Antonio Díaz Tortajada
Delegado episcopal de Religiosidad Popular

Las procesiones de Semana Santa consiguen sacralizar el espacio urbano, crear un clima propicio a la conmemoración pasional, llevar las imágenes de Cristo y su Madre al encuentro de los ciudadanos, creyentes o no. Y los tronos sobre los que se exhiben las imágenes, muchas veces de enorme valor estético, se convierten en verdaderos altares.

El rito de peregrinación o procesional varía de forma sustancial de unos pueblos a otros, conforme a su historia y al carácter de sus gentes, siendo estas la recreación plástica de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Cada pueblo ha tomado un derrotero peculiar en su configuración estética.

Las primeras Cofradías o Hermandades penitenciales tienen su origen medieval y sus manifestaciones externas pueden considerarse similares en cualquier punto de España.

En todas estas Cofradías o Hermandades hay un momento esencial, la realización de su sacramental o procesión. Se trata de la salida a la calle para efectuar una manifestación pública de fe en donde se une toda la población con los cofrades.
Y en los tiempos litúrgicos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, si realizáramos una comparación desde populosas ciudades en donde el número de Hermandades es muy amplio hasta la pequeña aldea con una única procesión organizada por la humilde y sincera comunidad parroquial contemplaríamos un denominador común.

Si entramos en la diversidad de organizaciones de cada Semana Santa, en la personalidad de sus Hermandades o Cofradías tan diferentes entre sí, a pesar de lo específico de alguna de ellas como la obra de misericordia de enterrar a sus muertos, es cierto que en todos los lugares existe algo que es igual: una serie de iconografías que siempre son las mismas y están muy unidas a lo que la liturgia manda en estos días a nivel universal. Nos referimos al momento culmen en el que sale a las calles el Señor, no una imagen de un Cristo cualquiera, sino aquella a la que los lugareños ha considerado la imagen que representa a Dios hecho Hombre en dicho sitio y, en un segundo lugar, el momento en que el centro de atención recae en la Virgen María que acompaña a su Hijo al Calvario.

Iconografías primordiales
Cuáles son esas iconografías primordiales que adopta Jesús y su Madre y sin las que no existiría la catequesis plástica que es la Semana Santa. Es un número corto y simple que tiene su culmen en la figura del Nazareno con la cruz a cuestas hasta el punto de que en muchos lugares se conoce popularmente como la cofradía de Jesús o de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Se debe de añadir la imagen del Crucificado, con sus diversas advocaciones, pero no de cualquiera, sino del expirante, del que muestra el momento en que Cristo con su muerte desde su trono que es la Cruz redime a la humanidad.

La cuarta iconografía en importancia es la sucesión lógica de la anterior, la presentación al fiel del cuerpo glorioso de Cristo, el Resucitado. A este grupo hay que añadir una quinta iconografía que si bien no entra dentro del Triduo comenzado el Jueves Santo y que termina en la Vigilia Pascual tiene un desarrollo muy importante, sobre todo desde la Edad Media en la liturgia de la jornada del Domingo de Ramos, nos referimos a la entrada triunfal en Jerusalén que suele ser la que abre los desfiles, es una imagen necesaria para el comienzo de la Semana Santa, pero a diferencia de las demás, no demasiado devocional.
Junto a estas tenemos que añadir la idea de la Madre presente que sufre en la Pasión y que invita como Señora de la Iglesia a todos sus hijos a acompañarla en el sufrimiento y la meditación callada de la Pasión. En este sentido, aunque no entremos demasiado en la figura de san Juan en muchas ocasiones no sólo lo encontramos acompañando a la Virgen María o participando en algún misterio, sino en un paso propio desde el cual señala la Vía Dolorosa. Sería descabellado negar presencias como la de Santa María Magdalena o la Mujer que porta el ‘vero icono’, pero no aparecen con tanta frecuencia.
A estas imágenes se suman las grandes iconografías con muchas imágenes secundarias que proceden adornadas y desarrolladas de los relatos evangélicos apócrifos; que llegan incluso a representar escenas tan peculiares como el cruce del arroyo Cedrón en la ínfima traducción geográfica de una línea de los Evangelios o dogmas de fe como el manifestado en el credo apostólico y ‘descendió a los infiernos’.

