Dos fechas, de gran importancia y alcance, hemos celebrado estos días atrás: la fiesta de la Inmaculada, -Patrona de España- y el Día de la Constitución Española. La primera contiene la realidad del gran proyecto de Dios sobre la humanidad entera: Una humanidad nueva nacida de una mujer nueva, a la que no ha tocado el pecado, en la que se ve que el mal desparecerá, porque es posible su desaparición; así lo vemos en la Inmaculada Concepción, porque Dios lo quiso, pudo y lo hizo; Ella es toda santa e irreprochable ante Él por el amor, llena de su gracia y nos muestra donde está la verdad: en Dios del que el hombre es inseparable y por el que está apasionado. Ella, la Inmaculada, la toda santa, es nuestra patrona, la Patrona de España, tierra de María, inmaculista como ninguna otra nación del mundo; Ella es nuestra singular protectora siempre, y especialmente en momentos delicados como los que atravesamos. Ante la Virgen Inmaculada ponemos el presente y el futuro de España, invocamos su protección que nos ha acompañado a todos los pueblos y ciudades de España a lo largo de nuestra historia más que milenaria, desde los primeros años de la vida cristiana en España.


Las raíces en la que se asienta España, queramos o no, los hechos son los hechos, son cristianas. Esas raíces están ahí. Son, por supuesto, las raíces que alimentan y dan lugar a la Iglesia, pero son también raíces que no podemos dejar de tener en cuenta a la hora de interpretar nuestra identidad española, España atraviesa un momento muy delicado: además de la crisis o cambio cultural que van arrancando esas raíces, tenemos la espada de Damocles de la unidad o fragmentación-división de España por varias Regiones muy queridas, no cerrada definitivamente como todo el mundo pensamos (No va a ser fácil y se requiere, todo el sentido común, la inteligencia y la generosidad que este asunto reclama). Ambas cosas nos destruyen. Comparto con muchos el convencimiento de que no se llegará a la secesión independentista como se ha intentado y se sigue intentando, cosa que no sucederá mientras tengamos esta Constitución: la norma suprema por la que se rige España; su Constitución, nos salvaguarda a todos, vascos, catalanes y el resto de los españoles. No estoy tan seguro de que no llegarán a aprobarse fraudulentamente eventuales y posible proyectos legislativos, – a eso nos están casi acostumbrando ya sin embargo fuerzas con el notable poder de la mentira, y opresores, como lo que acabamos de ver en Venezuela-. Pero también la Constitución nos salvaguarda en relación con dichos proyectos o proposiciones legislativas. Y también, sobre todo, la Virgen María Inmaculada ampara y protege a su tierra que es España con todos sus pueblos y Comunidades, con todas sus gentes, y espero, confío y pido que no la dejará sucumbir ni hundirse por dichas proposiciones o proyectos de ley . Esto no es ingenuidad, ni ilusión: es el realismo de fe en María Inmaculada, en su protección y ayuda ciertísima y permanente. Pero hemos de cambiar y dejar actuar a Ella, hemos de fiarnos y hacerla caso cuando la vemos en su realidad más propia: Inmaculada y toda santa, madre sin mancha de mal o pecado, libre y verdadera.


No olvidemos, por lo demás, al día siguiente en el que celebramos el aniversario de su aprobación y su fiesta, lo siguiente: que es que la Constitución surgió en momento en el que reinaba un afán generalizado de concordia y reconciliación entre todos los españoles, tras una dura contienda civil desgarradora, a evitar para siempre, y de anhelo extendido y bastante común de libertad por parte de todos, tras un prolongado régimen autocrático. Concordia en libertad era una aspiración que vivíamos la mayoría de los españoles en aquel entonces, queríamos la paz completa y verdadera, la reconciliación, la unidad, creíamos en el diálogo y en el entendimiento entre todos, que es el mejor modo de servir a la memoria en perspectiva de futuro y su fundamento: servir a la causa del hombre, lo más noble y sagrado; con estos sentimientos de fondo compartidos se entiende una “Constitución de la concordia”, obra de todos y con mentalidades bien distintas, pero con una preocupación común: el hombre, la paz, la sociedad democrática, España, a la que pertenecemos todos en unidad y entendimiento dentro de la diversidad ; un momento, pues, aquel en el que los líderes, y creo que el conjunto del pueblo español, pensaba sobre todo en España, como una España de todos, en la que todos cabemos.


