Estamos viviendo momentos de una gran tentación, que afecta de manera muy general al mundo o a la cultura de hoy: Parece que se esté diciendo que todo dependa de nosotros, que la solución vendrá de nosotros, de los hombres, y nada más, que si no actuamos los hombres, solos los hombres, no saldremos de la situación tan precaria como difícil en la que nos encontramos por la pandemia y sus consecuencias. El hombre de hoy piensa que en el pueblo, o en la colectividad o en los individuos, en sus capacidades y técnicas, en resultados científicos o en leyes avaladas por la ciencia, en la economía o en la política hallaremos lo que necesitamos, y punto. Que sólo habrá soluciones si las fuerzas del hombre se despliegan y se unen en estrategias consensuadas, si se dictan normas y cauces inventados y guiados por los hombres y por los planes que orquestemos o que nos orquesten. El Nombre de Dios, la realidad de Dios, Dios, es el gran ausente, olvidado en todo cuanto está acaeciendo, aun en medio de la quiebra moral que atravesamos. Y por eso, para no dejar al mundo sin principios, sumido en esa quiebra, dicen poderes que están por el olvido de Dios que hay que unirse los hombres en la afirmación de principios y criterios económicos y éticos comunes, pero que, sin que se perciba, Dios no cuente, y de hecho no cuenta, en ese nuevo orden mundial, ordenado conforme a esos criterios y principios éticos que nos los damos los hombres o que creamos juntos, solos, en un proyecto nuestro, sólo nuestro, de futuro de humanidad común.

Se piensa que aquellos proyectos eficaces que erradiquen el hambre en el mundo, -la pandemia más universal y de mayor riesgo hoy de cara al futuro-, son los que salvarán a la humanidad y traerán la paz – y no quito ni el más mínimo ápice a poner todo nuestro interés y máximo esfuerzo de todos en esto, es decir, en la lucha contra el hambre. Pero en ese máximo esfuerzo para nada se tiene en cuenta a Dios; se piensa, como paso inicial, que lo primero por encima de todo ahora, como un absoluto incontrovertible, -que se me entienda bien- es la salud, a ella se supedita o habría que supeditar todo, y que los hallazgos y logros del hombre en la lucha contra la pandemia del Covid son lo primero primerísimo y los que arreglarán todas las cosas, disiparán todos los miedos de muerte, y llenarán de consuelo, alivio y esperanza a la Humanidad entera, pero solos los hombres y los logros alcanzados por los hombres; se estima que esto es lo realista, lo tangible y contable, lo eficaz, lo demás son teorías, ideas, pensares: Dios no cuenta, ni para muchos ya, según un común sentir y pensar bastante generalizados, ni puede ni debe contar para el conjunto de la mayoría, salvo para algún resto minoritario e irrelevante.

La gran tentación, pues, de nuestros días y del mundo moderno es el olvido de Dios, vivir como si Dios no existiera. La cuestión de Dios la consideran distracción y alienación. Esta es la tentación que desde los mismos albores de la Humanidad, Eva y Adán, acompaña al hombre; no es nueva aunque no se haya dado históricamente con la fuerza y la extensión de hoy en la cultura dominante.

El marxismo y otras ideologías totalitarias de otro corte han hecho de la promesa: “pan para todos” o “bienestar o placer tangible para todos” como su leiv motiv y su ideal comprensible en este mundo nuestro que solo mira al hombre y lo que los hombres podemos hoy o mañana. y hasta parecen decirle a la Iglesia: “si quieres ser Iglesia de Dios preocúpate ante todo del pan para el mundo” y te creeremos; pero Jesús, con su luz que ha venido al mundo precisamente a traer la buena noticia a los pobres e iluminar a todas las gentes, dice algo desconcertante: “No sólo de pan vive el hombre”. El papa Benedicto XVI explica esto y dice, en su obra Jesús de Nazaret: “el pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada. Cuando no se respeta esta jerarquía de los bienes, sino que se invierte, y no hay justicia, ya no hay preocupación por el hombre que sufre, sino que se crea desajuste y destrucción también en el ámbito de los bienes materiales. Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente en nombre de asuntos ‘más importantes’ entonces fracasan estas cosas presuntamente ‘más importantes’”. Y continúa diciendo Benedicto XVI: Muchas de las ayudas “creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad, una realidad sin la cual ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. No se puede gobernar la historia, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad del corazón sólo puede venir de Aquél que es la bondad misma, el Bien, … En este mundo hemos de oponernos a las ilusiones de falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la Palabra de Dios. Y sólo donde se vive esta obediencia nacen y crecen esos sentimientos que permiten proporcionar también pan para todos”. Benedicto XVI pone el dedo en la llaga, al tiempo que nos señala dónde está el centro, y no hay otro, no caben otros centros sino sólo en Dios.

