Este sábado 1 de mayo, la valenciana Inés Milián, de 36 años, se consagrará en el Orden de las Vírgenes en una ceremonia que tendrá lugar en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, de Valencia. Mujer inquieta y creativa, después de trabajar como azafata, cuidando niños y en una empresa de interiorismo, ahora el Señor le ha llamado “a bajarse de los tacones”
L.B. | 29.04.2021
“Estoy enamorada de Jesús y hasta las trancas”. Esto fue lo que sintió Inés Milián hace ocho años cuando vivió una Pascua con las religiosas de Iesu Communio en el monasterio de La Aguilera en Burgos. Enamoramiento que, después de un largo y no siempre fácil proceso de búsqueda, culmina este sábado con su consagración.
Nacida en el seno de una familia numerosa y católica, Inés es la tercera de 10 hermanos. “Mis padres nos han transmitido la fe a todos desde bien pequeños”, destaca. De hecho, siempre se ha movido en ambientes cristianos. “Pero a veces este ambiente no es suficiente si no se tiene una propia experiencia en la vida”, reflexiona.
Y esa experiencia comenzó para Inés a los 13 años de edad. Después de tener una riña entre hermanos, salió de casa llorando y pensando: “Si nadie me quiere, si no soy amada como soy, para qué vivo, para qué existo. Si hoy mismo muriera, ¿alguien me echaría en falta?”. En ese momento, escuchó en su interior una voz que le decía: “Yo sí te quiero. Tengo un plan para tu vida y un gran amor para ti”. Con el convencimiento de que estas palabras venían de Dios y eran ciertas, Inés volvió a sentir que su vida merecía la pena. Así empezó su relación íntima con Dios.
Con el paso del tiempo, Inés pensó que los planes del Señor para ella serían formar una familia. Como ella misma confiesa, “no fueron pocos los noviazgos que tuve hasta los 27 años. Salí con chicos pero ninguno de ellos llegaba a saciar mi sed de amor. Les exigía un amor que nunca serían capaces de darme”.
Su último novio parecía que era “el de la promesa”. Era un chico con el que se llevaba genial, su familia era perfecta y estaban muy enamorados. “Éramos muy felices. Pusimos fecha de boda para el 2012”. Pero cuando ya tenían la iglesia, el salón… un imprevisto dio al traste con esta relación y todos los planes de futuro de Inés se esfumaron de golpe.
“No entendía nada de lo que me había pasado. Viví meses la experiencia del rechazo, del juicio, la soledad, la incomprensión y el silencio de Dios. Seguía pidiéndole a Dios que me hablara, que me diera respuesta. Seguía esperando mi resurrección”, rememora.
Tres meses más tarde fue al convento de La Aguilera a acompañar a una chica de su parroquia que iba a hacer los votos. “Aquello fue impactante. Nunca había visto a tantas monjas juntas ni tan jóvenes”. Inés no ha podido olvidar el momento en el que las religiosas les recibieron con un canto que decía: “Lo que tengo te doy. Nuestro gran regalo es que no hace falta más que Jesucristo”. “Al escuchar esto mi corazón hizo crack. Comencé a llorar, no podía parar. Sentía que allí encontraría respuestas”. Pasó la Pascua de 2013 con las religiosas. “Delante del sagrario y mirando la cruz junto a la frase ‘Tengo sed’, conocí el rostro de mi amado, al que ya había entregado mi corazón y mi vida a los 13 años”, explica.
A partir de ese momento la vida de Inés se transformó. “Estaba enamorada de Jesús y hasta las trancas. Estaba feliz a más no poder”. Tenía ganas de rezar, de ir a misa todos los días, de estar ante el sagrario… “Todo eso que antes me parecía una pérdida de tiempo”, reconoce.
Su director espiritual le derivó al Centro de Orientación Vocacional donde una vez al mes tenían un encuentro con distintas realidades de vida religiosa. Así conoció ‘Villa Teresita’, una familia religiosa con un fuerte carisma por los pobres y excluidos, centrado en las mujeres. “El rostro de Cristo se ha grabado en mi corazón a través de los pobres, sencillos y desamparados”, indica Inés.
Han sido años de búsqueda y no siempre fácil. “Yo no veía nada, pero Él lo iba haciendo todo. ¡Qué dura es la incertidumbre!”, exclama Inés. Porque durante esos años, dudó, fue impaciente y se desesperó. Finalmente, y a pesar de sus prejuicios, empezó a acercarse al Orden de las Vírgenes. “Creo que la vocación no se elige, se descubre”. Y tiene claro que ésta es la suya. “El Señor me llama a amar y servir entre la gente, a encontrar a Jesús en los pobres, a llevar a Jesús en el día a día, en lo cotidiano, en mi trabajo, en mi familia, en la catequesis”, afirma.