❐ L.B. | 08.06.2022
Un oasis de silencio y paz en medio del ruido y ajetreo de la ciudad. Eso es el monasterio de la Puridad y de San Jaime de la orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara o Clarisas. A pesar de encontrarse en pleno centro de la ciudad de Valencia, en una callejuela entre la plaza de la Virgen y la plaza de Manises, rodeado de bares, restaurantes y multitud de grupos de turistas que acuden a visitar la Catedral y la Basílica de la Virgen, cuando traspasas su puerta entras en otro mundo. La tranquilidad, el silencio y el ambiente de oración lo llenan todo. “La gente nos dice que este monasterio tiene algo especial. Entras aquí y no se oye nada”, comenta sor María Mercedes su abadesa.
Un edificio con historia
La orden de las Clarisas, fundada en 1211 por santa Clara de Asís, primera mujer a quien la Iglesia aprobó una regla propia, se estableció en España en 1228, al fundarse el primer monasterio en Pamplona.
El monasterio de La Puridad y San Jaime fue la primera fundación de Clarisas en el Reino de Valencia, y fue erigido aún en vida de santa Clara, entre los años 1239 y 1248.
Durante 600 años estuvo ubicado en lo que corresponde a las calles Rey Don Jaime, Conquista y Moro Zeit, de Valencia. Fue en 1853 cuando se trasladó a su actual ubicación.
Lo que hoy es capilla del convento era la ermita del Rey don Jaime. “Aquí se hospedaba el rey y aquí fue donde firmó los Fueros de la Ciudad y Reino de Valencia”, explica sor María Mercedes.
Pobreza, fraternidad y alegría
Actualmente la comunidad del monasterio de la Puridad está integrada por diez hermanas, que siguen el carisma de vivir el Evangelio bajo la dimensión contemplativa. Un rasgo característico de la espiritualidad franciscana, a la que Santa Clara fue muy sensible, es la radicalidad de la pobreza, asociada a la confianza total en la Providencia divina. En esta pobreza asumida voluntariamente, las Clarisas se sienten libres “porque la abundancia de bienes crea insatisfacción y hasta angustia; en cambio la pobreza entendida como liberación, reporta alegría”, afirman.
Precisamente la alegría es otra de las características de las Clarisas. “Llevamos una vida sencilla, como una hermana pobre de santa Clara quien, junto con Francisco, quería que nuestras comunidades fueran alegres y fraternas”. Y esa alegría es evidente. Las religiosas te reciben con una gran y sincera sonrisa que se refleja no solo en sus labios sino también en sus ojos alegres y transparentes. “Sonríes sin darte cuenta, te sale de dentro, del fondo del corazón. Es la alegría del Señor”, comentan.
En su quehacer diario desarrollan diversas actividades. “Nuestro trabajo principal es la Adoración al Santísimo, pero también nos dedicamos a la realización de trabajos y al cuidado de nuestras hermanas enfermas y mayores”, señala la abadesa.
Trabajo y oración
Hace unos seis años, las hermanas Clarisas empezaron a elaborar pastas caseras, totalmente artesanales. Magdalenas, galletas de mantequilla, corazones de yema, castellanas, rollitos de anís, bocaditos de coco, pasteles de boniato y trufas son algunos de sus productos, a los que en Navidades añaden el turrón de la abuela y los polvorones, que venden a través del torno de su convento.
“Antes hacíamos bordados y pintura en tela o cerámica, pero ahora nos dedicamos a los dulces que cada vez son más conocidos y que compran para hacer regalos o para eventos,”, explican.
Como religiosas de vida contemplativa que son, hacen su trabajo en silencio y rezando, siguiendo la máxima ‘Ora et labora’.
Y es que, toda la vida de las Clarisas gira en torno a la oración, desde las 6 de la mañana, cuando se levantan y acuden al coro a hacer oración personal, laudes y misa, hasta la noche, en que terminan el día con el rezo de completas. Toda su jornada es oración, con tiempo también para el estudio, ensayo de cantos, la realización de labores de la casa.
Tras la comida tienen un tiempo de recreación en el que fraternalmente se comunican y hablan. Hasta las 16 h en que comienza de nuevo el silencio, reuniéndose en el templo para seguir con sus turnos de vela ante el Santísimo.
“Con nuestra oración de alabanza e intercesión, nos unimos a la Iglesia, a todo lo que el Papa pide. Rezamos por todos, por el mundo, presentándole al Señor todas las necesidades de la Iglesia y de la sociedad”, comentan las religiosas. A su monasterio acude gente a pedirles oraciones y también consejo, así como jóvenes a los que ofrecen su testimonio de vida. “La gente tiene mucha hambre de Dios y se acercan a pedirnos que recemos”, reconocen. “Espiritualmente trabajamos mucho, si no estar encerradas no tendría sentido. Ahora rezamos mucho y sacrificamos muchas cosas para que se terminen las guerras, para que el Señor les toque el corazón y se consiga la paz”, afirman.
Este domingo, ‘Jornada pro orantibus’
Este domingo 12, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la ‘Jornada pro orantibus’, un día para que valoremos y agradezcamos la vida de los monjes y monjas que se consagran enteramente a Dios por la oración, el trabajo, la penitencia y el silencio.
Entre las religiosas de vida contemplativa de nuestra diócesis, hay monasterios de Carmelitas Descalzas, de Carmelitas de la Antigua Observancia, de Cistercienses, de Dominicas y de Franciscanas Clarisas, entre otros.
La Jornada se celebra en toda España con el lema ‘La vida contemplativa: lámparas en el camino sinodal’. Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, organizadora de esta Jornada, destacan los pilares básicos de la vida contemplativa -la escucha, la conversión, la comunión- aquellos que lo han dejado todo para contemplar al Señor se convierten en testigos de la Luz y pueden ofrecer al Pueblo de Dios su “misteriosa fecundidad en clave de crecimiento sinodal”.