EVA ALCAYDE | 22.04.2021
El primer resultado que arroja una búsqueda en Google con la palabra suicidio es la frase ‘Dispones de ayuda. Pide ayuda hoy mismo’ Y el número del Teléfono de la Esperanza: 717 003 717. (En Valencia 96391 6006). Con la pandemia sanitaria parece que han aumentado los casos de suicidios, los intentos, o las ideas de hacerlo.
Solo en el mes de abril la Policía Local de Valencia recibió 56 llamadas por avisos de suicidio, lo que supone una media de cinco atenciones diarias. Desde enero el total de avisos es de 451.
Los datos se dieron a conocer la pasada semana y el responsable del área de Protección Ciudadana del Ayuntamiento de
Valencia, Aarón Cano, mostró su preocupación por el incremento de este tipo de notificaciones en el 092 durante los días festivos de Semana Santa y Pascua. También anunció que se realizará una formación específica a toda la plantilla de la Policía Local y Bomberos para mejorar la actuación de los servicios de emergencia en estos casos.
Los seminaristas del Seminario Mayor ‘La Inmaculada’ de Moncada también han recibido ya unas charlas sobre este tema, por parte de los expertos del Teléfono de la Esperanza de Valencia, para saber cómo actuar y cómo ayudar a personas con ideas suicidas, en el caso de que se enfrenten a esta situación cuando sean sacerdotes.
Los problemas de salud mental y los suicidios preocupan mucho. Y no es para menos porque las cifras que existen son demoledoras. Aunque no se dispone de cifras de 2020, según los datos anteriores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cada día se suicidan en nuestro país diez personas. El suicidio sigue siendo la primera causa de muerte no natural en España, convirtiéndose automáticamente en un grave problema de salud pública. La OMS calcula que alrededor de 800.000 personas se suicidan cada año en el mundo, lo que supone una muerte cada 40 segundos.
La llegada de la pandemia sanitaria de la Covid-19 y todo lo que ello ha supuesto, puede haber agravado la situación. Así lo entiende Sandra Pérez, investigadora principal del grupo ‘Personalidad, Sentido y Conducta Suicida’, de la Facultad de Psicología de la Universidad Católica de Valencia, que lleva 12 años investigando este tema. “La pandemia por Covid ha derivado en mayores problemas de salud mental, y probablemente en un incremento en las tasas de suicidio. Aunque esto lo sabremos cuando se tengan las cifras completas de 2020 y hasta la actualidad, que recogerán el efecto acumulativo de la pandemia, que ha supuesto un estresor crónico y prolongado en el tiempo”, asegura.
Más llamadas al Teléfono de la Esperanza
Lo que sí han aumentado durante la pandemia han sido las llamadas al Teléfono de la Esperanza de personas con ideas suicidas, aunque esto “no significa que hayan aumentado los suicidios”, destaca Jesús Pérez, Vicepresidente del Teléfono de la Esperanza en Valencia, especializado en el tema de suicidio dentro del Plan de Salud Mental del Ayuntamiento de Valencia.
Por su inmediatez, el teléfono se convierte en una herramienta muy eficaz para tratar estos temas de angustias vitales. También se conoce que la ideación y la intención suicida es algo que fluctúa enormemente en el tiempo. “De hecho a nuestros voluntarios les pedimos que mantengan la llamada el máximo de tiempo posible, ya que la gente llama con una intención y al hablar con nosotros, descargan su tensión y al cabo de un rato ya no sienten lo mismo, pasan a una situación de ambivalencia, donde ya no les parece que el suicidio sea tan buena idea”, asegura el experto.
La ambivalencia es ese estado de ánimo en el que pueden coexistir dos emociones o sentimientos opuestos. El trabajo del voluntario es investigar en qué fase se encuentra la persona que está al otro lado del teléfono para trabajar con ella e intentar que cambie de fase. “La duración de las fases depende de cada persona, el sufrimiento puede con ellos y se dejan llevar por las emociones. Las que son muy impulsivas, por ejemplo, no pasan por esta fase de ambivalencia”, añade Jesús Pérez.
A la hora de trabajar en el Teléfono de la Esperanza tienen muy en cuenta que cada persona es diferente y que las reglas generales no funcionan. Cada uno va acumulado a lo largo de su vida unas vivencias que se convierten en sus factores de riesgo o en sus factores de protección. “En la relación terapéutica que se establece con la llamada, lo primero que debemos hacer es escuchar, luego controlar las propias emociones del terapeuta y después recibir la información. Debemos establecer cuales son estos factores de riesgo y de protección, valorar los comentarios negativos sobre sí mismo o el futuro y detectar las señales de alerta verbales y no verbales”, explica Pérez, que también subraya la importancia de respetar y comprender a la persona angustiada.
Uno de los aspectos que preocupan en el Teléfono de la Esperanza es el aumento que han detectado de llamadas de jóvenes y adolescentes. “Vivimos en una sociedad centrada en acumular bienes, fama y éxito y los jóvenes no están acostumbrados a la capacidad de sacrificio, no se saben manejar demasiado bien con los sentimientos y presentan gran soledad interior. Están muy esclavizados con cosas que no te llevan a la vida”, destaca el experto que recuerda la importancia de reforzar la educación en los jóvenes.
