En la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, y, unida a esta gran fiesta, celebramos el pasado domingo la acción de gracias por la beatificación en Madrid, hace unos días, de los beatos de la Familia Vicenciana, de san Vicente Paul, martirizados en la terrible e inhumana persecución religiosa en España de los años 30 del siglo pasado, por odio a la fe. Tres de ellos murieron en el territorio de la diócesis de Valencia: el P. Agapito Alcalde Garrido, el P. Rafael Vinagre Torres, y el joven seglar congregante Rafael Lluch Garín. También unímos a esta celebración la oración y la plegaria y nuestro rechazo más total y hondo por las mujeres que están siendo víctimas de la violencia doméstica hasta su muerte tan sumamente lamentable e injustificable, como nos afligen estos últimos días y durante todo el año en que nos encontramos. Unimos, además, nuestra plegaria por nuestros hermanos musulmanes tan horriblemente masacrados en Egipto esta misma semana por los yihadistas crueles, terroristas, blasfemos y destructores de los que no piensan como ellos.
Ante la violencia asesina de la que fueron objeto nuestros mártires en la década de los años treinta del siglo pasado que murieron perdonando, con el grito de ¡Viva Cristo Rey!, o ante la lacra cruel de la violencia ejercida sobre mujeres, que han de ser objeto de todo el respeto que se debe a su dignidad como personas y mujeres, o ante los asesinatos terroristas, y ante tantas y tantas otras violencias, amenazas, odios, divisiones, celebramos la fiesta que reconoce a Jesucristo, Rey y Señor de todo. La Palabra de Dios nos muestra el porqué de esta realeza de Jesucristo: Él es el sentido de la vida y de la historia, criterio y medida de todo, Juez de todo, por el amor, la misericordia y el perdón: Testigo de la verdad, para esto ha venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad. Y la verdad es Él mismo: revelador de la verdad de Dios y la verdad del hombre: la verdad de Dios que es amor, amor apasionado por el hombre. La verdad del hombre amado por Dios con verdadera pasión, hasta el punto de sufrir la pasión cruenta e injusta por los hombres y con los hombres.
Su reino no es de aquí, es más, su reino es amor, es servicio, es rebajamiento, es hacerse esclavo de todos, dando la vida por todos. ¡Qué distinta realeza a la que hombres nos forjamos!. Pero esto es lo que hace un mundo y una humanidad nuevos, ahí está la salvación, la vida, la vida eterna, la gloria verdadera, la verdad que nos hace libres, la esperanza, ahí está Dios, del que es inseparable el hombre, del que son inseparables todos los hombres y mujeres a lo largo de los siglos hasta que Él vuelva como Señor y Juez del universo.
Hoy estamos sufriendo, con Él, esa pasión de Dios por el hombre, en los hombres que han sido asesinados en tantos y tantos terribles atentados que ocurren con frecuencia, en tantísimos mártires que han derramado sus sangre confesando su fe y proclamado a Jesucristo como el único y soberano Rey, y en los miles y miles que mueren en el Mediterráneo o en otras partes buscando otra tierra donde se encuentre algo mejor que el infierno en que viven en sus países, en las mujeres maltratadas y asesinadas por la violencia machista, en la cantidad de jóvenes que están atrapados por la droga,… Ahí, en ellos, en tanta sinrazón y sinsentido, en tanto odio fratricida, Dios sigue con la pasión del hombre, pasión de Dios. Su amor infinito es su No más total a los horribles hechos en los que se pone de manifiesto el odio y la violencia, el reinado del odio, la guerra y la violencia, instigados por el príncipe de la mentira, que ya ha sido vencido por Jesucristo, Redentor y Rey, que trae la paz, porque es Testigo de la verdad que se realiza en la caridad, el amor sin límites.
Necesitamos a Jesucristo para que haya paz, para que alcancemos misericordia, para que se establezca un reinado de la verdad, y del amor. Reconocemos al Señor, Jesucristo, realmente presente en el sacramento del altar. Postrándonos ante Él, adorándole, lo proclamamos Señor y Rey de todo lo creado, sólo en Él está la salvación, en Él, Dios con nosotros, encontramos, reconocemos y adoramos la eterna misericordia de Dios.
Reconocerle como Señor es adorar, como hacemos en la santa Misa y prolongaremos en el tiempo de oración ante el Santísimo; y adorar, de alguna manera, es entregarse a Él, es reconocer que somos de Él y para Él, es ofrecerse a Él; es dejar que Él viva en nosotros y sea nuestro Dueño y Señor; es abrir el corazón de cada uno y de la Iglesia a Jesús, para que Él, su perdón, su gracia, y su redención que tanto necesitamos entre en nuestra casa, en nuestras personas, en nuestras vidas, y viva ahí, tome posesión; adorar es estar dispuesto a que, unidos completamente a Jesucristo, nuestro querer, pensar y vivir, esté dentro de querer, pensar y vivir de Cristo que se revelan plenamente en la cruz, y sea Él quien viva en nosotros, actúe en nosotros, piense en nosotros, imprima sus criterios de juicio y actúen, para que vivamos como Él vivió, que por su amor misericordioso y redentor, ha hecho nuevas todas las cosas. Así, en la eucaristía y en la adoración eucarística, expresamos nuestra cercanía, solidaridad con las víctimas y sus familiares, con los pueblos que sufren la violencia del yihadismo blasfemo y asesino. Queridos hermanos, que se cumpla en nosotros lo que hemos proclamado en el Evangelio, única manera de decir con verdad que Jesucristo es, Rey y Señor. No olvidemos que al final seremos juzgados del amor, que es lo mismo que decir que Jesucristo es nuestro único Rey y Señor.
Jesucristo, muestra su realeza, y hace presente en medio de nosotros su Reino -Reino de la verdad y de la gracia, reino de la paz y de la justicia, reino del amor, Reino de Dios que es Amor-, rebajándose, despojándose de su rango, tomando la condición de esclavo, haciéndose pequeño y ocultándose, como en la Encarnación, obedeciendo al Padre, ofreciéndose en oblación, hasta la muerte y una muerte de Cruz, por nosotros, los hombres y por nuestra salvación como acontece en la Eucaristía. Que los nuevos beatos mártires que hoy recordamos especialmente, nos ayuden a reconocer y vivir que Jesucristo es Dios, amor y fuente de misericordia y perdón, y que reina desde el madero de la Cruz, perdonando, ofreciendo salvación al que la pide y busca, dando la vida, sirviendo, amando a los hombres hasta el extremo, con amor de predilección por los pobres, los hambrientos, los sin techo, los enfermos, los privados de libertad y esclavizados por las mujeres maltratadas y explotadas, por las víctimas de la droga…en definitiva por todos los necesitados que se manifieste en ellos y para ellos el reinado de Jesucristo porque a ellos ha llegado el amor. Que ahí, en la Cruz, está toda la verdad, de la que Cristo es el fiel testigo: la verdad de cómo Dios ama sin límite a los hombres, y la verdad del hombre tan engrandecido y exaltado que de esta manera ha sido y es amado por Dios. Esto acontece en el misterio eucarístico, en el que se hace realmente presente y permanece el Reino de Cristo. El Reino de Dios es Cristo, es la Eucaristía misma que celebramos cada día. Por eso hermanos, acudamos más y mejor a la Eucaristía, para que Él Reine en todo el mundo. Que el señor reine en nosotros, en nuestras casas, en nuestra Nación, en el mundo entero.