22-05-2016
Es en los santos donde podemos «ver» de alguna manera a Jesucristo, donde tenemos experiencia de Él y lo palpamos en toda su cercanía, en toda su obra redentora. El Espíritu Santo, con su gracia, actualiza en los santos las mismas actitudes y sentimientos de Jesús en los cuales Dios se ha revelado. Por ellos, entramos en comunión con su misma experiencia.
Que Dios conceda esta santidad a la Iglesia, que el Espíritu Santo, santifique a toda su Iglesia santa, y a sus miembros. Sólo una Iglesia de santos dará a conocer a Jesucristo; sólo la vida santa, obra del Espíritu de Santidad, conduce a la experiencia del Evangelio; sólo con santos será creíble y audible el Evangelio. Con la fuerza del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, miremos a los santos y aspiremos a ser santos.
Pidamos el Espíritu de Sabiduría que nos haga llevar la luz y el testimonio de nuestra fe a quienes la tienen debilitada o carecen de ella.  Pedimos el Espíritu Santo para evangelizar, para impulsar entre nosotros decididamente una vigorosa y nueva evangelización, como en los primeros tiempos con todo ardor y esperanza. Para que entre nosotros acontezca un nuevo Pentecostés, el gran comienzo de la Evangelización.
Pedimos docilidad al Espíritu Santo para dejarnos guiar por Él: hacernos cada vez más semejantes a Cristo y reflejar su imagen. Que nos haga ser hombres y mujeres que han encontrado en Cristo la verdadera esperanza. Él abre caminos de renovación y es preciso dejarnos conducir por donde Él lleva a su Iglesia, por esas vías de renovación, las marcadas por el Concilio Vaticano II, el gran Pentecostés de los tiempos actuales, que debemos conocer mejor e implantar enteramente.
Le pedimos que nos conceda el don de la caridad apostólica, la de Cristo, Buen Pastor, que vino a reunir los hijos de Dios dispersos, buscar a los pecadores, y ofrecer su vida por ellos. Que sintamos el amor de Cristo por los hombres y amemos a la Iglesia como Él la ama, con un amor profundo y fiel. Que podamos anunciar con toda nuestra persona y con nuestras palabras a todo hombre, particularmente a los más pequeños y pobres, que son amados por Dios
Le pedimos que nos conduzca por los caminos de la unidad. Fortalecer la unidad que todos seamos uno para que el mundo crea que Él es el Hijo de Dios, el Enviado por el Padre para anunciar la buena noticia a los pobres, para sanar los corazones afligidos, para redimir a los que andan bajo la esclavitud del pecado, para liberarnos de la muerte y así tengamos vida.
Le pedimos que nos conduzca por los caminos de la santidad, que es un presupuesto fundamental y una condición indispensable e insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. En la base de toda evangelización y de toda renovación está la santidad. Sólo siendo santos, hombres y mujeres de Dios, podemos ser signos de Dios en el mundo, revivir hoy en nuestras tierras la obra misionera de los primeros cristianos y anunciar a Cristo de un modo creíble. Que nos haga santos, testigos de la experiencia de Dios para poder decir: «lo que hemos visto y oído…».
Un nuevo Pentecostés para salir a calles y plazas
Le pedimos al Espíritu Santo que nos haga llevar nuestra fe, avivada y fortalecida los hombres: «creí por eso hablé». Que nos fuerce a llevar esa fe, que nos remueva desde dentro y no nos deje tranquilos hasta que hagamos partícipes de esa fe, que es luz y vida. Pedimos un nuevo Pentecostés que no nos deje encerrados en los muros de nuestras casas, ni de nuestros templos, ni de nuestros refugios, sino que nos haga salir como a los Apóstoles, a las calles, a las plazas, es decir, allá a donde están los hombres, para anunciarles sin complejos que Dios les ama, que Cristo, ha muerto y ha resucitado por ellos.
Que el Espíritu Santo nos atraiga de tal manera y nos mueva de tal modo que dejemos de una vez para siempre el ser cristianos ocultos y acomplejados, y salgamos con toda libertad y valentía a plena luz, para confesar el nombre de Jesucristo, para entregar la riqueza de la Iglesia, que no es otra que el evangelio de Jesucristo, fuerza de salvación para todo el que cree.
No estar de brazos cruzados ante la increencia
Que nos dé esa fuerza interior que no nos permita estar parados o cruzados de brazos ante la situación apremiante de indiferencia religiosa, de increencia, de desaliento, de neopaganismo que padecen muchos de nuestros hermanos.
Que el Espíritu Santo rompa y destruya nuestros miedos y temores, nuestras inercia y rutina, nuestras comodidades y perezas, nuestras cobardías y complejos, nuestra falta de fe, y nos impulse irresistiblemente a buscar a nuestros hermanos y comunicarles la fe, que es fuente de libertad y de vida, raíz de la esperanza y fundamento firme para servir a los hombres. Anunciar y hacer presente el Evangelio en los nuevos areópagos del mundo moderno, hacerlo presente, particularmente en la familia, medios de comunicación social, política, el compromiso por la paz, la defensa de la vida el compromiso por el desarrollo y la liberación de los pueblos, la atención a las minorías, la promoción de la mujer y del niño, la salvaguardia de la creación, el mundo de la cultura, de la investigación científica o de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida.

