22-04-2016
Queridos sacerdotes, hermanos y amigos muy queridos: Celebramos el domingo pasado el domingo IV de Pascua, el del Buen Pastor. En cada uno de los tres ciclos litúrgicos se considera un aspecto de esta imagen de Buen Pastor referida a Jesucristo. El evangelista Juan, a lo largo de toda esta alegoría, nos dice cosas admirables, esperanzadoras y consoladoras, nos habla del Pastor y de las ovejas, de los fieles, de la disposición de Él mismo como pastor, y del Padre, en relación con Jesús y con los fieles: Él es el buen pastor que da la vida por nosotros, sus ovejas, y nos conoce, es decir tiene con nosotros una relación especial de afecto, nos quiere; y nosotros que somos sus ovejas, las suyas, las que él ha rescatado dando su vida por nosotros, le conocemos a Él, le queremos.
De las ovejas, las suyas dice: también ellas le conocen a Él; es decir, creen en Él, son dóciles a su palabra, le acogen, le obedecen, se fían de Él, tienen confianza, fe en Él; sienten gusto en su palabra, en su llamada, en su revelación, en su presencia, están a gusto con Él, y poseen un sentido inconfundible de la Verdad que es Él; le aman, le quieren, porque han encontrado y han experimentado en Él que son conocidos, amados, queridos hasta el extremo, que está en Él la verdad del amor que los engrandece, defiende, libera y salva: disciernen, por una cierta con naturalidad y afinidad, la voz amiga de Jesús, frente a la de los mercenarios. También dirá, más adelante, de las ovejas, de los fieles, de nosotros que “escuchan su voz y le siguen”; en seguir a Jesús está toda la dinámica del cristianismo; seguir a Jesús no es teoría, sino sincronización espontánea de todo el ser, de toda la persona, pensamiento y sentimiento, querer y acción al ritmo de quien camina delante; los que conocen, aman, a Jesús van detrás de Él, aman la verdad y le han conocido. Las ovejas del rebaño son de Jesús, son suyas y por eso sus ovejas también le conocen a Él, son fieles, han alcanzado la luz de la verdad, le conocen por la fe y por el amor, le conocen por las obras, cumplen sus mandatos.
De Jesús, como Pastor, de su disposición en favor de las ovejas, de los fieles, dice: Las conoce. Conocer en la Biblia implica una relación de contacto personal, vital, afectivo, unificante, de amistad, claridad de mirada recíproca, templada en el amor; conocer es sinónimo de, o implica, querer. Por eso añade que Él les da la vida, vida eterna, vida divina, vida de hijos de Dios; Dios mismo, por Cristo, está en los fieles que le aman y le siguen; participan de la vida divina, viven en su amor permanecen en él; este es el gran tesoro: la gracia de Dios en nosotros, Él mismo en nosotros, por Cristo, que ha venido a dar su vida, para que tengamos vida, para que su vida esté en nosotros. Y añade, acerca de Jesús, Buen pastor: las protege y las defiende con mano invencible contra el enemigo, que intenta llevarlas a la perdición, ante los nubarrones y tormentas de este mundo reúne a las ovejas, las arrebata a la dispersión y no perecerán ni nadie las arrebatará de su mano; es la fuerza invencible y permanente de su amor del que nada ni nadie podrá separarnos, como dice san Pablo. Esta es la gran esperanza; ahí, en Cristo, tenemos la esperanza: nos quiere, nos defiende, nos da su vida, nos garantiza vida eterna y permanencia en su amor, quien de Él se fía y le sigue no perecerá jamás: como dice el salmo 23: El Señor es mi pastor y “Aunque pase por valles de tinieblas nada temo porque Él va conmigo; me guía por el sendero justo, por amor de su nombre”. Aunque pasemos por la gran tribulación de este mundo donde no falta sufrimiento, dolor, llanto y hasta persecución y muerte, Él nos salva y sacia. Como se nos dice en el libro del Apocalipsis: Él acampa ya entre nosotros, y acampará de manera definitiva en medio nuestro en el cielo, a donde Él nos conduce y lleva, vencedor y Señor, los que vienen de la gran tribulación “no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia las fuentes de agua viva. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”.