Santa Teresa de Jesús, que no era tampoco una descerebrada, una ignorante o una desequilibrada que había perdido la razón, ya dijo aquellas palabras, tan sencillas, pero con tanto calado y tanta sabiduría, que es la que hoy necesitamos: “Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. Esta sabiduría llevará a nuestro mundo a superar esa su gran tentación: hacer un mundo nuevo sin Dios, dejar a Dios de lado como algo ilusorio o secundario. Esta tentación es tan vieja y tan arcaica como el hombre mismo y nos amenaza de muchas maneras. Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral o de bien deseable: no nos invita directamente a hacer el mal, esto sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor, abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo; y esto es y se presenta con la pretensión de verdadero realismo: lo real es lo que se constata, poder y pan. La cuestión, sin embargo, es Dios ¿Es verdad que Dios es el real, la realidad misma?¿Es Él mismo el Bueno, o debemos inventar nosotros mismo lo que es bueno? La cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada actual de la existencia humana. Una respuesta la encuentro y la encontramos hoy en las monjas contemplativas, en muchos de sus conventos donde reina una alegría desbordante, una paz inimaginable, una felicidad indescriptible, como si no fuese de este mundo: No tienen nada y lo tienen todo, tienen a Dios, como me dijo un señor muy importante de España al visitar un Carmelo teresiano.

Las monjas contemplativas no se cuentan entre las poderosas y sabias del mundo, sino que son juzgadas o consideradas como sus antípodas: ¡Qué va a venir de esas “pobres” mujeres o aprender de sus conventos! Ellas, sin embargo, y lo digo con todo conocimiento de causa y con gozo esperanzado, nos marcan el sentido en esta hora de pandemia acaecida en plena modernidad, gracias a Dios, parece que ya debilitada: el sentido del silencio, de su vida escondida con Cristo en Dios pero no ajena a la Humanidad necesitada, de su pobreza, de su penitencia y abnegación, de la negación de sí mismas y de su renuncia personal y comunitaria a las “glorias y pompas”o poderes humanos, de su encuentro con Dios, de su entrega, sin medida, total, a Dios, de su vida consagrada a la oración y a la adoración, de su obediencia, de su vida en comunidad, verdadera fraternidad nueva donde se sienten de verdad hermanas entre sí y de todos, de su sensibilidad hacia los que sufren como no se encuentra en ninguna otra parte, de su compasión real y con realismo con los que padecen haciendo suyos los padecimientos, de su contemplación y adoración, como la Virgen María, alabanza y acción de gracias por las grandes maravillas de Dios, que obra Dios en su historia con los hombres, de su combate diario contra el maligno tentador: de ahí nos viene -¿quién lo diría?- una gran luz y una gran enseñanza para este mundo, para los hombres de nuestra cultura tentados de la soberbia que piensa que sólo el hombre por sí y ante sí, vendrá un futuro nuevo para una humanidad que es la que es, la que somos.

Y, como botón de muestra ahí tenemos a dos mujeres que encarnan esa vida: santa Teresa de Calcuta, y santa Teresa de Lisieux, patrona universal de las misiones. ¿Se les puede comparar alguien que hayan hecho en estos tiempo más por el mundo que sufre?¿Y qué me dicen de san Benito de Nursia, padre y forjador de Europa, o de nuestra santa patrona, Santa Teresa de Jesús, la mujer gran reformadora de Occidente y del mundo en el siglo XVI? Ese es el camino para vencer la tentación del olvido de Dios. Y no soy tan ingenuo para creer, pensar o decir que todos tenemos que encerrarnos en una vida contemplativa, en un convento de personas contemplativas orantes. No, no es eso; sino que nos apuntan y enseñan el camino de salida para que se superen las crisis tan hondas en que nos hallamos, y para curar las heridas de un cuerpo tan llagado, tan herido, como es el de nuestra humanidad actual, vencer la gran tentación, olvidarse de Dios, que nos conduce al fracaso instigado por el astuto tentador. Sólo Dios, el silencio, la oración, la vida de comunidad fraterna abren un horizonte luminoso. Probemos a seguirlo. Muchísimas gracias, hermanas y hermanos contemplativos.