El anuncio y conocimiento de un “preacuerdo” entre socialistas y socialcomunistas -decía más o menos aquí mismo hace unos meses- causó conmoción por lo que se refería a la economía y a previsibles cambios políticos. Las repercusiones efectivas económicas han sido inmediatas, de hecho, las reacciones y los comentarios en Europa y en España nos dejaban con un gran temor. Si nos fijamos bien, el “preacuerdo”, tenía connotaciones culturales, antropológicas y visión de la realidad que iban más allá de lo económico, y dejaban o generaban una preocupación grande. El cambio al que se dirigía el “preacuerdo”, iba mucho más allá de lo que parecía a una simple lectura; tenía un calado hondo, no tenía nada de progreso, aunque se autodenominasen los firmantes como “fuerzas progresistas”. Con el “preacuerdo” se instauraba o se atisbaba un cambio cultural, se imponía un pensamiento único, con una visión del hombre que pretende generalizarse a todos, la aprobación de la eutanasia, la extensión a nuevos derechos, la ideología de género, el feminismo radical, ampliación de la memoria histórica, que ahora se denomina” democrática”- que está fomentando el odio y la aversión. Estas cuestiones presentes en el “preacuerdo”, hacían pensar y prever una profundización e inmersión en una crisis muy honda sobre todo cultural, pero también, en una crisis política e institucional, democrática, social, religiosa, una crisis de lo que constituye España en su realidad e identidad más propia. Los hechos ahí están.

En muchas partes y ámbitos se sigue hablando de crisis económica mundial inmediata, que según los expertos será aún más grave incluso que la pasada. Pero más grave aún será la crisis cultural y de identidad, sufridas ya por España en el marco del Occidente, con sus connotaciones propias, la que, llegando al Gobierno de la Nación esta coalición y lo que se atisba en el “preacuerdo” se ahondará más. No voy hacer de mago agorero pero lo que sí digo -a la vista está- es que seguimos inmersos en una crisis humana honda, agrandada. Para esta crisis humana, a mi entender, no se están tomando mancomunadamente las medidas requeribles, exigibles y posibles, ni se adoptan las respuestas que debieran ser prioritarias en estos momentos –casi todas tienen que ver con la educación, y su perfil “educacional” obligatorio que, me dicen, en un futuro no lejano se impondrá en Europa,-; es más, creo personalmente que esa crisis humana y cultural honda no se la considera ni se la valora suficientemente como tal, y es la más grave de todas, porque es crisis de la verdad del hombre y de la sociedad, verdad que debiera sustentarla y hacerla libre y esperanzada. Me refiero concretamente, por supuesto, a la crisis de sentido de la vida, crisis humana, antropológica, moral y de valores universales, crisis espiritual y social, crisis en los matrimonios y en las familias sacudidas en su verdad más auténtica, crisis de sentido y del sentido de la verdad,-se habla de una etapa de la postverdad y de posthumanismo-, crisis en la educación y en las instituciones educativas, derrumbe de principios sólidos, confusión de conceptos y de los derechos humanos fundamentales no creados por el hombre, relativismo moral y gnoseológico, nihilismo y vacío, disfrute a toda costa y predominio del tener y del bienestar sobre el ser, falta de esperanza, libertades sin norte y pérdida de la verdadera libertad, laicismo ideológico impuesto solapadamente, pérdida u opacidad del sentido de trascendencia, de Dios etc. Todo ello, sin duda, está quebrando nuestra sociedad, y el verdadero sentido del hombre y el orden y la paz, y aún se quebrará más si no se pone remedio. Nos encontramos ante una grave emergencia, la emergencia de España. Y por encima de otras cosas, como en la “transición”, sigue estando España.

Se está imponiendo o se ha impuesto una nueva cultura, un proyecto de humanidad que comporta una visión antropológica radical que cambia la visión que nos da identidad y nos configura como pueblo, y hasta como continente, me atrevo a decir: la identidad recibida de nuestros antecesores en nuestra historia común. En el fondo detrás de todo ello, estimo, está la pérdida grave o el oscurecimiento espeso del sentido de la persona y de su dignidad. Y añado más: detrás se encuentra la ofuscación, reducción e incluso abandono de la referencia del sentido de la trascendencia, de Dios, de Dios Creador y Redentor, y de la razón natural, o más precisamente aún, el abandono y el olvido de Dios, que es olvido y negación del hombre, aunque no se quiera reconocer así. El silencio al que se ve sometido el nombre de Dios produce vértigo y escalofrío sino frío helador y soledad.

Todo esto conduce y nos está haciendo padecer una verdadera situación patológica. Sé que me van a criticar – ¿qué importa?, soy libre el tiempo que me dejen-, pero nuestra sociedad está “delicada” no podemos ocultarlo; y hay que decirlo, aunque resulte políticamente incorrecto decirlo o se me tilde de pesimista, de profeta de calamidades, o de conservador y aliado con la derecha, aunque sea independiente y de todos y para todos. Habría que estar ciego para no ver lo que nos pasa, y negarlo, porque tal vez se ha perdido capacidad para reconocerlo o para afirmar lo contrario. Y los medios de comunicación social, o algunos medios, inconscientes, están al servicio de esos intentos. Estamos padeciendo una verdadera enfermedad, manifestada en diversos frentes, en nuestra sociedad, cuyo gran desafío, o, mejor, grandes y nuevos desafíos se resumen en su sanación urgente, si es que de verdad estamos dispuestos a superar lo que nos aqueja.