En otras ocasiones surgen iconografías que en un momento gustaron, y con posterioridad se pierden como puede ser el caso de los lavatorios que, al presente vuelven a despertar el interés de nuevas fundaciones. E incluso podemos llegar a los pasos alegóricos como los del esqueleto que representa a la Muerte vencida por la Muerte de Cristo.

La iconografía de Cristo cargando en el madero los pecados de la humanidad (“Él que llevó” -en realidad es la figura más común de encontrar en una población y aquella sobre en su propio cuerpo- “nuestros pecados sobre la cruz”) la que suele girar a nivel de veneraciones la mayoría de las Semanas Santas hasta el punto de tomar adjetivos de posesión por parte de la ciudad o del lugar donde se venera.

Es obvio que no en todas las ciudades estaban todas las órdenes religiosas, aún así de haber algunas de ellas que tuvieran una Hermandad en la que se venerara un Nazareno, sólo uno de ellos triunfaba sobre los demás. A veces incluso la historia es caprichosa y no destaca al presente el que en un principio pudiera tener más fuerza. Un caso claro es el Gran Poder de Sevilla, hermandad que nace en los benedictinos y pasa por muchas sedes. Desde aquí las más modernas y por lógica son de fundación secular, pero tomando lo heredado de las Hermandades regulares.

Nos encontramos también ese Cristo vestido con mayor frecuencia con rica y bordada túnica morada que en realidad viste como un rey y que sufre como hombre, pero al mismo tiempo muestra por la riqueza que presenta incluida en el madero denota con claridad que se trata de Dios.

Ahora bien, no todas las imágenes de una misma iconografía tienen el mismo peso en esa devoción personal de los diversos nazarenos. Unos gozan de su devoción asentada en un barrio, pero el interés votivo de toda la ciudad sólo lo ostenta una sola imagen con gran raigambre.

Las Siete Palabras
Los evangelios ponen en la boca de Cristo siete frases, las únicas que dijo desde la Cruz que tradicionalmente se conocen como las Siete Palabras. Son: ‘Padre perdónales porque no saben lo que hacen’; ‘Tengo sed’; ‘Madre he ahí a tu Hijo, Hijo he ahí a tu Madre’; ‘En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso’; ‘Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’; ‘Todo está consumado’; y, ‘Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu’. Estas Palabras nos llevan a la segunda iconografía en importancia: la expiración de Cristo, el momento de representarlo en la cruz sin estar vivo ni muerto, en el justo trance en que deja la vida. Muchas imágenes del Crucificado puede haber en una Semana Santa, pero en la que se represente este momento muy pocas; normalmente roza la unidad y si existe alguna más siempre prima una.

A nivel de catequesis plástica ha llevado a que las Cofradías que giran en torno a esta iconografía puedan denominar a su imágenes como Salvador, Perdón, Amparo, Misericordia, Buena Muerte, Concordia, o Afligidos, por ejemplo.

Existe un icono especial y bastante común en estas Cofradías que son los niños palabreros. Se trata de siete niños que llevan en gallardetes bordadas en español o en latín las siete frases que Cristo dijo en la Cruz.

Adjetivos tiene la Virgen María en las letanías lauretanas y en la colección de virtudes que, junto a las teologales y cardinales, nos llevan a la santidad, pero sólo una va a primar sobre las demás en cada población siendo las más comunes Dolores, Soledad, Esperanza, Amargura… Estas Cofradías de Pasión comienzan a desarrollarse en un inicio en conventos de órdenes regulares entre las que hay que destacar a franciscanos, dominicos, agustinos y carmelitas, a las que habría que añadir trinitarios y mercedarios frente a otras muy raras en la fundación de Cofradías como pueden ser los jesuitas o cartujos. En un inicio suelen ser congregaciones de varias escuadras de las cuáles siempre una prima sobre las demás y hay que considerarla como el grupo madreo principal sobre el que giran todos los demás.

Virgen Dolorosa de la Real Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, de Gandia.

La Virgen María
En cuanto a la Virgen María ocurre lo mismo que con el Nazareno, siempre existe una ‘Dolorosa’ que prima sobre las demás. El porqué la población considera que una devoción determinada es María, depende de la historia de cada comunidad cristiana.

