L.B. | 10-04-2013
Sor Jerusalén María del Cordero, nombre que adoptó ya en su toma de hábitos, llevaba más de siete años recibiendo formación para profesar sus votos.
La ceremonia fue presidida por el arzobispo de Valencia, monseñor Carlos Osoro, y concelebrada por los párrocos de la localidad en el monasterio de Santa Clara, de Gandía, el pasado sábado 6.
“¡Ahora sí!”
“El Señor nos regaló un día espléndido”, señala sor Jerusalén, quien vivió con gran intensidad y emoción la celebración rodeada de sus familiares y amigos. “Toda la asamblea participaba en los cantos, en el gozo, también sabiendo guardar silencio en los momentos en los que se requería”, recuerda.
De la celebración, la religiosa destaca la homilía del Arzobispo, que “fue preciosa” y en la que “nos habló del ‘sí’ a Dios. Decía que el ‘no’ a Dios trae la muerte, la tristeza, la destrucción…
Pero el ‘sí’, como lo hizo María, trae la vida, la alegría… y eso es lo que cambia el mundo”.
Asimismo, señala que “la bendición sobre la profesa es una oración que me parece hermosísima y en la que no hay desperdicio, por eso escogí la fórmula más larga” que recorre la historia de la Salvación hasta llegar a Cristo, “el Esposo que fundó la Iglesia, su Esposa”, añade.
Por último, la joven explica que “al final del rito de la profesión, cuando se me entregó el anillo pensé para mis adentros: ahora sí, ya es realidad, ya estoy unida para siempre con Él”.
Dos ‘bodas’ en un día
Se da la circunstancia de que horas antes de la celebración fallecía en el monasterio otra religiosa clarisa de la misma comunidad, de 77 años, sor Consolación, de origen gallego, que recientemente había celebrado sus bodas de oro de vida consagrada. “Fue mi primera Madre Maestra y la Abadesa cuando yo entré en el monasterio”, señala sor Jerusalén. “Y el Señor permitió que en este día se celebrasen dos ‘bodas’ (la profesión de sor Jerusalén y las bodas eternas de sor Consolación con Cristo, su Esposo) así que por la tarde, a las cuatro, celebramos el funeral de sor Consolación”, añade la religiosa. La misa exequial fue, igualmente, presidida por don Carlos.
“Pero no fue una celebración de muerte ni de tristeza, sino de esperanza, de vida eterna…” en la que “cantamos muchas veces: ¡Aleluya!; una de las palabras que ella más repitió desde el día de Pascua, aun casi sin poder hablar”. “Nuestra hermana nos ha dejado un testimonio precioso de una vida entregada a Cristo, su Esposo”, concluye la joven clarisa.