Centenares de valencianos abarrotaron el vestíbulo del Palacio Arzobispal para felicitar a don Carlos tras su nombramiento como arzobispo de Madrid.
EDUARDO MARTÍNEZ | 28-08-2014
Más de media hora de saludos, besos, abrazos, bendiciones, posados fotográficos con decenas de fieles… La despedida de monseñor Carlos Osoro como arzobispo de Valencia fue un intenso y emocionante baño de multitudes para quien ha dirigido la archidiócesis valentina en los últimos cinco años. La larga secuencia de parabienes visibilizó el afecto mutuo que en este tiempo se ha ido fraguando entre él y el pueblo que hace un lustro le fue encomendado.
Esas primeras despedidas a don Carlos (a buen seguro que en los próximos días se sucederán muchas otras) comenzaron nada más concluir el acto en el Palacio Arzobispal del pasado jueves, 28 de agosto, en el que fue anunciado su nombramiento por parte del papa Francisco como nuevo arzobispo de Madrid y el del cardenal utielano Antonio Cañizares como titular de la archidiócesis de Valencia. El purpurado, que dirigirá a partir de ahora la diócesis que le vio nacer, cesa de este modo como prefecto de la congregación vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
El Palacio Arzobispal, abarrotado
Las informaciones periodísticas que en las últimas semanas habían apuntado a la posibilidad de sendos nombramientos para la jornada del día 28 suscitó que un gran número de valencianos acudieran al Palacio a la hora del Ángelus. Muchos de ellos incluso habían sido convocados por distintos grupos católicos a través de las redes sociales para acompañar a don Carlos en su adiós.
A la hora de la oración mariana no cabía un alma en el amplio vestíbulo del Palacio. Sacerdotes, religiosos, seminaristas, jóvenes, matrimonios con niños, personas mayores… Nadie parecía querer perderse el acontecimiento. A las 12:02 del mediodía bajaban por la escalera de acceso al ‘hall’ los integrantes del Consejo Episcopal, así como la encargada de protocolo, Amparo Ripoll. Y un minuto después, descendía por allí mismo monseñor Osoro, acompañado por su secretario, Álvaro Almenar, y los obispos valencianos monseñores Salvador Giménez, Jesús Catalá y Agustín Cortés, titulares de las diócesis de Menorca, Málaga y Sant Feliu de Llobregat, respectivamente. La aparición de don Carlos fue recibida por un largo y sonoro aplauso, además de las ráfagas de una decena de fotógrafos, apostados junto a otra decena de cámaras de televisión y un buen número de periodistas.
Numerosos valencianos felicitaron a don Carlos por su nombramiento.
El rostro del prelado evidenciaba su emoción. Pudo aguantar el tipo y no llorar, pero sus ojos llegaron a empañarse. “Siempre sorprendéis y siempre alcanzáis el corazón. Gracias.”, dijo en sus primeras palabras. Luego, rezó el Ángelus y leyó el evangelio del día, como ha venido haciendo estos últimos cinco años, en los que no ha perdido ocasión ni ha ahorrado esfuerzos a la hora de proclamar y predicar la Palabra. “¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas?”, decía el texto de san Mateo. “Le pido al Señor que yo pueda ser como ese criado que se entrega siempre a todos”, expresó monseñor Osoro al comentar el evangelio.
Tras ello, llegó el momento álgido de la jornada: el instante en el que se debían clarificar los rumores de las últimas semanas y, en su caso, confirmar oficialmente los datos sobre nombramientos episcopales aparecidos anticipadamente en los medios de comunicación. El vicario general, Vicente Fontestad, procedió a dar lectura a la carta remitida por el nuncio del Papa en España, monseñor Renzo Fratini, a monseñor Carlos Osoro. En ella, efectivamente, le anuncia su designación como arzobispo de Madrid, en sustitución del cardenal Antonio María Rouco Varela, al que el Santo Padre le ha aceptado la renuncia tres años después de haber cumplido la edad de jubilación para los titulares diocesanos, establecida en los 75 años. En la misiva, figura también el nombramiento del cardenal Antonio Cañizares como nuevo arzobispo de Valencia.
La lectura fue recogida por los aplausos de los presentes y, a su término, don Carlos leyó una carta a la diócesis que ha pastoreado desde abril de 2009 (texto íntegro en la página 4). “Habéis realizado la conquista de mi corazón, en el que siempre estaréis todos los valencianos”, leía don Carlos, mientras algunos fieles se secaban el rostro por el sudor del fuerte calor de la jornada y por alguna lágrima de emoción y pena ante la inminente marcha.
Don Carlos, el arzobispo que había instaurado las vigilias juveniles mensuales en la basílica de la Virgen, quiso realizar también una “mención especial a los jóvenes”. Ello motivó un fuerte aplauso de los presentes, entre los que había no pocos veinteañeros. “Gracias por vuestra respuesta. Sed valientes y seguid la aventura que Cristo os propone”, les exhortó.
Entre otras muchos colectivos a los que citó, el ya arzobispo electo de Madrid nombró también a los mayores, a los que tanto ha acompañado en estos años: “Qué bien sonaba a mis oídos lo que las mayores algunas veces me decían en la calle: ‘bonico’, ¿está contento?”.
La ternura que don Carlos iba imprimiendo a sus palabras hacía que el nudo que muchos tenían ya en sus gargantas se fuera haciendo todavía un poco más estrecho. Pero el prelado hizo gala también de sencillez y ante otro de los aplausos que interrumpían su discurso, y que sin duda iba a ir para rato, cortó retomando sus palabras, impidiendo así la apoteosis.
Tras su carta a Valencia, monseñor Osoro leyó también una misiva dirigida a sus nuevos fieles, los de la archidiócesis de Madrid. “Es cierto que cuando te llaman a comenzar otra tarea surgen los miedos”, admitió con elegancia. Y añadió: “Pido al Señor que me dé la gracia de poner mi vida al servicio de todos vosotros, sé que mi vida no es para mí, sino para vosotros”.
Le pidió limosna
Finalizados los parlamentos, los fieles dedicaron un último aplauso a monseñor Osoro, e incluso uno de ellos gritó un “¡viva don Carlos!”. Luego, el hasta ahora arzobispo de Valencia se dirigió a su Consejo Episcopal y abrazó a cada uno de sus miembros. Después, comenzó esa larga sucesión de saludos a todos los fieles presentes. El último de ellos fue un hombre de unos 40 años, con apariencia de contar con escasos recursos y al que unos minutos antes ya había saludado. Esta vez, pedía una limosna al arzobispo Osoro. Don Carlos le miró, le tocó, se giró de espaldas para sacar dinero de su bolsillo con discreción y se lo entregó. El hombre sonrió y desapareció de allí. Debía de ser otro de esos “alcanzados en el corazón” que el prelado cántabro deja a su paso por Valencia: llevaba al cuello una de las cruces ‘misioneras’ que don Carlos repartió a montones en las vigilias juveniles de la Basílica.