Queridos hermanos diáconos que vais a recibir el sacramento del Orden. Al imponeros las manos y ser ungidos con la unción del Espíritu Santo vais a ser consagrados y constituidos sacramentalmente sacerdotes. En este día de vuestra ordenación, Jesús, en la página del Evangelio proclamado, os dice: “ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos”. Os llamo, sois mis amigos para siempre; estas palabras constituyen la fuente de vuestra permanente alegría sacerdotal. No se os impone una carga, puesto que por la ordenación, como otros Cristo, sois enteramente de Dios, en donde se encuentra todo amor, gozo y alegría, y a partir de Dios, entregado por completo a Dios, sustraídos a los lazos mundanos, vuestra vida ha de quedar disponible enteramente para los otros, para todos, amándolos y haciéndoles partícipes del amor que habéis recibido para amar, para entregarlos pletóricos de alegría a los demás sin límite alguno, sólo para amarlos y darles gratis y dichosos lo que gratis recibís ahora por la ordenación. Por la ordenación no recibiréis una carga, y menos aún pesada, como tampoco se os impuso una carga al aceptar libre y gozosamente el celibato sacerdotal al recibir el don del diaconado, que os configuró con Cristo, siervo y servidor, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por muchos; por la ordenación presbiteral, no dejáis esta configuración sacramental con Cristo, siervo y servidor, que da la vida por todos, seguís siendo siervos y servidores con Él, con Cristo; y vuestra entrega personal de cada uno de vosotros a Cristo, con Cristo y en Cristo, es la condición y garantía de una plena donación vuestra a todos los hombres, con verdadera alegría que brota del amor.

Hermanos, os añado, que, por la ordenación sacerdotal, tampoco recibís meramente un encargo para ejercer una función. Sois constituidos sacerdotes, conforme al Corazón de Cristo en la Eucaristía, sois don de Dios para entregar al pueblo fiel el don gratuito máximo de Dios en la Eucaristía; la presencia eucarística, presencia del amor misericordioso, que va a ser posible por vuestras palabras y vuestras manos que el Señor hace suyas por la unción, esa presencia eucarística se recibe como un don inmerecido en medio del asombro y del gozo. Os insisto, no se os impone una carga, como tampoco El Espíritu, de la alegría y la santificación os confiere meramente un encargo, sino que os hace sacerdotes, ungidos para llevar cabo en toda vuestra persona, en cuantos sois y hagáis la misma misión con la que Cristo ha sido enviado y ungido, para amar a los hombres hasta el extremo, pues en eso hemos conocido el amor y por eso sois, como don de Dios, ungidos por el Espíritu de la Verdad y del amor para dar la buena noticia a los que sufren, sanar o vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros y esclavizados la libertad, para consolar a los afligidos, para proclamar el año de gracia del Señor. Toda manifestación del amor de Dios, porque el Espíritu derrama en nuestros corazones el amor para amar con el mismo amor de Dios. Por eso toda vuestra existencia sacerdotal será la manifestación del amor de Dios entregado en su Hijo, Buen y Supremo Pastor que ha venido a dar su vida por nosotros. Expuestos a mil situaciones, y en tantas ocasiones, en cansancio y sufrimiento, en la enfermedad o en la desolación, en la esperanza, en el sufrimiento, en la abundancia y en la estrechez, daréis vuestras vidas, curaréis heridas, seréis bálsamo y conduciréi a los heridos y despojados, a los tristes y afligidos, a donde hay calor y cobijo de hogar como el buen samaritano. Sois ungidos y consagrados, esta mañana, constituidos pastores que vais a hacer presente el don de Dios que es Jesucristo, que cura heridas y es alivio y consuelo para los cansaos y agobiados; por eso Él os dice hoy: “apacienta a mis ovejas, quiere a mis ovejas, dalo todos y date todo por ellas, como yo me doy”; sois constituidos pastores que han recibido el poder de actuar en la persona de Cristo, cabeza y pastor de su Iglesia, para congregarla en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y de los sacramentos. Somos sacerdotes, don de Dios, enteramente necesarios para la vida de los fieles y para su participación en la misión de la Iglesia: “apacienta a mis ovejas, cuida de ellas, dales vida, porque sin mi nada pueden”, sin nosotros sacerdotes nada pueden, no pueden vivir si no son apacentadas. ¡Qué grande es la misericordia de Dios con su pueblo que les da sacerdotes!. ¡Qué grande se manifiesta esta misericordia suya con nosotros sacerdotes, para que a través nuestro puedan palpar y ver, y gustar esa misericordia en la vida de los hombres.

