Santísimo Cristo del Grao, en la parroquia de Santa María del Mar, de Valencia. FOTO: M.GUALLART

Ante lo que nos está sucediendo en España – por ejemplo, el crimen o asesinato del aborto provocado, legal y auspiciado como planificación o salud reproductiva, tras el que se promocionan grandes ingresos económicos o negocios sin escrúpulos de las clínicas dedicadas a practicar tales asesinatos; o también la legalización de otro crimen como el que lleva consigo la eutanasia legalizada, recibida por algunos parlamentarios españoles como un aplauso de logro o de victoria, ¡vergonzoso aplauso! por el que debería caerse la cara de vergüenza de los que provenía tal aplauso; o la lucha por el poder utilizando abusivamente la política y ensuciando su nobleza; o la descalificación ¡increíble!, desconsiderada, desvergonzada o al menos sin educación, por parte de la responsable del ministerio del ramo, de un padre parlamentario con una hija con un determinado síndrome; o el olvido del bien común y sustituido con los datos estadísticos hábilmente manejados; o la implantación de ideologías deshumanizadoras que se van imponiendo con un pensamiento único donde está ausente la persona humana, la verdad y la libertad en la verdad y promoviendo una cultura de la muerte y del odio, a lo que se está acostumbrado así a una sociedad insensibilizada y que lo aguanta todo, inerme, y todo esto en tiempos de la pandemia del coronavirus-….. En medio de todo esto, ¿hay alguna respuesta?. Sí la hay, se nos ofrece y la tenemos al alcance de la mano, desde hace más de veinte siglos y nos la muestran sus testigos a los que es tan sensible nuestro mundo de hoy. Sé que me van a tildar cuando menos de fundamentalista y me van a llenar de desprecios, pero no me importa cuando, sencillamente, con humildad y verdad, con libertad me atrevo a referirme a esa respuesta y ofrecerla a todos. Me refiero a la respuesta que encontramos en lo que constituye el núcleo, la esencia, la novedad del hecho cristiano, válido para todos y no excluyente ni pretencioso, concierne a todos, es válido y decisivo a todo hombre y a la comunidad humana en cuanto tal, lo que está en el fundamento: El amor, la verdad que se realiza en el amor. Esa sencilla y breve palabra que parece haberse convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.
Ésta es la clave de todo: el amor, el amor cristiano. Dirá el Papa Benedicto XVI en su encíclica sobre el amor, “Dios es amor”: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. De esto me ofrecía, con humildad, alegría y gozo de vivir, un testimonio real y de experiencia personal y viva el pasado sábado la otrora enfermera proabortista María Himalaya, renacida de nuevo, convertida en nueva criatura por un encuentro con Jesús, que vive y ama, y llena de amor y esperanza que capacita para amar y luchar por una nueva civilización del amor, una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos con el fundamento del amor, de la verdad del amor que nos hace hermanos.

No es una idea, no es un conjunto de valores, no son las soluciones de la ciencia y de la técnica, dirá Benedicto XVI en su aludida encíclica, la que nos salvan y sean capaces de responder a los grandes desafíos de nuestro tiempo, sino un acontecimiento, una Persona, en quien hemos conocido el amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna” (Cf Jn 3,16); ahí, en Él, se esclarece la verdad de Dios y la verdad del hombre y se nos descubre la grandeza de ser hombre y de nuestra vocación de hombres (Cfr. GS 42).

Ante un mundo tan falto y necesitado de amor -a la vista está- como es el nuestro, con tan grandes problemas de humanidad Benedicto XVI dirá con toda sencillez y libertad que “el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros” (n.2). A partir de ahí y en ese Amor que se ha hecho hombre, el Papa nos muestra que la equivocidad con que se utiliza en nuestros días el término “amor” y a pesar de la diversidad de sus manifestaciones, y de las ideas o concepciones abstractas sobre él, el amor, en último término es uno sólo: el amor de Dios encarnado, donde radica, a su vez, la originalidad misma del cristianismo.

No consiste ésta originalidad o novedad en “nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito” (n.12). Por eso, añadirá “poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan, ayuda a comprender quién es Dios y lo que es el hombre: Dios es amor, el hombre, todo hombre aún el más perverso y desgraciado es amado por Dios hasta el extremo. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir qué es el amor. Y desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (n.12), en el que, en modo alguno, son separables el amor de Dios y el amor a los hombres, como dan testimonio los santos, enseña de la verdad del hombre, como podíamos comprobar en Valencia en el testimonio real y verdadero de María Himalaya y de tantos y tantos, que como ella han podido encontrarse con el amor. “No se trata ya, dirá el Papa, de un ‘mandamiento’ externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor” (n. 18).

He ofrecido estas reflexiones, precisamente, en la semana que nuestras miradas se dirigen a la Cruz, en ella encontramos la verdadera sabiduría, que cambia el mundo. Ahí está el futuro y la esperanza para una Humanidad que de nada está tan necesitada como del amor. Esto sí que es la base para un nuevo orden mundial: el amor del Crucificado que rechaza, sin embargo, el Nuevo Orden Mundial que intentan los poderosos, los más poderosos y dominadores del mundo, los que aparentemente triunfan y tiene éxitos, y aquellos que sin llegar a tanto poder asumen sus actitudes que son obras y engaños del príncipe de la mentira que intenta devorar al hombre.