Nos encontramos en plena Campaña de Declaración de la Renta. En esta Declaración se nos pide que rellenemos la casilla correspondiente con una crucecita, una X, si queremos destinar parte de nuestros impuestos a la Iglesia Católica, a fines sociales… que no se contraponen, se pueden poner en los dos lugares. La Iglesia en España, como en Italia, por ejemplo, se financia en gran parte de sus presupuestos del IRPF, de lo declarado libremente en dicha Declaración de la Renta. No se trata, como se viene repitiendo hasta la saciedad, de un impuesto más, sino de aquellos impuestos que hemos de aportar al erario público que una parte de ellos-el 0’7 %- lo destinemos a la Iglesia Católica. Por ello ahí tenemos la campaña del ‘X tantos’. Los fieles cristianos, católicos, no tenemos un impuesto más añadido. Pero de este modo, con nuestra aportación del IRPF, contribuimos a cumplir con el quinto mandamiento de la Iglesia: «Ayudar a la Iglesia en sus necesidades». La Iglesia tiene, sin duda, una misión religiosa, espiritual, divina. Pero la Iglesia está encarnada en el mundo, vive en el mundo y tiene también sus necesidades para poder llevar a cabo la misión que la constituye.
Es preciso, sin lugar a dudas, que caminemos hacia una cada vez mayor autofinanciación de la Iglesia, ¡ojalá fuese posible una total autofinanciación, porque eso supondría una Iglesia más libre y más disponible o en disposición plena para evangelizar!. Todo hace pensar que podemos estar aproximándonos hacia tiempos no fáciles, y somos los cristianos quienes hemos de sostener fundamentalmente a la Iglesia. No nos coja desprevenidos.
Por eso invito a todos los fieles a que tomemos conciencia del deber que tenemos para con la Iglesia, invito asimismo a que a los sacerdotes no nos acompleje hablar y enseñar sobre estos temas, y a que dejemos todos de lado una mentalidad en la que parece que el mantenimiento de la Iglesia no vaya con uno o en la que a veces no estén incluso ausentes ciertos sentimientos anticlericales, tan propios del «genio» español.
El momento es importante. No se trata de enriquecer a la Iglesia en España o que nade en abundancia, sino simple y sencillamente de que pueda subsistir y llevar a cabo su misión evangelizadora, que siempre habrá de ser en pobreza y austeridad. La Iglesia, como dice San Pablo de sí mismo, sabe vivir en pobreza y en abundancia, más y mejor en pobreza que en abundancia.
Las necesidades son muchas y son conocidas. De todos modos y refiriéndome sólo a nuestra diócesis de Valencia, y a sus presupuestos anuales: hay que atender a los sacerdotes, pagarles su más bien escasa nómina, atender a la nómina de los empleados laicos que trabajan en diversas tareas que deben ser retribuidas sin tener en cuenta el grandísimo número de voluntarios; hay que atender al amplio y rico patrimonio histórico-artístico y a los muchos templos que tenemos que han de mantenerse en buen estado, o a los nuevos que hay que edificar y sus instalaciones mínimas parroquiales que se requieren para catequesis, encuentros de familias, de jóvenes, etc., y esto es muy costoso; es preciso mantener el Seminario diocesano y mantenerlo en buen y adecuado estado de uso, a la facultad de Teología con sus propios costos; hay que acudir a tantas necesidades de nuestros hermanos más pobres, refugiados, migrantes o sin techo, enfermos o abandonados, y ayudar a otras Iglesias más necesitadas; colaborar o contribuir al sostenimiento de la Iglesia Universal con su óbolo a la Santa Sede; hay que destinar recursos a las tareas de evangelización, de catequesis, de educación, de culto… y a las exigencias nuevas que la misión de la Iglesia reclama en los tiempos actuales, por ejemplo la utilización de medios de comunicación, la formación de agentes de pastoral o la enseñanza.