La Constitución es sin duda alguna de todos y para todos, es de todos los españoles y para todos los españoles, en unidad, en solidaridad, unidos en un esfuerzo común por recuperar la convivencia y el progreso común, dejando atrás lo que pueda separarnos. Y esto tiene mucho que ver también con la fe de la Iglesia, que reconoce y proclama la verdad de la Inmaculada Concepción en la que Dios hizo posible que se gestase y de la que naciese el Hombre nuevo, que es paz, reconciliación, concordia. Y de Él nacería la Iglesia que es de todos y para todos, a todos se debe, a todos congrega, a todos llama, no hace acepción de personas, su vocación es reunir a los hijos de Dios dispersos, “sacramento de unidad”, la llama el Vaticano II, reunir e integrar a todos en unidad formando un solo pueblo, llevar a todos y ofrecerles su mejor y más grande tesoro que lleva dentro, para hacer posible que surja una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos con la novedad del Evangelio que nunca separa, ni condena, sino que supera toda condenación del otro y une para edificar la casa común: este tesoro es el Evangelio que hace posible y reclama el bien de la persona y las personas, el respeto y promoción de la dignidad común de la persona humana y de la igualdad que entraña; traer, como su Señor, la libertad a todos, sobre todo, a quienes carecen de ella y anunciar la buena noticia a los pobres, vulnerables y preteridos porque son amados ellos, los que sufren, los excluidos, y son reintegrados a la casa donde hay calor y cobijo de hogar, curadas sus heridas y sanadas sus divisiones y enfrentamientos. Y todo esto tiene que ver con nuestra Constitución que alberga en su seno y promueve principios y criterios que nos conducen por caminos que nos llevan a la unidad y la paz dentro de una sociedad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos, libres, fundados en la paz, hijos de la paz. Que María Inmaculada ayude a España a mantenerse en su identidad inseparable de ella, para ser hermanos, abiertos al futuro, capaces de animar a los jóvenes que miran al futuro, su futuro.


En la base de nuestra Constitución estaba y estuvo el ánimo de llegar a un texto constitucional que fuese de todos, no de unos frente a otros o sobre otros. Así, hoy, aunque perfectible como toda obra humana, nuestra Constitución “la vemos como fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento y como instrumento y primicia de un futuro de convivencia armónica entre todos” (Conferencia Episcopal Española, 1999), y de afirmación de derechos y libertades básicas inalienables base y fundamento de un sistema democrático e integrador. Como tal se ha mostrado a lo largo de más de cuarenta años y esperamos, ésa es mi convicción y mi esperanza, que esta Constitución, con las actualizaciones que requiera, siga siendo el gran apoyo para esa unidad, solidaridad, concordia y afirmación de derechos y obligaciones, de libertades, que ella misma alienta y confirma. ¡Qué sabiduría y sensatez la de los Constituyentes, a los que hay que rendir homenaje, como signo de que deseamos y anhelamos un futuro verdadero de concordia, de paz, de libertad, de respeto, de justicia, de progreso, de desarrollo, de implantación creciente de justicia social! A eso aspiramos los españoles y ese es el espíritu constitucional que nos rige, el llamado espíritu de la transición, en la que ha jugado un papel tan clave la monarquía encarnada en el Rey D. Juan Carlos I, al que tanto le debemos y parece olvidarse, o se intenta olvidar para minar todo eso alcanzado a punto de quebrarse y perecer hoy, incluso con solapados movimientos de ir minando la monarquía encarnada hoy en el rey Felipe VI; por contraste, no vemos que las fuerzas actuales que nos gobiernan aspiren y anhelen lo mismo: buscan poder y más poder, mantenerse en el poder de unos sobre otros, dominar, olvidar y sobrepasar hacia el abismo la concordia, la unidad, la democracia, la libertad, derechos humanos fundamentales, enfrentamientos; ¿quieren en España otra Venezuela regida por todo lo contrario que aquí anhelamos, es decir, por la opresión, gestando una Nación de gente oprimida por el poder dominante? ¡Qué pena me han dado el que, ni siquiera el día de la Constitución, en la víspera del día de la Patrona de España, los líderes de las dos principales fuerzas política no se hayan saludado eso no hubiese ocurridos de seguir el sentido constitucional del 78. No sé en quien está el no haberlo hecho, me lo imagino, pero es de vergüenza y es un pésimo ejemplo y un mal augurio para el futuro de España, que no debería consentirse, al menos no caben ni en la Constitución ni en el espíritu constitucional de la concordia y de la transición. ¿A dónde vamos?¿Dónde nos llevan o pretenden llevarnos si no reaccionamos a tiempo? Para la concordia, para la verdad, para el respeto, para la libertad verdadera, para el diálogo y la fraternidad de la que nos habla el Papa Francisco, la Iglesia, como en la transición, siempre está dispuesta, a tiempo. No desaprovechemos el tiempo, por favor no incendiemos algunas mechas de las que tendremos que arrepentirnos a no tardar. ¿A quién culparemos de ello? Habría que situarse en aquellos años, que recuerdo con profunda emoción y veneración, pero también hay que situarse en los momentos actuales que observo, lo confieso, con asombro, preocupación y estupor. Pido al Señor, en este tiempo de Adviento y ante nuestra Patrona que podamos y debamos mirarlos con esperanza, la que Ella nos abre con su Hijo que viene.