De la relación del Padre con Jesús y con las ovejas, dice el Evangelio: Las ovejas son regalo de Dios a su Hijo; regalo en el que se manifiesta su divina grandeza, y sublime realidad que a los cristianos nos ennoblece tanto como nos exige. El mismo Padre, que supera a todos, las mantiene seguras en su invencible mano, como Jesús: estamos en las manos de Dios; nada ni nadie puede arrebatarnos de su mano, que nos sostiene, nos saca del abismo, nos protege en todo, nunca nos deja en la estacada; estamos en las manos de Dios, ¿en qué mejores manos? Todo es porque el Padre y el Hijo Jesús son uno: unidad en la acción y unidad en la esencia. ¡Qué gran esperanza suscita esto en el rebaño de Jesús, la Iglesia, sus ovejas, los que escuchan la voz de Jesús, en quienes le conocen y le siguen, en todos los hombres, llamados a seguir a Jesucristo, en quien está la vida, el amor, la fuente de vida y de amor, porque es uno con el Padre!
Pero ésta es la gran esperanza a la que todos estamos llamados, a los que hemos sido nosotros llamados desde la gentilidad, desde un mundo pagano dominado por falsos pastores que dispersan y desorientan. No es para que quede en nosotros, sino para que se extienda a todos. Quien escucha a Jesús, lo que es Jesús, lo que hace Jesús, Buen pastor que da la vida por nosotros, por todos, no una parte o sección de la humanidad, no puede menos que llenarse de alegría, de abrirse al don de Dios, creer en Él y alabar la Palabra del Señor, seguirle y comunicarlo. También hoy, tened la certeza, esta Palabra del Señor, por los que le conocen, aman y siguen, se va difundiendo y abriendo paso, a pesar de que haya persecuciones, y se pongan tantas trabas a la difusión del Evangelio, del que tan necesitados andan los hombres para participar de este gozo y esta alegría, que nadie nos puede arrebatar, de caminar en la verdad del amor, que es Dios, dado y revelado en su Hijo único Jesucristo, uno con el Padre. Los hombres necesitan que esto les llegue y les alcance. Se requieren hombres (y mujeres) que se lo hagan llegar.
Coincidiendo con el cuarto Domingo de Pascua en el que hemos proclamado el Evangelio del Buen Pastor, la Iglesia entera, en todas las partes del mundo, ora al Señor para que suscite vocaciones al ministerio sacerdotal y la vida consagrada, para que haya una respuesta generosa por parte de hombres y mujeres a su llamada a seguirle en una especial entrega y consagración. Que todos los días todos los creyentes elevemos una intensa y apasionada oración al Dueño de la mies para que mande operarios a su mies.
¡Cuántas veces decimos “necesitamos sacerdotes”! Y es verdad. Los necesitamos porque sin ellos no se podría cumplir el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio y de renovar cada día, en la Eucaristía, el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del mundo. Sin sacerdotes no hay Iglesia ni evangelización. Y hoy, que tan urgente es llevar a cabo una nueva evangelización, sin más dilaciones, se hace más necesaria y apremiante la presencia de un mayor número de pastores, de sacerdotes. Los sacerdotes son la manifestación de Cristo en la comunidad, transparencia del Buen Pastor en medio de los hombres. Ellos son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio de los hombres que les han sido confiados. Nuestra sociedad tiene también necesidad de hombres y mujeres, que, en una vida consagrada, den testimonio de Dios vivo ante un mundo que lo niega u olvida; que afirmen con sus vidas y su palabra, sin rodeos, el amor de Dios a todos y a cada uno, singularmente hacia los pobres y débiles; que muestren los más altos valores espirituales, a fin de que a nuestro tiempo no falte la luz de las más altas conquistas del espíritu; que nos traigan a la memoria algo que solemos olvidar fácilmente: que en el mundo venidero “Dios lo será todo en todos” y que sólo permanecerá la caridad, el amor. Vidas de hombres y mujeres consagradas son una de las señales más elocuentes de la presencia y soberanía de Dios en este mundo y de la libertad de sus hijos. Nuestro mundo tan cerrado sobre sí mismo a Dios necesita como nunca de estos testigos. Sin ellos podrían cerrarse todos los portillos por donde la luz entra en nuestro mundo. Necesitamos hombres y mujeres, jóvenes, que, dóciles a la llamada del Padre y al Espíritu, elijan este camino de especial consagración a Dios viviendo fielmente los consejos evangélicos, es decir, siguiendo a Cristo pobre, virgen y obediente, y dedicándose a Él con un corazón indiviso. Su radicalidad evangélica en el don de sí mismos por amor al Señor Jesús y, en Él, a cada miembro de la familia humana; su entrega y servicio fraterno a los más pobres, últimos y abandonados; su dedicación a la oración por toda la Iglesia y por todos los hombres; su consagración a la obra misionera de la Iglesia, donde han llevado a cabo gestas admirables; su entrega al Reino de Dios y a su poder transformador en las realidades y gestos de la vida de cada día; y tantos otros y fundamentales aspectos de la vida consagrada hacen de los diferentes carismas algo básico e imprescindible en la Iglesia y para el mundo.