Jesús Pérez también está colaborando con el Ayuntamiento de Valencia para la elaboración de un Plan sobre Prevención del Suicidio que llegue a todos los ciudadanos y no solo a los profesionales de la salud.
“Las cifras hablan de unos 3.600 casos de suicidios en España, pero habrá muchos más que los familiares no dicen y esconden por eso es importante hablar de suicidio, sin morbo, y normalizar las enfermedades mentales”, explica Pérez, que también ha realizado charlas sobre el trabajo del Teléfono de la Esperanza en el Seminario Mayor de Moncada, “para formar a los seminaristas en estas cuestiones y que cuando sean sacerdotes busquen el apoyo de la psicología por el bien del hombre”.
El consuelo del confesionario
Un lugar donde la gente acude a desahogar sus angustias y sufrimientos es el confesionario. Allí se reciben palabras de ánimo, de escucha, de atención, de consuelo, de sosiego y también de esperanza. PARAULA se ha dirigido al Basílica de la Virgen de los Desamparados, un santuario mariano en pleno centro de la ciudad, elegido por muchos valencianos para sus confesiones.
La Basílica de la Virgen ha cuidado mucho el sacramento de penitencia y los fieles saben que en este templo siempre van a poder encontrar a sacerdotes preparados para la confesión. Actualmente hay cuatro confesionarios en la planta baja y tres en la superior, aunque los más utilizados son los de la Capilla de la Comunión, en la planta baja. Las confesiones allí “son un goteo constante, que pueden llegar fácilmente a 150 personas al días”, explica Álvaro Almenar, vicerrector de la Basílica de la Virgen, que también destaca que “hay tiempos diferentes, por ejemplo en Cuaresma y Adviento la gente se confiesa mucho y en Pascua también. Hay momentos en que se forman colas, y es un goteo constante de personas”.
Por su experiencia en la confesión, el sacerdote sabe que “el sacramento de la penitencia es un lugar de descanso y de consuelo, donde se experimenta el amor gratuito de Dios, el que no nos merecemos”. Y ahora en la pandemia ese consuelo es más necesario que nunca para muchas personas que han sufrido.
“La gente llega al confesionario con angustias –asegura Álvaro Almenar- , bien por el sufrimiento de la vida, bien por el dolor de los pecados. Otras veces las angustias vienen potenciadas por alguna patología como la depresión, que hace que se multipliquen los problemas. En el confesionario los sacerdotes no podemos resolver los problemas, pero sí animar a la gente y que tome conciencia de que la vida es un don sagrado, a pesar de los problemas y dificultades. La fe es como una lámpara que lo ilumina todo. Hay que animar a la gente que está deprimida tras la pandemia, porque después de una puerta de sufrimiento se abre otra de esperanza”.
Lo que no debemos hacer
Para la investigadora en suicidios de la UCV, Sandra Pérez, lo primero de todo, es que no debemos subestimar los comentarios directos o indirectos sobre el suicidio o el sufrimiento de una persona. “Es fácil que si un amigo o un familiar nos dice algo como “me gustaría no levantarme” o “no tengo ganas de vivir”, digamos algo como “no digas tonterías” o simplemente no digamos nada.
Ante estos comentarios, la persona no siente validadas sus emociones, ni su sufrimiento, y se incrementa su sensación de incomprensión. También cerramos la puerta a que hable de ello. Y hablar del sufrimiento y permitir que la persona verbalice su deseo de muerte es una puerta para poder ayudarla. De modo que tenemos que preguntar”, recomienda.
Estar atento a los comentarios es fundamental para ayudar a otra persona. A veces una persona puede hacer comentarios negativos de si mismo o de su vida del estilo de “no valgo nada”, “mi vida no tiene sentido”. Otros comentarios pueden aludir a la falta de sentido, al vacío, o directamente a la ideación suicida (“he pensado en quitarme la vida”).
En otras ocasiones la persona puede despedirse abierta o sutilmente, regalando pertenencias, cerrando cuentas de redes sociales, enviando mensajes de afecto que no solía compartir, pidiendo disculpas… “Otras manifestaciones conductuales pueden ser un cambio brusco en las relaciones sociales, como aislamiento exagerado, disminución en el nivel de actividad o en el rendimiento académico, etc. Son cambios que nos hacen percibir que la persona no es la misma o que nos indican que algo no va bien”, afirma.
Para ayudar a una persona Pérez también recomienda “dejarle la puerta abierta a acompañarle a un profesional, darle información sobre recursos a los que acudir, muchas de las personas que sufren, aceptan recibir dicha ayuda. Tener un contacto con personas allegadas u amigos que hagan un seguimiento, preguntando cómo está, y recordándoles que pueden recibir ayuda y animándoles a ello, podría ser también un factor motivador para hacerlo en algún momento”.
Por su experiencia directa con las personas que llaman al Teléfono de la Esperanza de Valencia, Jesús Pérez recomienda no hacer preguntas cerradas, ni críticas a lo que dicen, ni hacer juicios valorativos. “Debemos abrir nuevos caminos para intervenir, entrar en los sentimientos de la persona y conseguir el diálogo, no dar consejos, sino indicar donde están las salidas, donde hay luz y que la persona, aunque no rechace la idea suicida, al menos dude de los beneficios de llevarla a término”, explica.