Cuando hace muy pocos día teníamos la vigilia en la Basílica de la Virgen de los Desamparados para despedir y entregar la misión a quienes están participando de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro (Brasil), os hablaba de cuatro cuestiones que a mí me parecen muy importantes para todos los cristianos. El Santo Padre quiere que los discípulos de Jesucristo respondamos a ellas saliendo a este mundo y proponiendo a Jesucristo como el único camino que tiene el ser humano para sí mismo y para hacer esta historia. Tengamos la valentía y la osadía de acoger su propuesta, de asumirla cada uno de nosotros, de regalársela a los jóvenes como el bien más precioso para sus vidas.
De estas cuatro cuestiones quiero hablaros a todos los cristianos en mi carta semanal, uniéndome al Santo Padre Francisco en su viaje a Brasil: 1) “Quédate con nosotros porque atardece”; 2) “¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?”; 3) “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?”, y 4) “¡Oh insensatos y tardos de corazón!”. Estas cuestiones es necesario que nos las planteemos, si es que nos tomamos con seriedad y buscamos la profundidad, lo que el lema nos dice y que el Santo Padre quiere que los jóvenes asuman con todas las consecuencias: “id y haced discípulos a todas las naciones”.
Un ‘humanismo de verdad’
Ante tantas situaciones y de índole muy variada que viven los hombres en todas las latitudes de la tierra, la Iglesia y el Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, hace una llamada singular a todos los cristianos. Es la misma que hizo Jesucristo a los primeros discípulos en los inicios mismos de la misión de la Iglesia: “id y haced discípulos a todas las naciones”. No es una llamada que remita a hacer hombres y mujeres dogmáticos, ni tampoco tecnócratas. Quiere llamar a que todos los hombres puedan descubrir que desplegar en la vida el rostro de Dios es lo propio del hombre, pues Él nos da el ser y la manera de ser, engendra lo más sublime y lo más grande que podemos aportar a este mundo para que sea humano, con el “humanismo verdad” que Jesucristo nos ha revelado.
Nos invita a llamar a que los hombres y mujeres de este mundo desplieguen la imagen verdadera que son y que ha sido diseñada por Dios mismo.
Recorramos este mundo con la propuesta del Señor, “id y haced discípulos a todas las naciones”. Vamos a hacerlo no con imposiciones, y es en este sentido en el que no somos dogmáticos, sino que salimos por este mundo con una propuesta. La propuesta de una persona, Jesucristo, a la que nosotros hemos conocido y hemos visto lo que ha sucedido en nuestra vida desde que hemos dejado que entre a nuestra existencia y que ocupe todas las estancias. Proponemos que los hombres y mujeres de este mundo lo dejen entrar a sus vidas y puedan experimentar la diferencia que existe entre vivir sin Él y vivir en comunión con Él, dejando que su gracia y su amor llenen nuestra existencia.
La dignidad más alta
Hay una tentación hoy que es, con aires de dejar libertad, pasear por este mundo como tecnócratas, es decir, no absolutizando ningún valor o ideal, no teniendo nada como incondicional y normativo para la libertad humana ni para crecer y desarrollarnos como personas, y, además, no haciendo ninguna propuesta pues así creemos que no condicionamos a nadie. Esta actitud es una falacia que nos hace dudar de algo fundamental: el ser humano, en la medida que tiene fundamentos, se yergue como un absoluto de valor, de sentido y de servicio al mundo, alcanza su dignidad.
Por eso se tiene que preguntar siempre: ¿quién me da valor, sentido y me hace servidor? ¿quién me regala gratuitamente la dignidad más alta que tiene un ser humano?
1) “Quédate con nosotros porque atardece”. ¡Qué experiencia más maravillosa la de los discípulos de Emaús! Al lado del Señor hay luz. Ellos han sentido la diferencia que existe en sus vidas, antes de estar con Él y después. Por eso mismo, le dicen “quédate con nosotros”. A tu lado vemos luz, hay horizonte, descubrimos que hay salidas, “quédate”. Todos necesitamos ser sostenidos, alentados. En los niveles más elementales, vemos cómo toda sociedad, para poder dar vida, necesita de una serie de valores sin los cuales no puede sostenerse ni alimentarse. ¿Qué tiene que ver esto con el anuncio de Jesucristo? Mucho. Decía Machado que cuando Dios se ahuyenta de la ciudad toman posesión de ella los dioses. Y suelen ser dioses construidos a nuestra medida y según nuestros intereses. Hoy más que nunca es necesario anunciar al Señor y poder decirle “quédate con nosotros para que tengamos luz y no venga la oscuridad”. No hagamos dioses a nuestra medida o nos hagamos dioses nosotros.
2) “¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?” Al mundo no se puede salir de cualquier manera para anunciar a Jesucristo. Hay que salir con ardor. Tiene que arder el corazón, fruto de la fuerza y de la gracia que da el Señor cuando nos encontramos con Él. Hemos de tener una experiencia tal de Él, que salir no nos cuesta, sino que es una manera de ser que nos da el Señor cuando toma posesión de nuestro corazón. Estamos invitados a entregar el valor de los valores que es el mismo Jesucristo. Invitados a hacer posible que nuestra fe se haga cultura, pues configurará la sociedad, su presente y su futuro de una manera tan honda que nos abocará a la fraternidad, a la concordia, a situarnos junto a todo ser humano sabiendo que las personas son sagradas, que las vidas han de prevalecer sobre los programas. Que sea la persona del Señor la que nos haga vivir con unas convicciones morales, fundamento permanente de una manera de organizarse y vivir en medio de este mundo. No podemos dejar que nuestra sociedad y nuestra cultura sea invadida por dioses que nos hacen esclavos más grandes que los que conocemos por la historia.
3) “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?” Esta pregunta que hizo el Señor a los discípulos de Emaús, nos la sigue realizando a cada uno de nosotros. ¿Cuáles son nuestras ocupaciones en la vida y cuáles son nuestras preocupaciones? La felicidad que buscamos y que tenemos derecho a saborear tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Solamente Él da plenitud de vida a la humanidad. Por eso, ¿cómo vamos a permitirnos dejar pasar el tiempo y no anunciarlo? Quien deja entrar a Cristo en la vida no pierde nada, sino que gana todo. Gana en belleza, en libertad, en grandeza de miras, en horizontes más profundos, en descubrir no solamente quién es uno mismo, sino también quiénes son los demás.
4) “Oh insensatos y tardos de corazón”. Dejaos sorprender por Jesucristo. Dadle el derecho a hablaros. Abrid las puertas de vuestra libertad a su misericordia y compasión. Presentad vuestra vida, la que tengáis, a Cristo. Dejad que Él os dé su luz. ¡Qué fácil es vivir sólo para uno mismo! ¡Pero qué tristeza invade! ¡Qué grande y maravilloso es vivir siempre pensando en los demás como lo hizo Jesucristo! Construid la vida sobre Jesucristo, Él es la roca verdadera firme y segura. Demos la señal de que somos discípulos del Señor amándonos los unos a los otros.