La Eucaristía es fuente de toda vocación y ministerio en la Iglesia, puesto que ella es el misterio mismo de Cristo, vivo y operante en la Iglesia, Jesucristo en persona que continúa llamando a su seguimiento y ofreciendo a cada hombre la “plenitud del tiempo”. Vivir lo que está entrañado en el misterio Eucarístico es fuente cierta de vocaciones. Llevar a la Eucaristía, participar en la Eucaristía, encontrarse con el Señor en la Eucaristía, tener en el centro de la vida de los cristianos y de las comunidades la Eucaristía es garantía de vocaciones, de respuesta generosa a la llamada del Señor. De ella brota la respuesta al Señor.
“En el encuentro con la Eucaristía algunos descubren sentirse llamados a ser ministros del Altar, otros a contemplar la belleza de este misterio, otros a encauzar la fuerza de su amor hacia los pobres y débiles, y otros, también a captar su poder transformador en las realidades y en los gestos de la vida de cada día. Cada creyente encuentra en la Eucaristía no sólo la clave interpretativa de su propia existencia sino el valor para realizarla, y construir así, en la diversidad de los carismas y de las vocaciones, el único Cuerpo de Cristo en la historia» (San Juan Pablo II)
¡Queridos jóvenes, Cristo necesita de jóvenes para estar Él presente en medio de los hombres, le conozcan y le amen! ¿Por qué no le seguís? ¡No tengáis miedo! ¡La Iglesia os necesita! Pensad en un mundo en el que, sin Iglesia, se apagara la voz del Evangelio y actuad en consecuencia. “¡Andad al encuentro de Jesús Salvador! ¡Amadlo y adoradlo en la Eucaristía! Él está presente en la Santa Misa que hace sacramentalmente presente el sacrificio de la Cruz, Él viene a nosotros en la Sagrada Comunión y permanece en los Sagrarios de nuestras Iglesias, porque es nuestro amigo, amigo de todos, particularmente de vosotros jóvenes, tan necesitados de confidencia y amor.
De Él podéis sacar el coraje para ser sus apóstoles en este particular paso histórico los años venideros, el siglo en el que estamos será como vosotros jóvenes lo queráis y lo deseéis. Después de tanta violencia y opresión, el mundo tiene necesidad de «echar puentes» para unir y reconciliar; después de la cultura del hombre sin vocación, hacen falta hombres y mujeres que creen en la vida y la acogen como llamada que viene de lo Alto, de aquel Dios que porque ama, llama; después del clima de sospecha y de desconfianza, que corrompe las relaciones humanas, sólo jóvenes valientes, con mente y corazón abiertos a ideales altos y generosos podrán restituir belleza y verdad a la vida y a las relaciones humanas” (San Juan Pablo II). Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies, pedid a Dios que nos dé pastores conforme a su corazón, rogadle que suscite corazones que se consagren a Él enteramente y testifiquen que sólo Él es nuestro Pastor.