El domingo pasado, primer Domingo de Cuaresma, hemos celebrado el Día del Seminario. Es un Día en el que, como Arzobispo de Valencia, os convoco a todos los cristianos y a todos los que creéis y sabéis que este mundo solamente se sana con quien es médico de la totalidad del ser humano, Jesucristo. Os convoco a rezar y a ayudarme a sostener el Seminario, el lugar donde se forman los sacerdotes de la archidiócesis de Valencia. Gracias por vuestra ayuda y por creer que la vocación sacerdotal es algo sublime, merecedor de toda la ayuda que podamos dar. Rogad al Señor por las vocaciones al ministerio sacerdotal. Nosotros no producimos vocaciones. Vienen de Dios. No reclutamos a personas haciendo una propaganda bien pensada. El Señor nos ha dicho “rogad, pues, al Dueño de la mies”. Y es que la llamada parte del corazón mismo de Dios que encuentra la senda para alcanzar el corazón del hombre y llamarlo para el ministerio sacerdotal. Por eso, os pido que oréis por las vocaciones al ministerio sacerdotal. Os aseguro que se nota que lo estáis haciendo. Ayudadme con vuestra generosidad a formarlos como hoy quiere la Iglesia.
A los adolescentes y jóvenes
Me vais a permitir que mi carta pastoral hoy se dirija a los adolescentes y jóvenes y, con ellos, a todos los hombres: abrid todos los sentidos, el Señor sigue pasando por vuestras vidas. Escuchad y responded a su llamada. Cuando el pasado domingo proclamábamos el Evangelio, sentía la urgencia de llamaros a escuchar a Dios, porque hoy más que nunca hay necesidad de Dios, de experimentar su cercanía, su misericordia y su amor. Recordáis que era el Evangelio de las tentaciones (cf. Mt 4, 1-11). Me conmovió ver a Nuestro Señor en el desierto, sometido a la crisis, a la oscuridad, al desaliento, a la angustia, entre otras cosas, porque así veo a lo que puede llegar el ser humano si le retiramos a Dios de su vida y de su historia. Y lo que puede ser cuando permanece en la escucha de la voluntad de Dios. En las tentaciones del ‘tener’, de la ‘gloria’ y del ‘poder’, contemplaba el intento del maligno de desviarlo del camino de acoger el amor de Dios, de experimentar su amor, de ver que es hijo de Dios y hermano de los hombres. Porque lo más importante de nuestra vida no podemos dejarlo, no podemos borrarlo.
Y es que lo más esencial es estar sostenidos por el amor de Dios, mostrar y acercar ese amor a los hombres, a la historia. Someter al ser humano al olvido de lo que es más importante es atentar y dar muerte al hombre. De ahí que sea esencial que todos los hombres lleguen a experimentar la certeza de que Dios nos ama, de que no estamos solos, de que Dios nos acompaña con su gracia, su amor y su misericordia. ¡Qué maravilla descubrir cómo Jesús elige el camino de no separarse del amor de Dios! Esta elección nos abrió a todos los hombres un camino de esperanza, de alegría. “El riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta del consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza de la alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”(EG 2).
No poner “peros”
¡Atrévete a escuchar a Dios! ¡Atrévete a decir a Dios un “sí” cuando ha llegado a tu corazón! No pongas ‘peros’ a la llamada de Dios. Quizá te hagas esta pregunta –y es bueno que te la hagas–: ¿a dónde vamos si respondemos a la llamada del Señor? La descripción más concisa de la misión sacerdotal nos la ha dado el evangelista San Marcos. Dice así:
“Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). Escucha al Señor. Estoy seguro que el Señor entró por tu senda y te hizo oír su llamada para estar con Él y, como enviado, para salir al encuentro de los hombres. Las dos cosas van juntas y son inseparables: estar con Él y salir en búsqueda de los hombres, ya que solamente quienes están con Él aprenden a conocerlo y pueden anunciarlo de verdad. ¿No recordáis lo que le sucedió a Andrés cuando le dijo a su hermano Simón, “hemos encontrado al Mesías”? Y sigue diciendo “y lo llevó a Jesús” (cf. Jn 1, 41-42). Normalmente por muchos corazones pasa Nuestro Señor Jesucristo y nos hace oír su “sígueme”. Aceptad este reto, seguidlo, id tras sus huellas. Hay que comunicar con urgencia a los hombres de nuestro tiempo la alegría del Evangelio y para ello hay que anunciarlo. Os elige para irradiar su luz, para dar razones de su esperanza al mundo, para decir sin miedos quién nos hace libres.
¿Puede existir algo más grande que seguir las huellas de Jesucristo sin dudar en dar la vida por los hombres? Es famosa la expresión de San Pablo: “Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Ésta adquiere su máxima realización cuando dejamos que el Señor modele toda nuestra vida y nuestra conducta, haciendo ver lo que significa vivir como “alter Christus” en medio del mundo y de la historia de los hombres. ¡Qué hondura adquiere la vida, qué misterio, qué responsabilidad “ser otro Cristo”! Sin miedos, decid al Señor: “Heme aquí, Señor, envíame” (cf. Is 6, 1-2. 3-8).
Abrir las puertas de la nueva ciudad
‘Salir’ al encuentro de los hombres, ‘cambiar’ el corazón de los hombres con la gracia y la misericordia de Dios, ‘abrir’ a todos los hombres las puertas de la nueva ciudad que ha sido inaugurada por Cristo, acometer los ‘desafíos’ que hoy nos pone nuestro mundo y nuestra cultura con la fuerza de Dios, que es más grande que la de los hombres, no sucumbir a esas diversas ‘tentaciones’ como vivir sin espíritu misionero, sin la alegría de una respuesta al amor de Dios. No rebajemos la entrega y el fervor puesto que, cuando se reducen, caemos en el pesimismo y en la queja. Busquemos siempre la gloria del Señor. A esto os invito. Lo decía muy bien el Santo Cura de Ars: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.
Identificándose y siguiendo a Cristo por la ordenación sacerdotal, dan la vida por los hombres para que puedan vivir del amor de Cristo”. Se entregan en totalidad a Cristo con un corazón indiviso y se hacen con su vida signo elocuente del amor de Dios al mundo y de lo que significa amar a Dios sobre todas las cosas”. ¡Atrévete! El Señor tiene un proyecto para ti. ¿Has oído su llamada? No tengas miedo, pues la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad. Piensa y medita siempre aquello que nos decía el Beato Juan Pablo II: “la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, forma eucarística”.
Esta tierra en la que vivimos, en todas las latitudes de la misma, necesita que se proclame, testimonie y anuncie la misericordia de Dios que se ha revelado en Jesucristo. La misericordia de Dios es más fuerte que cualquier mal, solamente en la cruz de Cristo se encuentra la salvación del mundo. Para esta tarea apasionante son necesarios hombres que, configurados con Jesucristo, acerquen al corazón de este mundo y de todos los hombres al Buen Pastor, que tengan su mirada, su cercanía, su identidad, realicen su misión, vivan en una comunión total con Él. ¡Qué bella es esa oración romana vinculada al texto del libro de la Sabiduría que dice: “Tú, Dios, muestras tu omnipotencia en el perdón y en la misericordia”.
Y es que la cumbre del poder de Dios es la misericordia, el perdón. ¡Atrévete a regalar la alegría del Evangelio!