Sí es cierto que, a diferencia de las iconografías de Cristo, en las marianas puede haber una dualidad entre la principal dolorosa que puede salir en cualquier jornada y la necesaria Dolorosa del Viernes Santo por la noche o incluso del sábado santo, que siempre responde o a una Virgen de los Dolores de influencia servita o al paso apócrifo de la Soledad de María.

De hecho son dos iconografías muy distintas. La servita no deja de ser una dolorosa gloriosa que recuerda el milagro de la aparición de María a san Alejo y sus compañeros que llevan a la fundación de la Orden Servita, y en algunos lugares en donde la orden bien por la presencia de un convento y con más frecuencia por la rama seglar llevan incluso a que esta advocación se convierta en la patrona. Son una clase de Hermandades que pueden presentar una interesante variación eligiendo su único día de salida el Viernes de Dolores sin repetir su manifestación pública de fe el Viernes Santo. Sí es cierto que los casos en que esto ocurre suelen ser Dolorosas que pierden devoción colectiva frente a aquellas que mantienen los cultos el Viernes de Dolores y la procesión en su octava.

En realidad la Soledad generalmente representa el retiro de María tras la muerte de Jesús hasta su Resurrección, por eso se le suele representar a los pies de una cruz con un sudario.

En ambos ejemplos sí es cierto que se entiende el duelo sufrido por María y la obligación de los fieles de compartirlo con Ella.

Esa es la principal razón que lleva a la devoción que alcanzan las Cofradías pasionistas marianas.

Quizás Don Quijote lo definió en su locura cuando Cervantes expresa: “Iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada y posteriormente el hidalgo da la razón por la que va a atacar a los disciplinantes: al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad, y que algún notorio desaguisado le habedes fecho”.

En tres líneas Cervantes definía a la perfección la iconografía de la dolorosa y Don Quijote, el sentir doloroso que debe de trasmitir dicha imagen en los fieles.

El Cristo yacente
Junto a las dos iconografías descritas nos aparece una tercera: es el Cristo yacente. La fe cristiana tiene la necesidad humana de palpar que el Hijo del hombre murió. No es considerado como la procesión de un cadáver, sino la acción de mostrar el cuerpo destrozado que necesariamente tenía que estar así para resucitar, sí es cierto que la percepción de los fieles es de respeto, es un misterio que impone más que intentar buscar la devoción.

El cristiano tiene necesidad de poder certificar con su mirada que la muerte se ha producido; los fieles tienen la parquedad de ver una imagen de Cristo muerto, del Hijo del Hombre que ha terminado sus días como un mortal más y por tanto se necesita de la exposición de su cadáver al igual que ocurre en cualquier cultura, fuera de cualquier connotación religiosa.

El cuerpo sin vida debe de ser observado por los demás para entender que es cierto que ha sufrido la muerte y se pueda cerrar el capítulo final de esa vida. Por eso existe tanta desesperación cuando una persona desaparece o no se encuentra su cuerpo en un accidente catastrófico, porque los demás no han podido certificar su muerte y existe la esperanza de un regreso. Esa es la primera razón que lleva a que se muestre el cuerpo vencido, yacente de Cristo por las calles.

Es de destacar la procesión única en el mundo en la que sale un Cristo muerto y vivo a la vez. Y es que, por un privilegio papal de tiempo inmemorial, en el costado de la imagen se coloca un viril con el Santísimo Sacramento, formando una custodia.

Está perfectamente definida como el Corpus Christi del Viernes Santo de las Descalzas de Madrid. En esta magnífica procesión de Sacramento (no es un sacramental porque Cristo está presente) la Sagrada Hostia toma como viril el costado del Yacente de Gaspar Becerra (siglo XVI) y, aunque se utilizan los ternos negros que son los ideales de la jornada en esos momentos la imagen no es venerada, sino adorada porque dentro va el Santísimo.

No es el único lugar en donde existe costumbre de adorar mediante una procesión al Corpus Christi el Viernes Santo, otro caso curioso es la catedral primada de Braga en donde la Hostia se lleva tapada en una arca velada como si se tratase de un ataúd. En ese sentido no se adora a la imagen muerta, sino que se explica la necesidad de la muerte de ese templo para que en el mismo se produzca la Resurrección.

