Sonia en una fotografía de archivo delante de la ermita donde vive.

CARLOS ALBIACH | 04.02.2021
En el siglo IV san Antonio Abad escuchó en la iglesia el Evangelio en el que se exhorta a vender todos los bienes para seguir a Dios. Esa exhortación llevó a retirarse al desierto para dedicar su vida a Dios. Fue por tanto uno de los primeros eremitas en la Iglesia y una de las primeras formas de vida consagrada junto a las vírgenes consagradas. En la actualidad, en un mundo marcado por el bullicio, el ruido y la rapidez aún siguen surgiendo personas que se retiran para ofrecer su vida a Dios y a las personas. Un ejemplo de ello es la hermana Sonia Sapena, una valenciana que desde el año 2010 vive como eremita en la ermita de la Mare de Déu de la Consolació de Gratallops, en Tarragona.

¿Tiene sentido hoy aislarse del mundo? Sonia lo tiene claro: “El eremita o se retira porque se aísla del mundo social, -en ese caso nos volveríamos locos- sino porque el Espíritu le lleva al desierto para en ese lugar ofrecerse por todos, por toda la Iglesia”. El eremita, que tiene su raíces en el desierto, no tiene porque vivir en el desierto sino que puede vivir en una ermita en lo alto de una montaña, como el caso de Sonia, en una casa abadía o en una ciudad.

Su día a día está marcado por las horas del oficio divino.Junto a la oración, el estudio, la ‘lectio divina’ y tres horas diarias de adoración al Santísimo también realiza velas, así como figuras y belenes con cera y pequeñas restauraciones con los que conseguir el sustento para vivir. Para ella su misión se ve reflejada en el Cristo roto que tiene en su capilla: “Parece que Jesús no hace nada y sin embargo está dando la vida. El contemplativo sirve a la Iglesia con la oración”.

El eje de su vocación eremítica, como explica, es la comunión con la Iglesia. De hecho ella, junto a los votos de pobreza, obediencia y castidad quiso hacer uno particular de unidad y comunión con la Iglesia: “La vida eremítica te da la posibilidad de ser Iglesia en una dimensión de comunión, estás para todos y a la vez te sientes de ellos”. “En este mundo que parece ausentarse de Dios, Dios está llamando a gente a retirarse por Él, para que de ahí salga la fuerza de la misión”.

Vocación
Sonia creció en el colegio Guadalaviar, El Pilar y el de San José de la Montaña. Tenía una fuerte vinculación con el grupo de Scouts católicos de El Pilar, donde realizaba numerosas acciones sociales. Sin embargo, no pisaba nunca una Iglesia. En una convivencia con niños a la que le invitaron las religiosas de las Madres Desamparados y San José de la Montaña su vida dio un giro: “en la cara de una niña vi Jesús y empezaron a surgirme las oraciones que me enseñaron de pequeña”.

Tras esta experiencia comenzó un discernimiento vocacional y a los 18 años entró como novicia en la congregación. Años después, y gracias a la intensa vida de oración que se vivía en la comunidad, tuvo “una llamada dentro de la llamada”, como ella explica. “Dios me llamaba a una vida más intensa de oración, a abandonarme más a Él”, añade. También una experiencia “fuerte” de ver la riqueza de la Iglesia le llevó a tomar la decisión: “experimenté que los diversos carismas los vivía como si fueran míos”.

Así, con el permiso de la congregación, comenzó una experiencia de tres años en la diócesis de Tarragona, que está instaurada la vida eremítica y donde tiene una gran tradición. Tras estos años realizó los votos como eremita.

Teresa, viviendo la experiencia en Valencia

L.A. | 04.02.2021
La diócesis de Valencia actualmente solo cuenta con un ermitaño diocesano. A él hay que unir a la valenciana Teresa Ortiz, que ha comenzado una experiencia de vida eremita también en la diócesis, que precede a los votos temporales como eremita. Teresa es teóloga y antropóloga, y aunque ahora está cuidado a su madre enferma, comenzó una vida de eremita en una vivienda a las afueras de Náquera. Daba clases en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas y hacía pequeños trabajos de limpieza para subsistir.

Teresa relata que a pesar de estar dando clases en la universidad tenía “un deseo grande de consagrarme a Dios, de darme completo, de amar los demás en la oración”. Este deseo le llevó a conocer la vida eremítica en Tarragona, de la que se quedó prendada.

Para ella la vida de oración y contemplación propia del eremita es como la de la familia de Nazaret, que en medio de la vida ordinaria estaba bajo la presencia de Dios. “Permanecer en su presencia te da una paz profunda”, detalla.
¿Cuál es la clave de esta vida para ella? En comunión con la Iglesia vivir la soledad a través de la oración en la liturgia, el trabajo sencillo, sabiendo que así das vida al cuerpo de Cristo”. Para ella, la escucha de la Palabra de Dios “es fundamental para escuchar lo que Dios quiere”.