12-03-2017

Celebramos, como todos los años, el Día del Seminario, «corazón de la diócesis», como le llamó el Concilio Vaticano II. El Seminario es la institución que la Iglesia utiliza para que siga habiendo sacerdotes. Una institución eclesial verdaderamente entrañable en la que nos sentimos implicados toda la Iglesia diocesana y que debiera constituir una solicitud y una preocupación común de todos: sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos laicos. El porvenir religioso de una diócesis depende en gran parte del seminario diocesano, sencillamente porque la vitalidad espiritual de ella depende de que tenga sacerdotes.
Nadie de la Iglesia debería sentirse ajeno al seminario, que tiene la delicadísima responsabilidad de acoger, seleccionar, formar, fructificar las vocaciones sacerdotales, problema capital de la Iglesia de nuestro tiempo. En el Seminario tenemos puestas nuestras esperanzas porque en él se forman los que han sido llamados por Dios al sacerdocio, para que puedan llegar a ser, por el Sacramento del Orden, imagen viva, presencia sacramental, de Jesucristo, Sacerdote, Buen Pastor que ha venido al mundo para dar su vida por todos los hombres, para que todos tengan vida.
¿Qué sería del mundo sin Jesucristo? ¿Qué sería del mundo sin sacerdotes, elegidos, llamados y consagrados para llevar a Cristo a los hombres, para que los hombres crean y vivan por Él? Si desapareciera el sacerdocio, todavía podría seguir existiendo la fe, pero lentamente se extinguiría en una agonía implacable la riqueza espiritual antes existente en una comunidad determinada. Los sacerdotes, por ello, son esperanza fundamental para la Iglesia y el mundo de mañana.
Con esta Jornada se intenta sensibilizarnos a todos sobre la realidad, necesidad y sentido de las vocaciones sacerdotales y del Seminario. Es una tarea muy crucial y una prioridad muy importante y principalísima para la vida y futuro de la Iglesia. La Iglesia del mañana pasa a través de los seminarios de hoy. Con el pasar del tiempo, la responsabilidad pastoral ya no será nuestra, pero ahora sí es nuestra y nos obliga. Cumplirla con celo es un gran acto de amor hacia la grey. Atender con verdadera atención y total solicitud al Seminario y a todo lo relacionado con él, cuidar de que haya vocaciones y cultivarlas es el mejor servicio a la Iglesia de mañana.
Por ello, con esta jornada o «Día del Seminario» se pretende que toda la comunidad diocesana, y la sociedad en general, se acerque afectiva y efectivamente al Seminario Diocesano. Que se promuevan nuevas vocaciones sacerdotales entre los miembros más jóvenes de nuestra Iglesia y que toda la Diócesis sienta su propia responsabilidad sobre las vocaciones sacerdotales.
El problema de las vocaciones sacerdotales es problema fundamental de la Iglesia; es condición esencial para la vida de la Iglesia, de su misión y de su desarrollo; es una comprobación de su vitalidad espiritual y es la condición misma de esta vitalidad, signo inequívoco de su salud interior en un país.
Para hacerles acoger con entusiasmo a los jóvenes el don y la gracia de la llamada que Dios les dirige a ser sacerdotes es necesario que este ideal se les presente en su auténtica realidad y con todas sus severas exigencias como donación total de sí al amor de Cristo (cf. Mt 12,29) y como consagración irrevocable al servicio exclusivo del Evangelio. Y para conseguir esto, el testimonio de un sacerdocio ejemplar vivido, o el valor de una vida religiosa que se muestra en concreto en las distintas instituciones reconocidas por la Iglesia, tiene un peso considerable más aún, preponderante. Una comunidad que no vive generosamente según el Evangelio no puede ser sino una comunidad pobre en vocaciones.
Nuestra Diócesis, gracias a Dios, ha sido y está siendo bendecida por bastantes vocaciones en un tiempo aparentemente de «sequía» vocacional. Señal de que Dios, al mismo tiempo, la está también enriqueciendo en vida teologal y cristiana, con sacerdotes ejemplares y con comunidades cristianas vivas, donde «se tiene despierta la fe y se mantiene el amor de Dios», donde se hace posible el encuentro con el Señor, se enseña a orar y a mantener el «trato de amistad con Él», el Tú a tú que les lleve a los jóvenes a decir: «Señor, ¿qué quieres que haga?».
Es esta una responsabilidad grande que tiene nuestra Diócesis si con tanta generosidad ha sido bendecida por Dios, con no menor responsabilidad estamos llamados todos a continuar fortaleciendo esa vitalidad cristiana de nuestras comunidades y a proseguir mejorando sin cesar la calidad de nuestro Seminario diocesano. No podemos enterrar el «denario» que el Señor nos ha entregado; es necesario que lo hagamos fructificar, que lo acrecentemos con nuevas y abundantes vocaciones al servicio de la Iglesia diocesana, o de otras iglesias, sencillamente, al servicio de la Iglesia una, única y universal. Si recibimos es para dar. Cuanto más demos más estaremos fortalecidos. Nuestra diócesis, como todo en la Iglesia, es ser misionera, compartidora de los bienes que recibe. No podemos quedarnos autocomplacidos porque tengamos muchos y ejemplares sacerdotes, abundantes vocaciones, un gran seminario.
Por otra parte, pensando en nuestra Diócesis, es preciso que, sin ser pesimistas, tengamos muy en cuenta los tiempos que se nos avecinan la secularización y la descristianización ya nos tocan, y con fuerza; vamos a experimentar, sin duda, cambios importantes en la población. Todo ello reclama que estemos preparados para los grandes e importantes retos que se nos avecinan, que vamos a tener delante de nosotros en un futuro tal vez no lejano. ¿Qué haremos entonces si no hemos preparado ese momento con nuevas vocaciones sacerdotales capaces de responder a la urgencia evangelizadora?
No olvidemos algo elemental, pero, por ello mismo, básico e imprescindible. La vocación es don de Dios, iniciativa de Dios, gracia suya. Es necesario pedirla. Es preciso que intensifiquemos la oración por las vocaciones: que hagamos preces en todas las Eucaristías que se celebren en nuestra Diócesis: que ofrezcamos frecuentemente la Santa Misa por las vocaciones; que propiciemos encuentros, vigilias de oración, momentos de adoración del Santísimo Sacramento para suplicar por las vocaciones.