Año nuevo: “paz y bien a todos”, como dice el bello saludo franciscano. Es lo mejor que podemos desear en un año que comienza. Que este año nos depare encontrar respuestas claras, precisas y posibles a la difícil situación que atraviesa el mundo de hoy por la pandemia del Covid 19, pero no sólo por ella. Que en él se nos conceda la luz iluminadora para afrontar con esperanza, fe y confianza, los principales y gravísimos problemas que nos aquejan: la salud, la probabilidad de nuevos contagios, el paro y la destrucción de puestos de trabajo, sobre todo de los jóvenes, la crisis económica y el cierre de muchas empresas, cuyos efectos terribles se sienten principalmente en las familias; ahí está, la crisis social y política que afecta seriamente a España a la sensibilidad social, la quiebra moral, la familia y su verdad, a la defensa de la vida, la cuestión candente de la unidad, de la enseñanza y la educación …. Que este año nuevo nos ayude a encontrar entre todos, en definitiva, la paz y la concordia, siempre en riesgo de no ser alcanzada e incluso de destruirla. Estos problemas y otros muchos requieren un mundo nuevo, un año verdaderamente nuevo, una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos, todos por el bien común; ese “bien común”, que pasa por el bien de la persona y de las personas, al que tanto llama la Iglesia y que tan ausente está del discurso ordinario o del discurso político por lo general.


Necesitaríamos una radiografía, un diagnóstico más claro de lo que nos está pasando en el mundo, y en España en particular. Necesitamos encontrar y dibujar un cuadro lúcido y verdadero, realista y bien trazado, que refleje exactamente lo más sobresaliente y determinante de lo que nos está aconteciendo, con sus causas incluso. Parece que todo sea pandemia, aunque sea lo que más nos preocupa y urge; pero es mucho más que esto, aunque sea tan absorbente, grave y amplio. Cuando se tiene un buen diagnóstico, cuando se traza un buen dibujo de lo que sucede, podremos aportar soluciones acertadas. Cuando era estudiante de bachillerato nos decía quién nos enseñaba matemáticas: “problema bien planteado, problema resuelto”. Y era verdad. Me temo que no estamos planteando bien los problemas y por eso no los resolvemos sino que tal vez los agravamos.


Y así podríamos ofrecer respuestas muy básicas, fundamentalísimas, a una situación de hecho, de todos conocida y padecida, respuestas que muestren un ojo clínico clarividente, avizor, que mire en profundidad,- no sólo con encuestas-, el ojo que mira con una mirada total y no parcial, no parcializada ni parcializadora, fragmentadora, propia para una sala de autopsias. Y con esa mirada, que es la de la fe y la razón unidas, ofrecer la terapia fundamental para la hondura del mal presente que mina la sociedad y amenaza también la paz, que es lo mismo que decir que amenaza el bien común y, consiguientemente, el bien del hombre, de todo hombre, especialmente del más débil y desamparado.


Hay que ofrecer respuestas sustanciales, precisas y directas. Abordar los temas claves y emblemáticos de manera accesible a todos, esos temas que a veces no se quieren abordar y que son en el fondo culturales, porque reclaman y requieren cambios muy profundos en los comportamientos y en la mentalidad de las gentes individualmente y de la sociedad en su conjunto; cambios que atañen al corazón y a los criterios de juicio y pensamiento de las personas y de las estructuras, en las que siempre hay personas, cambios que conciernen a los que rigen los pueblos, y a los que con ellos forman esos pueblos. A quien más atañe y exige seguramente lo que acabo de decir es a los cristianos, a la Iglesia misma que se ve interpelada en su ser más propio y solidario de los gozos y esperanza, sufrimientos y tristezas de los hombres de nuestro tiempo, precisamente por su fe en Jesucristo, por su unión con Él que se hizo hombre Y comparte la suerte de los hombres, también su cruz, y se identifica con los vulnerables o necesitados, como señala el capítulo 25 de san Mateo. Y la Iglesia, es verdad, sobre todo con su doctrina social, viene ofreciendo esto, es decir las respuestas sustanciales que necesitamos: recordemos y sopesemos a este respecto el magisterio social de la Iglesia para confirmar lo que digo.


Haríamos muy bien en leer detenidamente, meditar, asimilar, difundir y aplicar el contenido de esta doctrina social, por ejemplo de los últimos Papas -Francisco, Benedicto XVI, Juan Pablo II, Pablo VI, Juan XXIII o Pío XII- y del Concilio Vaticano II, que no se va por las ramas ni ofrece respuestas etéreas ni para salir del paso, sino que va a la raíz y a lo sustancial. Incumbe a todos: a los hombres de la política y de la economía y de la cultura, de las empresas, del mundo laboral y de los sindicatos, y de los políticos, a la familia y los educadores, a los hombres de la Universidad, la ciencia y la investigación, a los intelectuales y a los hombres del pensamiento, a los profesionales de los medios de comunicación y los que dirigen o dominan esos medios, a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los cristianos comprometidos y a los cristianos de a pie, a los adultos, a los jóvenes y aún a los niños. Todos haremos muy bien en conocer este Mensaje Social de la Iglesia, que se nos ofrece a todos, sin excepción, para que todos juntos y animados por la buena voluntad y la gracia de construir la paz en el mundo o de reconstruirla si está dañada o corre peligro -siempre estará en riesgo por la condición humana que se encuentra dañada, aunque no destruida- impulsemos un cambio, una renovación, una conversión en nuestro mundo, imposible sin la conversión de las personas.


Este Mensaje social, estimo con toda honradez y verdad, es una excelente ayuda para hacer un examen de conciencia o discernimiento lúcido al comenzar un año nuevo, un examen de conciencia que concierne a todos. Es una estimulante ayuda para abrir caminos de futuro y con futuro, es una respuesta bellísima y consoladora que bien merece la pena acoger y secundar. Si me pusiera a escribir expresando lo que desearía para todos en el 2021, lo que pediría al Señor -y a los Reyes Magos, cuya fiesta se aproxima- no encontraría nada que lo expresase mejor que esta enseñanza social de la Iglesia tan rica y abundante, que, en el fondo, es el mandato del amor y de la justicia y una glosa del Evangelio de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, que piden de todos nosotros, confianza en Dios y esperanza.
La esperanza siempre es activa y movilizadora de energía nuevas. Una vez más, tengo que decir, con Pedro, que no tengo, no tenemos los cristianos, otra palabra ni otra riqueza, ni otra respuesta o “solución” que ofrecer que ésta: Jesucristo. “No tengo oro ni plata”, ni remedios técnicos, pero lo que tengo ofrezco y entrego eso doy y damos: “En nombre de Jesucristo, levantémonos, caminemos, vayamos adelante, sin retirarnos, sigámosle, prosigamos el camino con la mirada puesta en Él, con los oídos atentos a su palabra y el ánimo dispuesto a acogerla, con corazón y la mente unidos a su Persona, identificados con la manera de actuar de Él que nos guía con su “estrella”, con su luz que ilumina el camino que Él mismo recorrió entre nosotros, el de las bienaventuranzas, el de la felicidad que nadie puede arrebatarnos, y que, entre otras cosas se alcanza cuando se sigue la senda de los que son proclamados dichosos porque trabajan por la paz. Esto no evasión ni escapismo, esto es realismo sano. Probemos a seguir ese camino y veremos alumbrar un mundo nuevo en medio de tanto temor y miedo que nos atenaza y resigna. Ese es el Mensaje del Papa que tan amplios horizontes abre e ilumina. Ahora basta con invitar a su lectura e interiorización oportuna de su Mensaje para el Día o Jornada de la Paz, del primero de año.