Queridos hermanos ordenandos, como dice el Papa Francisco, no olvidéis esto, “tanto en los momentos de tribulación , fragilidad y debilidad, como aquellos otros en los que salen a flote nuestras limitaciones, cuando la peor de las tentaciones es quedarse rumiando la desolación, troceando la mirada, el juicio y el corazón,…, en esos momentos es importante, crucial, no sólo no perder la memoria agradecida del paso del Señor por nuestra vida, la memoria de su mirada misericordiosa que nos invitó a jugárnosla todo por Él y por su pueblo, sino también tener la valentía de ponerla en práctica y, con el salmista , llegar a hacer nuestro propio canto de alabanza… “Porque es eterna su misericordia” (Salm. 135). El agradecimiento siempre es un “arma potente”. Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer de manera concreta todos los gestos de amor, generosidad, solidaridad y confianza, así como de perdón , paciencia, aguante y compasión con los que nosotros fuimos tratados, dejaremos al Espíritu regalarnos ese aire fresco de renovar nuestra vida y misión. Dejemos que, como le ocurrió a Pedro en la mañana de la “pesca milagrosa”, el caer en la cuenta de tanto bien recibido nos haga despertar la capacidad de asombro y gratitud que nos lleve a decir :!Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador” (Lc, 5,8) y escuchemos una vez más de boca del Señor su llamada: “No temas, de ahora en adelante, serás pescador de hombres” (Lc 5,10). Porque es eterna su misericordia.

Queridos ordenandos, con vuestro “Presente, o aquí estoy”, al llamaros por vuestro nombre estáis respondiendo o queriendo responder con vuestra fidelidad al compromiso que contraéis esta mañana, y es todo un signo que, en medio de una sociedad y una cultura que han convertido “lo gaseoso” en un valor, existan personas que apuesten y busquen asumir compromisos que reclaman la totalidad de la vida. En el fondo estáis y estamos diciendo que seguís o seguimos creyendo en el Dios que jamás ha quebrantado su alianza, incluso, cuando nosotros la hemos quebrantado innumerables veces. Esto nos invita a celebrar la fidelidad de Dios que no deja de confiar, creer y apostar por nosotros a pesar de nuestras limitaciones y pecados, y nos invita a hacer nosotros lo mismo. Conscientes de llevar un tesoro en vasijas de barro (cf.2 Cor 4,7), sabemos que el Señor triunfa en la debilidad (cf 2 Cor 12, 9), no deja de sostenernos y llamarnos, dándonos el ciento por uno (Cf. Mc, 10, 29-309…porque es eterna su misericordia.

Gracias, queridos ordenandos, por la alegría con la que sabéis entregar vuestras vidas, no la perdáis, esa alegría que siempre mostraréis con un corazón que lucha para no hacerse estrecho ni amargado, al contrario ,que lucha cada día por estar disponible a ser ensanchado por el amor a Dios y a su pueblo, porque es eterna su misericordia.

Y gracias porque buscáis fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con los Obispos, apoyándoos unos a otros, cuidando al que está enfermo o se siente solo, buscando al que se ha aislado, dando ánimos al anciano y aprendiendo de su sabiduría, compartiendo los bienes, sabiendo reir y llorar juntos, desterrando toda murmuración y crítica en el presbiterio, como mal y carcoma o termita a olvidar entre nosotros; ¡Qué necesarios son estos espacios! Y os doy gracias de antemano porque espero que seáis constantes y perseverantes cuando tengáis que aceptar alguna misión difícil, o que no os agrade demasiado o cuando tengáis que impulsar a algún hermano a asumir sus responsabilidades,…Porque es eterna su misericordia.

Gracias, queridos ordenandos, porque diariamente celebraréis la Eucaristía, y apacentaréis con misericordia en el sacramento de la reconciliación, sin rigorismos ni laxismos, haciéndoos cargo de las personas y acompañándolas en el camino de la conversión hacia la vida nueva que el Señor nos regala a todos, con las entrañas de la misericordia que se rebaja a la fragilidad y pecados de los hombres y los comprende y les imparte el perdón de parte de Dios y los acompaña en el caminar de la noche, porque es eterna su misericordia.

Y gracias, queridos ordenandos, porque con la fuerza del espíritu que os unge, vais a anunciar a todos con ardor, a tiempo y a destiempo, el Evangelio de Jesucristo, fuerza de salvación que sana las heridas del corazón humano. Ante un mundo de increencia, paganizado, que vive prácticamente de espaldas a Dios, alejado de El, el sacerdote debe ser para los fieles testigo del Dios vivo. Para ser testigos de Dios necesitamos vivir la experiencia de Dios en lo más hondo de nosotros, amar, amar con todo el corazón a Dios. Tenemos que acoger el Misterio de Dios en la soledad que es donde podemos encontrarnos con nuestro más profundo centro en el que se hace presente Dios, más íntimo a nosotros que nuestra más honda intimidad. En este mundo nuestro, es necesario que enseñemos a conocer a Dios, conocer y gustar su amor; esto es lo esencial : Conocer a Dios, amar a Dios, darlo a conocer, llevarlos a gustar el amor de Dios, manifestado en Cristo el Ungido por el Espíritu. Esta es la vida eterna, nos dice el mismo Jesús, y para esto sois ordenados presbíteros para que puedan los hombres participar de esa vida eterna, participando de su conocimiento y de los sacramentos.

Que la Virgen María os ayude en vuestro ministerio.