Has querido vivir con la inquietud de Cristo el ministerio de Pedro, ser ese buen pastor al que no le es indiferente el que las personas vaguen por el desierto, en las múltiples maneras que éste se presenta a los hombres y mujeres de nuestro tiempo: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, de la falta de amor, el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío que llega al ser humano cuando no tiene conciencia de su dignidad o del rumbo que tiene que tomar en la vida. Te agradecemos, Santo Padre, el que, desde el inicio de tu ministerio, te pusieras en camino a la manera de Jesucristo, para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la Vida, a la amistad con Nuestro Señor Jesucristo, hacia quien es la Vida en su plenitud. La archidiócesis de Valencia tiene experiencia de la cercanía que el Señor, a través del ministerio de Pedro, de Vuestra Santidad, mostró a los valencianos y a quienes vinieron a Valencia de todas las partes de España y de todo el orbe al Encuentro Mundial de las Familias. Fue en los primeros momentos en los que comenzabas a servir con total generosidad a la Iglesia. En esos días que estuviste en Valencia nos mostraste que una de las características del pastor es amar a los hombres que le han sido confiados, tal y como los ama Jesucristo. Gracias, Benedicto XVI.
“Apacientas mis ovejas”
¡Cuántas enseñanzas con su vida y con su palabra nos ha regalado el Santo Padre! Gracias de todo corazón. ¡Qué bien supo escuchar aquellas palabras del Señor a Pedro: “apacienta mis ovejas”! Apacentar quiere decir amar. Y en ese amar, el estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, que es dar el alimento de la verdad de Dios, de su Palabra, de su presencia. De verdad, Santo Padre, que agradecemos ese empeño que has tenido de querer, con todas tus fuerzas, llevar a los hombres a Dios en la seguridad de que solamente Él es quien les da Vida. Es muy hermosa la narración en la que Pedro, después de una noche en la que había estado echando las redes sin descanso, no obtuvo éxito de pesca alguno. Y, en esa situación, el Resucitado se le aparece y le pide que vuelva a pescar otra vez. Hace caso, es decir, escucha su palabra, se fía del Señor, echa la red y se llena tanto que no tenían fuerzas para sacarla. Tú, Santo Padre, nos has enseñado con tus palabras y con tu testimonio a saber dar la misma respuesta que Pedro: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”; y, precisamente, por esta confianza en el Señor, también Él te confió la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (cf. Lc 5, 1. 11).
Santo Padre Benedicto XVI, tú también has escuchado y has sabido decirnos que nos adentremos en el mar de la historia, que echemos las redes sin miedo y que conquistemos a los hombres para Cristo. Es de una belleza extraordinaria la reflexión que nos hacen los Santos Padres sobre este tema: nos dicen que para el pez, que está creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar porque se le priva de su alimento vital y es, entonces, cuando se convierte en alimento de los hombres. Y nos dicen algo aún más maravilloso, como es que en la misión del pescador de hombres ocurre todo lo contrario, pues al ser humano, viviendo en la alienación, en el sufrimiento, en la muerte, en la oscuridad, en el egoísmo y la mentira, resulta que la red del Evangelio lo rescata de todo esto y lo lleva al resplandor de la luz que es Dios mismo. ¡Qué maravilla, Santo Padre! El Señor te ha llamado y has vivido para enseñarnos a Dios, para llevarnos a Dios, para dirigirnos a la tierra de la Verdad y de la Vida. Precisamente por ello, nada más grande que conocer y comunicar a los demás la amistad con Dios. Gracias, Santo Padre, por todo tu Magisterio, que nos ha dado seguridad y ha sido una guía clara para todos los cristianos y una luz para todos los hombres.
Desde el día 28, cuando te despediste de nosotros, estamos pidiendo al Señor que dejemos que la luz y la fuerza del Espíritu Santo nos regale el sucesor de Pedro que la Iglesia necesita en estos momentos. Rezamos por los cardenales mientras están reunidos en cónclave. Rogamos para que, quien sea elegido, sea un testigo del Evangelio con una experiencia personal y profunda del Señor, alguien que viva una íntima amistad con Él. Pedimos que sea alguien que nos enseñe, con su vida, que la fe cristiana nunca se puede reducir al mero conocimiento intelectual de Cristo y de su doctrina, sino que también debe expresarse en la imitación de los ejemplos que Cristo nos da. Entre otros, que esté dispuesto siempre a dar la vida, construyendo la comunión de tal manera que ofrezcamos el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo y entregada siempre a salir con valentía y decisión al encuentro con todos los hombres, en todas sus situaciones y con todas sus expectativas.
Pastor que nos aliente
En nuestra archidiócesis de Valencia, hacemos un gesto concreto en todas las parroquias, comunidades religiosas y templos con culto: la tarde del día 28 invitamos a los cristianos a permanecer en la adoración al Señor Sacramentado y a celebrar la Eucaristía. Y con esta intención: dar gracias a Dios por todo lo que nos ha regalado a la Iglesia a través del ministerio del Papa Benedicto XVI y para que el nuevo sucesor de Pedro sea ese hombre que se deja preguntar por el Señor, “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. De tal manera que esta pregunta suscite esa respuesta conmovedora: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Y es que de este amor es de donde brota la misión. Cuando reflexionamos sobre el ministerio del Sucesor de Pedro, vienen a nosotros las palabras del Evangelio: “Yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10, 15. 17. 18). Porque el regalo del ministerio sacerdotal es entrar en la entrega de Cristo. Y hay que entrar con todo el ser. No se puede entrar a medias. ¡Qué hondura tiene contemplar a Jesús dando la vida por todos! Él se consagró por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad, es decir, en Él, y así pudieran hablar y actuar en su nombre, representarlo, prolongar sus gestos de salvación, partir el Pan de la vida, perdonar los pecados.
Estos días son para todos los cristianos de una gracia especial para saber valorar con intensidad el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y por el amor en el mundo. Esto es una auténtica prioridad para la Iglesia y necesitamos el pastor que nos aliente a vivir cada día con más intensidad este compromiso. Como decía San Juan María Vianney, “todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios”. Es un tiempo para suscitar en los hombres el interés por Dios, de preocuparnos por esta cuestión que es esencial para la existencia del hombre. Hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Él es una prioridad pastoral. Que nuestra Madre, la Santísima Virgen María, en esta advocación entrañable de los Desamparados, interceda por la Iglesia, como lo hizo desde sus mismos inicios.