Las Fallas, la ofrenda a la Virgen y la fiesta de San José en Valencia son todo un acontecimiento de unas dimensiones humanas y religiosas que alcanzan lo más profundo del hombre. Son días especiales y momentos singulares en los que podemos acercarnos a valores incuestionables para la persona y para construir la historia. Valores humanos y cristianos que no pueden ser entendidos marginándolos de la historia de un pueblo engendrado, en lo mejor de su historia, por la fe cristiana. Esa fe se funde en el corazón y en la cultura de quienes viven aquí. Ciertamente, la apertura del corazón y de la vida a realidades en las que la cercanía del Dios se manifiesta es evidente. ¿Qué significado tiene todas esas horas en las que un pueblo entero pasa a hacer una ofrenda a la Virgen María, vistiéndola con esas flores, que son expresión de lo más valioso que un ser humano puede entregar a quien considera Madre de Dios y Madre de todos los hombres? ¿Qué significado tiene que estas fiestas tengan como patrono a san José, el hombre de adhesión absoluta e inquebrantable a Dios?
Valores profundamente humanos y cristianos
Estas fiestas remueven lo más profundo de quienes las celebran, las hacen y las ofrecen. Entre esos valores humanos más significativos está todo un lenguaje propio que expresa, con su peculiar vocabulario, con sus gestos propios y pautas de comportamiento, con sus expresiones significativas, características y peculiares, unas convicciones profundas y creencias sostenidas a lo largo de siglos. Es una indiscutible capacidad de comunicación, muy fluida y que llega a ámbitos muy diferentes, que crea interés y es fuerza de convocatoria y participación social de todo un pueblo. En estas fiestas se da tal espontaneidad y sensibilidad que sus expresiones y signos exteriores son sinceros, inmediatos, contagiosos y emotivos. Se vive una capacidad de apertura y acogida a todo el que llega de fuera, invitándole a la participación. Tienen un fuerte arraigo familiar y fuertes vinculaciones generacionales. La dimensión festiva que encuentra en la alegría su expresión más visible, se manifiesta desde el vestido y el adorno, hasta en los diversos encuentros que se realizan durante el día y la noche. ¡Qué fuerza tiene ver a todo un pueblo unido, pequeños, jóvenes y mayores, colaborando, viviendo la solidaridad y la participación!
Junto a estos valores, tan profundamente humanos, hemos de reconocer incuestionables momentos en los que los valores religiosos y cristianos alcanzan una fuerza especialmente importante. Momentos en los que la expresión de la fe logra tener un lenguaje total que se hace palabra, gesto, música, costumbre y vestido. En la ofrenda a la Virgen se manifiesta lo que se entrega desde nuestro ser más profundo a Dios a través de María. No es una manifestación más. Es la entrega de un pueblo que se pone en manos de la Virgen María, que se deja mirar por Ella y la mira a Ella. ¡Qué hondura alcanza la vida cuando se hace oración, es decir, conversación! Me gustaría poder tener una grabadora especial que fuese capaz de captar todo ese lenguaje que con palabras, gestos o suspiros se dice a la Virgen María en la ofrenda ¡Qué maravilla es ver a todo un pueblo caminando en una dirección y diciendo con la Virgen María: “hágase en mí según tu Palabra!”. ¡Qué fuerza tiene ver a tantos hombres y mujeres que se van acercando a la plaza de la Virgen para expresar, en ese camino que realizan, que su vida es peregrinación, es decir, que su vida tiene meta y sentido!
No marginéis de la vida y de la historia a Jesucristo
A todos vosotros los valencianos, en estos días de Fallas, de la ofrenda y de San José, quiero acercarme en nombre de Jesucristo, como pastor, para daros una palabra que entiendo que es fundamental para nosotros y para este momento histórico que estamos viviendo: no marginéis de vuestra vida la presencia de Jesucristo. Él trae un proyecto nuevo, revolucionario. Todo lo demás es viejo. Por eso me dirijo a todos: a los que no le conocéis, para que hagáis un hueco en vuestra existencia y pongáis un tiempo de atención a su persona y a su mensaje, y a los que lo conocéis, para que viváis cada día con más fuerza y coherencia desde su gracia. Pensad todos que Él nos da luz para ver lo que acontece a nuestro alrededor y en nosotros mismos, y para poner los remedios necesarios para que la oscuridad no sea la que domine nuestra vida y esta historia. Deseo que me permitáis entrar en vuestro corazón, para deciros que, en estos días de fiesta, a pesar de las dificultades que algunos padecéis en vuestra propia carne, Jesucristo se acerca a nuestra vida a través de su Santísima Madre y de San José. Ellos nos dan a conocer a Jesucristo por el testimonio de sus vidas y de sus palabras. Contemplemos sus existencias que están injertadas plenamente en Dios. Descubramos los valores que ellos asumieron en su existencia cotidiana para vivir y construir esta historia. Tengamos el atrevimiento y la osadía de evangelizar. Al fin y al cabo, no es ni más ni menos que anunciar a Jesucristo con el testimonio de nuestra vida y por nuestras palabras a todos los hombres y mujeres que nos encontremos en la vida: a los que no creen, para hacerles ver la fuerza y la profundidad que alcanza la existencia humana cuando dejamos que Nuestro Señor Jesucristo entre y configure nuestra existencia, y a los que creen, para instruirlos cada día más, para confirmarlos y estimularlos a tener más fervor en la vida. Y todo ello, para que se dilate e incremente el reino de Dios en el mundo: reino de justicia, de verdad, de paz y de vida.
Entremos en el proceso evangelizador en estas fiestas
Impresiona volver a leer la exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi” para descubrir todos los elementos del proceso evangelizador que tenemos que asumir en nuestra vida: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado (cf. EN 24, 3). En estos días de fiesta, de ofrenda y de fe, os recuerdo estos elementos del proceso evangelizador para que los asumamos. Se trata de renovar la humanidad, es decir, ser fermento de una nueva humanidad para hacer posible la creación de hombres y mujeres nuevos y libres con Cristo resucitado mediante el bautismo y la vida según el Espíritu.
Ello conlleva el empeño en la inculturación de la fe, en el mundo de hoy. Hay que dar testimonio con signos que se perciban, especialmente, en la vivencia de las bienaventuranzas, en la rectitud moral y profesional, en la apertura y aceptación de los demás, en el ámbito de la caridad y solidaridad, en las causas que apoyen el bien y la justicia (cf. EN 21). Es necesario hacer un anuncio explícito de Cristo, a los de fuera y a los de dentro, ya que su persona es el punto central de la evangelización (cf. EN 22, 1). Vivir la adhesión de corazón que es la entrega personal al Señor, en la opción fundamental por Él (cf. EN 23). Entrar en la comunidad como signo de la vida nueva en Cristo. Acoger los signos, es decir los sacramentos, donde se hace presente la presencia salvadora de Cristo. Tener iniciativas apostólicas, es decir, convertirse en alguien que, a su vez, da testimonio y anuncia, que ha sido evangelizado y evangeliza.