CARLOS ALBIACH | 2-02-2018
Enclavado en el valle del Toliu de Gilet, en plena Sierra Calderona, nos encontramos con uno de esos lugares que ya por fuera nos hablan de paz. Rodeado de la montaña se encuentra el Monasterio Santo Espíritu, que regentado por los franciscanos, busca hacer presente el misterio de Dios. Además de ser escuela de novicios y hospedería y a pesar de la austeridad franciscana atesora en su interior numerosos tesoros de gran importancia artística y cultural.
El origen del monasterio de Santo Espíritu de Gilet se remonta a 1402, cuando la reina de Valencia, doña Maria de Luna, adquiere de Na Jaumeta de Poblet, señora de Gilet, la masía del valle del Toliu. Ese mismo año se establecen trece frailes de la Observancia Franciscana por voluntad de la reina, que fue aconsejada por el conocido escritor fray Francesc Eiximenis. Un año después el papa Benedicto XIII firma la bula de fundación del convento y Martín el Humano dona a la reina todo el valle de Toliu para que pudiera formar parte del monasterio. El 21 de octubre la reina lo lega todo a los franciscanos.
A lo largo de su historia el Monasterio de Santo Espíritu ha vivido todo tipo de vicisitudes como el cierre del monasterio en 1835 por la exclaustración forzosa ocasionada por la desamortización, durante la cual solo se quedó un religioso como arrendatario. Otro momento tenso para la comunidad fue durante la Guerra Civil, en la que el convento fue desvalijado y los frailes se vieron obligados a dispersarse hasta el fin de la contienda.
A lo largo de la historia el monasterio de Santo Espíritu ha adquirido gran importancia desde el punto de vista artístico y cultural. “La arquitectura es frascicanamente humilde, y ahí radica su encanto. Aún así, hay una gran belleza que es trampolín para lanzar el espíritu a lo trascendente”, apunta el guardián superior, Fernando Hueso. La actual iglesia del convento se comenzó a construir en 1679 y se terminó en 1790. En el altar mayor de la iglesia encontramos una de las joyas artísticas del monasterio: su retablo. Aunque se realizó en el siglo XVIII está formado por piezas de épocas anteriores. En el centro encontramos la tabla central en la que se muestra la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Esta pintura es obra de Miguel Juan de Porta, discípulo del afamado pintor valenciano Juan de Juanes. Este cuadro presenta un aspecto curioso porque además de los apóstoles aparecen las tres Marías, y no solo la Virgen, como es habitual.