llegaron los dos a la estación Joaquín Sorolla fue toda una fiesta. La familia, por fin, estaba reunida.

Aunque su lucha no acaba. En estos momentos tres de ellos todavía no han conseguido cita para realizar la entrevista para formalizar su solicitud de asilo, un trámite más que necesario para poder obtener la denominada ‘Hoja Blanca’. Ese documento es el Resguardo de Presentación de Solicitud de Protección Internacional o comprobante de su solicitud de asilo y es un documento válido en España y para la realización de cualquier entrevista posterior o gestión administrativa. La ley establece que la OAR (Oficina de Asilo y Refugio) debe decidir en el plazo de un mes si la solicitud se admite a trámite (es decir, si es aceptada para un estudio), o no. Además, en la ‘Hoja Blanca’ la Policía asigna un número “NIE” (Número de Identificación de Extranjero) imprescindible para cualquier trámite oficial.