Cuando nos estamos preparando para recibir al Señor en la Navidad, haciendo este camino de Adviento, me sigue pareciendo cada día más urgente entrar por el camino de la misericordia y de la conversión. Y es que me siguen impresionando e interpelando cómo, desde la mistad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, los Papas nos hablan de cómo hemos de situar la pregunta sobre la misericordia y la llamada a la conversión como centro del anuncio y del camino de la Iglesia. ¡Qué fuerza tienen las palabras de la Virgen María en el canto del Magníficat cuando nos dice, hablándonos de Dios, que “su misericordia alcanza de generación en generación”! Y es que la “misericordia” es el más bello nombre de Dios, es la manera más hermosa de dirigirnos a Él y la llamada más profunda que tenemos para realizar un cambio total de nuestra vida y ponerle otra dirección. De tal manera que misericordia y conversión son dos categorías necesarias para la “nueva evangelización” y, al mismo tiempo, marcan todo un nuevo estilo pastoral.
Medicina pastoral
Juan XXIII, en el discurso de inauguración del Concilio Vaticano II, alude a un nuevo estilo pastoral con el que hemos de salir los cristianos para lo que siempre hizo la Iglesia, anunciar a Jesucristo. Por ello, nos dice: “la esposa de Jesucristo prefiere emplear la medicina de la misericordia antes que levantar el arma de la severidad”. Un estilo pastoral que ha continuado en la Iglesia. En la traducción que se hizo del título de la encíclica “Dives in misericordia” del Beato Juan Pablo II en la edición alemana, se le decía: “el ser humano amenazado y la fuerza de la compasión”. Hay datos excepcionales del Beato Juan Pablo II que nos hablan de la centralidad que para él tenía la misericordia. Entre ellos, la consagración del mundo a la Divina Misericordia el día 17 de agosto de 2002. O, también, la canonización de la religiosa y mística polaca Faustina Kowalska que en sus escritos caracteriza la misericordia como el mayor y más elevado atributo de Dios y la pone como la perfección divina por excelencia, y que el propio Juan Pablo II, siguiendo una sugerencia de sor Faustina, declara el segundo Domingo de Pascua como el Domingo de la Divina Misericordia. Benedicto XVI profundizará en este tema de la misericordia en la encíclica “Deus caritas est”. El Papa Francisco tiene unas palabras sobre la misericordia que son elocuentes: “Un Dios que se hace cercano por amor, camina con su pueblo y este caminar llega a un punto que es inimaginable… El Señor nos ama con ternura. El Señor conoce aquella bella ciencia de las caricias, aquella ternura de Dios. No ama con palabras. Él se acerca y nos da aquel amor con ternura. ¡Cercanía y ternura!” (Palabras del Papa 7-VI-2013).
En una situación en la que tantos hombres y mujeres que viven con nosotros se sienten desalentados, desesperanzados y desorientados, es importante, diría que fundamental, entregar el mensaje de la misericordia divina en cuanto mensaje de confianza y de esperanza. La misericordia nada tiene que ver con una llamada a una vida suave y merengue, ni nada tiene que ver con la blandura y la falta de energía, ni con la indeterminación o con quien no busca la justicia. La misericordia es una conmoción de tal calado que nos lleva a percibir la presencia de Dios, que nace en lo más profundo de nuestra vida, como un “sí” absoluto a quien sentimos que nos ama sin condiciones, un “sí” que lleva a un cambio total de vida, a una renovación de la mente y del corazón, a una conversión. Cuando no se da esa conmoción, la misericordia es pseudomisericordia. No podemos olvidar la misericordia en el anuncio del Evangelio, pues pertenece a la esencia de Dios mismo, tal y como se nos ha revelado en Jesucristo Nuestro Señor. ¡Qué maravilla es descubrir que la justicia de Dios es su misericordia!
El grito de la misericordia y de la conversión, he de decir con fuerza que tiene muchos oyentes hoy. Diría que casi todos los hombres tienen unos oídos y, diría más, un corazón que escucha esos gritos. Y más, cuando vienen y llegan de Alguien que es más que nosotros mismos. Por ello, los comportamientos de sangre fría, la confrontación permanente, la aniquilación del otro, la indiferencia, la frialdad, los individualismos, la violencia, las torturas, las catástrofes naturales, el hambre de muchos hombres y mujeres de este mundo, la vida de los niños en peligro por no tener lo mínimo para subsistir, hemos de decir con todas nuestras fuerzas que hoy desencadenan olas de empatía y de altruismo, pues de la misericordia y de la conversión tienen hambre todos los hombres. Otra cosa es que no hayan descubierto de dónde mana la verdadera misericordia y conversión. Hoy, la compasión, la misericordia y la conversión, no son extrañas, hay empatía y son necesitadas por los hombres, pues, cuando faltan, no podemos vivir. Impresiona descubrir cómo el Antiguo Testamento presenta a Dios como un Dios clemente y misericordioso (Sal 86, 15) y cómo el Nuevo Testamento llama a Dios “padre compasivo y Dios de todo consuelo” (2 Cor 1, 3).
Modelos de vida samaritana
¡Qué fuerza tiene para el hombre descubrir que la soberanía de Dios se muestra, sobre todo, en el perdón y en la absolución! Perdonar y absolver de culpa solamente es posible para quien se encuentra por encima de las exigencias de la mera justicia y puede indultar a otro del castigo justo y conceder la posibilidad de un nuevo comienzo. Y esto solamente lo puede hacer Dios. Misericordia y conversión van unidas. La misericordia de Dios protege, fomenta, recrea y fundamenta la vida, llama siempre al ser humano a una nueva vida, a la conversión. La misericordia de Dios quiere dar siempre vida, más vida siempre. Y, por ello, se muestra solícito con los débiles y los pobres, pues su misericordia no consiente la opresión, la marginación, la explotación; pide, precisamente, la justicia y el derecho. ¡Qué fuerza tienen para entender la misericordia y la conversión aquellas palabras de Jesús en el Evangelio de San Marcos cuando recapitula la fascinante novedad y la totalidad del Evangelio con estas palabras: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios. Arrepentíos y creed en la Buena Noticia” (Mc 1, 14). El reino de Dios irrumpe y elimina los poderes que dañan la vida de los hombres. Por otra parte, Nuestro Señor Jesucristo abre el acceso a Dios a todos los hombres, no es para unos pocos, es para todos, hay sitio para todos. La oración del Padrenuestro expresa el centro del mensaje de Dios como Padre misericordioso.
La misericordia que pide también la conversión nos hace vivir, como dice el Papa Francisco, “una Iglesia en salida… Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están… El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo” (Cfr. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 20, 25, 26). Hoy, ante la terrible crisis que tiene muchas manifestaciones: economía, personal, institucional, profesional, educativa, política, etc., necesitamos gestos de compromiso por la justicia social, ejercicio de la compasión y de la solidaridad, de respeto, concordia, de búsqueda de todos juntos, de presentar modelos de vida verdaderamente samaritanos, de transmisión de valores y contenidos auténticos, de entender la política como una forma real de caridad. Dejémonos sorprender por Nuestro Señor Jesucristo: nos cambia, nos transforma, nos purifica, nos lanza a vivir para los demás y a su servicio.