Carta del arzobispo de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares
02-07-2017

El día 29 de junio se celebra la festividad litúrgica de san Pedro y san Pablo. Es tradicional incluir en esta festividad “el día del Papa”, para  tenerle muy presente en nuestra oración, en la acción de gracias, en nuestra adhesión personal y comunitaria. Deberemos hacer, pues, preces por el Santo Padre, el Papa Francisco, y por su ministerio de sucesión de Pedro, de comunión eclesial universal, de presidencia en la caridad del colegio apostólico y de toda la Iglesia, de confirmación en la fe de todos los hermanos y de garantía de permanencia en la verdad revelada y de fidelidad a ella por parte de la Iglesia Católica y Apostólica, de forma que en todas las  iglesias se escuche la verdadera voz de Cristo Pastor.
Es un día en que deberíamos  fortalecer  la veneración y la obediencia al Papa, el afecto filial hacia su  persona que siempre  han distinguido al católico. Habremos de resaltar en la predicación y en la liturgia el significado y el lugar del Papa dentro de la Iglesia. Esto es tanto más necesario cuanto, por razones complejas, parece observarse en ciertos sectores  de la cristiandad un oscurecimiento de lo que comporta el ministerio del sucesor de Pedro en la vida de la Iglesia, en la vida de todas las Iglesias particulares o diócesis, en todas y cada una de las comunidades donde está la Iglesia y en la vida de todos y cada uno de los fieles cristianos.
Un pueblo fiel al que le importa el Papa
La sensibilidad del pueblo, su sentido de fe, ha mostrado siempre una gran cercanía, escucha y atención hacia quien es el Sucesor de Pedro y Siervo de los siervos  de Dios. Al pueblo fiel le importa el Papa. Sin embargo, en los últimos decenios y, sobre todo, en los últimos años, se ha ido difundiendo una crítica sorda y frecuentemente directa respecto de los Papas en ciertos medios de comunicación y de opinión pública, y aún en sectores eclesiales. Antes la crítica fue en relación con el Papa Pablo VI, después lo fue del Papa San Juan Pablo II, después del Papa Benedicto XVI y ahora de Papa Francisco. Se trata siempre del Papa y de la figura y misión de este en la Iglesia. Todo eso, junto con unas concepciones eclesiológicas al uso, está influyendo en sectores del pueblo cristiano de manera importante y generando una especie de desafección respecto del papado. Es un problema muy serio, porque desde la desafección se va debilitando y aun resquebrajando la comunión eclesial. Necesitamos al Papa, porque es roca firme en la que descansa y se apoya la Iglesia.
Y sin comunión no hay Iglesia. Pero esta comunión es siempre con Pedro y bajo Pedro, es decir, con el Papa y bajo el Papa. Ya en los Evangelios se reconoce una preeminencia de Pedro, al que suceden los Obispos de Roma, sobre el resto de los Apóstoles. Como sucesor de Pedro, el Papa ha sido constituido como principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de fe y de comunión tanto de los demás Obispos como de la multitud de fieles. El Espíritu Santo sostiene al Papa para que haga partícipes de este bien esencial a todas las comunidades e Iglesias en la sola y única Iglesia de Jesucristo.
El Papa es, en expresión hermosa, “siervo de los siervos de Dios”, el primero entre los servidores de la unidad, roca sobre  la que se fundamenta la Iglesia, Pastor de toda la grey del  Señor, el que confirma y fortalece en la fe a todos sus hermanos,  el que dirige  y guía a la comunidad universal de los discípulos de Jesús extendida de oriente a occidente, el que representa, consolida y fortalece la comunión del Colegio Episcopal.
Su ministerio es “un ministerio de misericordia nacido de un acto de misericordia de Cristo”. Es esta misericordia de Cristo la que ha dotado a su Iglesia con el servicio de Pedro y de sus sucesores para que todos seamos “uno”, permanezcamos en la unidad, y el mundo crea que Jesucristo, el único nombre en el que podemos ser salvos, es el enviado del Padre, como paz, camino, verdad, vida, esperanza para todos.
Demos  gracias  a Dios en este día por el don del Papa, por el Papa Francisco que nos guía ahora y por su imprescindible ministerio. Crezca entre nosotros nuestra adhesión personal e inquebrantable al Papa, a este Papa. Que se acreciente nuestro amor hacia él y nuestra fidelidad a sus enseñanzas. Ese amor y fidelidad es la garantía de permanecer unidos a Cristo y así ser Iglesia enviada a los hombres para anunciarles que Dios les quiere y está con ellos y por ellos. Necesitamos del Papa y él necesita de nosotros, de nuestra oración y apoyo filial y gozoso. Para ejercer el ministerio en favor de toda la Iglesia también necesita de nuestra ayuda económica, generosa y verdadera son inmensas las obras que debe atender con la ayuda de la solicitud amorosa de todos los fieles.
Que Dios nos guarde al Papa Francisco. Es un regalo suyo a toda su Iglesia santa. ¡Qué gran testigo de esperanza y caridad evangélica, qué gran defensor y servidor de todo hombre, de los más débiles, inocentes e indefensos! El nos anima desde el primer momento de su pontificado con palabras y gestos que siempre deberíamos tener presentes.
Sin temor
Con el Papa, en efecto, no hemos de tener miedo, en esta hora de Dios, a que Cristo sea de verdad nuestro Señor, nuestro dueño y maestro, nuestro único salvador. No hemos de tener miedo a seguirle, ni a anunciarle a los hombres de hoy, sobre todo a los pobres, con la libertad y la osadía del Espíritu. Tampoco podemos tener miedo a ser santos y a vivir de verdad en Evangelio de Jesucristo, que es el evangelio de la caridad, de la misericordia, de la reconciliación, del perdón y de la paz. No podemos tener miedo a la participación en la vida y misión de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios y cuyos miembros tenemos una común dignidad. No hemos de tener miedo a “salir a la calle”, como él nos dice: “Hemos de dejar de ser una Iglesia auto referencia  y  ser  una  Iglesia  en  salida”,  para  hacer presente  el Evangelio  de la alegría en la familia,  en la sociedad, en la política, en el mundo laboral, en la economía, en la enseñanza, en la cultura, en los medios de comunicación, en todo lo que afecta al hombre y es humano. Para el cristiano, como vemos en el Papa Francisco que nos confirma en la fe, no debe haber ningún miedo Dios está con el hombre, con cada hombre; en la Encarnación de su Hijo, se ha unido, en cierto modo con cada uno de nosotros, con cada hombre.