Arrinconan fe y moral cristianas

Que nos haga sentir el gozo de la fe para comunicarla. Mientras no vivamos la alegría inmensa de la fe, el gozo inconmensurable de creer, y no nos apremie el amor de Cristo y de los hermanos o no vivamos desde el convencimiento firme de que nos da los mismo creer que no creer, difícilmente podremos salir donde están los hombres para proclamarles el evangelio de la gracia y de la reconciliación.
Para renovar la humanidad  hombres nuevos que rehagan el entramado, el tejido de nuestra sociedad. No podemos seguir manteniendo una situación en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan a la más estricta privacidad, quedando así mutilada de toda influencia de la vida pública y social. Esta es una de las trampas peores en que podemos caer: pensar que la fe es para la esfera religiosa en su sentido más estricto y restringido.
La aceptación del Dios vivo se manifiesta y hace efectivo en todos los órdenes de la vida real del cristiano, en su vida interior de adoración y obediencia liberadora a la santa voluntad de Dios, en la vida matrimonial y familiar, en el ejercicio de la vida profesional y social, en las actividades económicas y políticas, en todo lo que es el tejido real y social en el que de hecho vivimos inmersos y nos realizamos como personas, en la cultura.
La mejor contribución que la Iglesia puede dar a la solución de los problemas que afectan a nuestra sociedad –como la crisis económica, el paro que aflige a tantas familias y a tantos jóvenes, la violencia, el terrorismo, la drogadicción – es ayudar a todos a descubrir la presencia y la gracia de Dios en nosotros, renovarse en la profundidad de su corazón revistiéndose del hombre nuevo que es Jesucristo. Fieles a la riqueza espiritual, seamos fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano.
En una sociedad pluralista como la nuestra se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión pública y social de la persona humana. Salgamos, pues, a la calle, vivamos nuestra fe con alegría, aportemos a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política.

Apelación a la Iglesia diocesana de Valencia

Urge y apremia impulsar, con la fuerza del Espíritu Santo, una nueva evangelización. Esta se encuentra principalmente en manos de los fieles laicos. De ellos depende; sin su mediación activa, sin su incorporación decidida y responsable no será posible esa urgente e inaplazable obra. Con esta ocasión quiero hacer una apelación a la Iglesia diocesana de Valencia a que fortalezcamos en ella la participación de los laicos, a que hagamos todo lo posible para que los cristianos laicos se incorporen con decisión y valentía a la obra de evangelización, a que pongamos todo nuestro empeño en que cada día haya más cristianos militantes dispuestos a mostrar en nuestro mundo, con obras y palabras, el- Evangelio de Jesucristo en todo su atractivo y su fuerza de renovación de la sociedad. «Todo cristiano está llamado al apostolado; todo laico está llamado a comprometerse personalmente en el testimonio, participando en la misión de la Iglesia» (Juan Pablo II). Pero junto a este testimonio personal e intransferible de cada uno y por sí mismo, es necesario que los cristianos laicos se asocien a los movimientos y colaboren con valentía en las realidades que nos apremian.