❐ L.B. | 21.12.21
El silencio que reina en los claustros y estancias de los monasterios de clausura, contrasta con el bullicio con que los días de Navidad se viven en nuestras calles, casas y parroquias. El nacimiento del Niño Dios se vive de una forma mucho más intensa y tremendamente alegre entre las rejas de la clausura.
“Es un tiempo maravilloso. Son días de mucha alegría, de mucha intensidad y también de fraternidad”, indica la hermana Raquel, del monasterio cisterciense ‘Gratia Dei’, de Benaguasil. Allí las religiosas llenan cada sala y rincón con belenes y nacimientos: la portería, el locutorio, el comedor, los pasillos, la iglesia, la hospedería… “para que todos puedan contemplar al Niño Jesús”. Normalmente montan los belenes en solitario, y “el prepararlo te lleva a un estado de agradecimiento que hasta hace que te surjan versos”, explica la Hna. Raquel.
Tras la misa de Nochebuena las religiosas se reúnen en el comedor y después de cenar -bastante más tarde de lo habitual y con un menú especial que incluye jamón o pollo y un poco de dulce- cantan villancicos, y comentan sus experiencias y vivencias de la Navidad. “Además, presentamos al Niño Jesús los gozos y las peticiones de los conocidos”, añade.
En estos días también aumentan el contacto con el exterior. Las familias les llaman y hasta reciben la visita de aquellos que viven más cerca.
Tampoco faltan los tradicionales regalos de Reyes. “La madre abadesa nos pregunta qué queremos pedirle al Niño Jesús y nos hace un regalo a cada una. Normalmente, cosas útiles, que podamos necesitar: jabón, una bufanda…”.
Estos días mantienen abierta su hospedería a quienes quieran disfrutar de unas Navidades especiales, participando con las religiosas en los oficios, y “aprovechar el ambiente de silencio y oración para encontrarse con Dios y buscar la ‘fiesta de las fiesta’, que es el Señor”, indica la Hna. Raquel.
Las nueve religiosas que en la actualidad forma esta comunidad viven “la Navidad de la Encarnación como un don de Dios a toda la humanidad, como expresión del amor infinito de Dios que nos lleva a la contemplación permanente. Nos quedamos maravilladas ante tanto amor de Dios a la humanidad”, manifiesta la religiosa. Siete veces al día se reúnen para el oficio divino en el que glorifican a Dios, rezan por la salvación del mundo y contemplan el valor sagrado de la vida.