Nuestra diócesis de Valencia, además, tiene compromisos adquiridos muy firmes y está muy vinculada con vínculos especiales a las misiones, en concreto ahora a los Vicariatos Apostólicos de San José del Amazonas y Requena, en Perú. Además, si se observan los Presupuestos anuales, a los que todo el mundo tiene acceso y son transparentes, podrá verse que más del 35% de los gastos están destinados a obras y fines sociales. ¿Qué institución civil, asociación o grupo hace esto o puede presentar ese porcentaje? Y la financiación de todo ello, necesario en la vida de la Iglesia y para ser Iglesia de los pobres en misión o «salida», como dice el Papa Francisco, tiene que salir necesariamente de: la asignación tributaria de los ciudadanos que libremente señalan con la X en la casilla de su Declaración de la renta, que de sus impuestos desean aportar al sostenimiento de la Iglesia; sale también de las limosnas que libre y generosamente quieran aportar personas e instituciones; salen, además, de los ingresos que se perciben por la visita a algunos monumentos, de la rentabilización de su propio patrimonio con frecuencia harto difíciles y poco propensos para una rentabilización-; salen también de las aportaciones, reglamentadas o libre de los sacerdotes al fondo común diocesano, de las colectas dominicales o imperadas por algún motivo y destinación concreta. Cuando es necesario, la Iglesia diocesana de Valencia, y lo mismo ocurre en otras diócesis, se ve obligada, para poder llevar a cabo algunas obras necesarias, como todo hijo de vecino, a acudir a préstamos de entidades financieras, que como es lógico también tiene sus costos. De este conjunto de medios se financia la Iglesia en Valencia, la Iglesia en España.
Por eso invito a los fieles cristianos que no dejen de poner la crucecita, la X, en su Declaración de la Renta. Soy consciente, y me duele, que hay campañas para que no se haga, para que no se ponga. Acuden a tal o cual caso que consideran injuria, a que si ha habido tal o cual comportamiento de clérigos o de Obispos, en determinados lugares o regiones. ¿Qué tiene que ver esto con la Iglesia, con el bien que hace la Iglesia? ¿Qué me dirían de un hijo que ante una madre o padres ancianos, porque ha habido alguna cosa entre los hermanos, o los cuñados, los sobrinos dijesen: «Pues ahora ya no contribuyo a ayudar a los padres, a ayudar a la madre». Pensaríamos con buen sentido que no merecen llamarse «hijos». Ése es el comportamiento de algunos que, por no sé qué actuaciones en la Iglesia que a su juicio merecen reprobación, niegan esta contribución. Negar esta contribución es negar lo que la Iglesia es y hace en favor del hombre, de la sociedad, y de la humanidad entera. Por poner un ejemplo, cuando la Iglesia pone a Dios en el centro de todo, cuando predica el Evangelio, cuando ora, cuando atiende a los enfermos, a los sin techo, cuando educa en sus colegios o Universidades, cuando difunde una pastoral de santidad, cuando se esfuerza por extender su doctrina social sobre derechos humanos inalienables, cuando defiende y protege la vida y la verdad de la familia, está contribuyendo de manera decisiva al bien común, a la vertebración de la sociedad, a tantísimas cosas que el mundo necesita para ser renovado y hacer posible una humanidad nueva hecha de hombres nuevos. No estoy pidiendo, sencillamente, nada que atente a nadie sino solicitando con humildad, y pidiendo perdón por mis pecados y los de los que la formamos, una ayuda que la Iglesia necesita: acerquémonos a la Iglesia, conozcámosla y reconozcamos, si prejuicios, lo que la Iglesia es, lo que la Iglesia hace como Iglesia y veréis su aportación a los hombres: el mundo sería otro, y no mejor, si no existiese la Iglesia. A los fieles cristianos les digo: no neguéis esta ayuda que pide la Iglesia. Negar esta ayuda es un pecado contra la Iglesia, es un no sentirse Iglesia a la que debemos ayudar en todos los órdenes, también en el económico.
Finalmente es bueno aclarar que lo declarado en una diócesis en favor de la Iglesia no se destina a esa diócesis: va destinado al fondo común interdiocesano, que administra y distribuye equitativamente cada año la Conferencia Episcopal en total transparencia. Hay una solidaridad y un compartir común entre todas las diócesis.
¡ANíMENSE Y PONGAN LA CRUCECITA, LA X, EN LA DECLARACIÓN DE LA RENTA! ¡No dejen de hacerlo!