Es muy curiosa la iconografía en este sentido, pues en realidad los evangelios no cuentan lo que sucedió una vez que el cuerpo de Jesús quedó en la tumba, siquiera nadie se ha atrevido a representar iconográficamente ni por su imaginación el momento en que el Cuerpo de Jesús comenzó a tomar vida, pero sí su conservación.

No sería necesario sacar a la calle un cuerpo que posteriormente va a ser destruido o lo vamos a depositar en un determinado lugar para que la madre naturaleza actúe en el tiempo sobre él. No, se muestra en muchas ocasiones preservado sobre una urna de cristal de rica orfebrería o buena talla indicando que no es un cuerpo normal, sino aquel sobre el que se espera algo y por tanto no debe de ser destruido, todo lo contrario, protegido.

Es una idea que no sólo queda en Cristo, sino en las imágenes yacentes de la Virgen María que espera su Asunción a los cielos en cuerpo y alma, la manera de mostrar la incorruptibilidad divina de los santos para que se entienda que su cuerpo ha quedado así para demostrarnos cuál es el verdadero comportamiento de llegar a la Salvación.

Acudamos a una narración fuera de la religión como el cuento de “Blancanieves y los siete enanitos”, (Grimm, Jacob (1785-1863) estos introducen a la bella niña en una urna para que no sea corrompida y pretenden velarla infinitamente, quizás esperando el milagro que no es otro que el amor del príncipe azul: reposando en su ataúd sin descomponerse, como dormida, pues seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y con el cabello negro como ébano.

Volviendo a los Santos Sepulcros son Hermandades que salen a la calle en torno a las vísperas del Viernes Santo, aunque existen algunos lugares en donde pueden utilizar la tarde de la jornada del sábado santo acercándose mucho a la inminente Vigilia Pascual y responden a diferentes orígenes desde las que nacen en muchas ocasiones del ritual de desclavar a Cristo de la Cruz a aquellas que van desde su fundación en una orden religiosa hasta las seculares, más comunes.

Es muy normal que se hable de la oficialidad del Santo Entierro, aquella cofradía que cierra los desfiles y es acompañada por representaciones de todas las demás, así como de las autoridades civiles y del clero porque en el fondo es la que explica que toda la catequesis vivida en los días anteriores tenía como finalidad representar ese final sin el que no se puede entender el paso siguiente y es que Cristo tenía que morir para vencer a la muerte con su Resurrección.

Esa es la siguiente iconografía la de mostrar el cuerpo glorioso de Cristo el domingo de resurrección, la de no buscar entre los muertos al que vive; un paso que si bien puede faltar en algunas Semanas Santas se intenta solventar y con iconografías muy diversas a lo largo de la historia ya que es muy difícil de representar lo inexplicable, ¿cómo es un cuerpo resucitado?

Los propios evangelios dejan claro que ese cuerpo no era igual y al principio no es reconocido, así María Magdalena lo confunde con un hortelano, los discípulos de Emaús no lo reconocen hasta que parte el pan, y en la pesca en el lago Tiberiades tampoco se muestran conformes hasta que san Juan lo dice y nadie se atreve a preguntarle si en verdad era Él porque lo sabían.

La Vigilia Pascual y el encendido del Cirio con el reparto de la Luz de Cristo, estando el templo a oscuras, es quizás la mejor manera de recordar la Resurrección, si bien la falta de un sacramental de unas claras connotaciones gloriosas parece ser que en muchos lugares chocaba con la lógica -es difícil entender lo que es el Cirio Pascual para el pueblo llano- y era necesario que los fieles vieran al Hijo del Hombre vivo creándose una Hermandad con la misma oficialidad que tienen los Santos Entierros, pero en la principal jornada que existe en el catolicismo; unas veces como el paso organizado por la agrupación o unión de Hermandades de esa ciudad o pueblo, y en otros casos en base a una cofradía que no suelen ir más allá del principio del siglo XX.

Los pasos pasionales de Semana Santa de riquísimas iconografías, las advocaciones y las idiosincrasias determinadas de las Hermandades son siempre sumas a la riqueza esencial, los momentos en que los fieles cristianos consideran casi de manera tangible que es la hora en que en sus calles está el Hijo del Hombre o su Madre.