La gran y definitiva noticia que os tengo que dar es ésta: ¡Cristo ha resucitado! Lo hago con las mismas palabras de San Pablo. “Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago y más tarde a todos los Apóstoles. Y después de todos se me apareció a mí” (1 Cor 15, 3-8). ¡Qué noticia! ¡Es la definitiva, pues todo lo cambia, trae luz, vida y todo lo hace nuevo!
¡Cristo ha resucitado!
Contemplad esta escena del Evangelio: “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro” (cf. Mc 16, 1-7). ¿Sabéis que iban a buscar y ver estas mujeres? Iban a buscar y a ver un muerto. Su cariño por Él era tan grande, lo habían querido tanto, habían vivido con Él y tantas experiencias de gracia habían tenido que no podían hacer menos que ser agradecidas hasta el final, incluso muerto. Él las había reconocido en la dignidad que tenían como personas, las había ayudado, habían sentido junto a él un modo de comportarse al que no estaban acostumbradas las mujeres de su tiempo y de su cultura. Era un modo de tratar que, seguro, ellas pensaban que era de alguien especial. Así van al sepulcro. Y es importante subrayar esto, van al sepulcro. Van al lugar donde habitan los muertos y donde estaba este muerto al que tanto habían querido y hacia el cual tenían tal agradecimiento. En el camino pensaban en la dificultad para retirar la piedra y entrar, pero ¿qué se encuentran?
Un sepulcro abierto, vacío y lleno de luz. Esperando un sepulcro como todos los que hasta ahora habían visto, entran en el que había sido enterrado Jesús y, en vez de ver oscuridad, tristeza y sin sentido, ven luz, alegría y pleno sentido a la vida, pues experimentan que no acaba sino que continúa y se expande en eternidad. Un joven vestido de blanco les aguarda en el sepulcro y habla con ellas. ¿Qué experiencia viven y tienen? Algo inaudito sucede en la vida de estas mujeres. Aquél joven les revela lo sucedido, les dice: “No os asustéis… ha resucitado, no está aquí”. Ésta es la gran noticia que os quiero dar, una vez más, también a vosotros y a todos los hombres: ¡Cristo ha resucitado!
La verdadera dirección de la historia
La resurrección de Jesús es un hecho histórico de significado cósmico, es el comienzo de la transformación global del universo. Es un acontecimiento que transforma el sentido de la historia y señala la verdadera dirección que ésta tiene que tener. Es un evento único, pues jamás se ha producido semejante hecho de fe en la resurrección definitiva y gloriosa de un hombre cuya vida, muerte y sepultura hayan sido documentadas. Lo habéis oído, está documentado: “Ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo” (Mc 16, 6b-7). En el fondo y en la forma, la resurrección de Jesucristo responde a las intuiciones y esperanzas de un destino humano abierto al futuro. Esta apertura al futuro está inscrita en el corazón del ser humano, lo anhela, lo quiere, lo desea, lo vive. Con la resurrección proclamamos y manifestamos ese convencimiento que nos ha dado Jesucristo con sus razones y con su vida. Es verdad que, en el horizonte nuevo que se perfila tras la resurrección de Jesucristo, siguen existiendo el sufrimiento, la hostilidad, el enfrentamiento, las envidias, las fatigas, los odios, la violencia, las guerras, y que, necesariamente, tenemos que preguntarnos: pero ¿dónde está el cambio que ha llevado el Resucitado? La respuesta es muy sencilla: la Pascua de Jesús no nos lleva automáticamente a un mundo de ensueño, nos llega al corazón para hacernos recorrer con alegría y esperanza ese camino de autenticidad y de purificación, de revisión de nuestro comportamiento, que tiene como meta la certeza de una vida que ya no muere. La resurrección nos devuelve a una experiencia auténtica, a una vida de fe, esperanza y amor. Las mismas palabras que reciben las mujeres y los discípulos primeros, las recibimos nosotros, “no os asustéis”.
Aprender a vivir
¿Cómo podremos acercarnos nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, a la luz pascual? ¿Cómo puede aproximarse el mensaje a nosotros y nosotros a él, de manera que salte la oscuridad y aprendamos a vivir? ¿Cómo se llega al hoy de la Pascua? Hay una regla fundamental, este camino necesita testigos. Esos testigos que son verdaderos maestros. Fue así desde el comienzo, pertenece a la estructura de esta experiencia. El resucitado se mostró a testigos que han recorrido con Él un trozo de camino. ¿Cuál es mi mensaje para esta Pascua del año 2012? El mismo que habéis oído en el Evangelio: “ha resucitado” (Mc 16, 6a). Pero ¿cómo traducir este mensaje hoy para nosotros?:
1. ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en esperanza! Hay que saber contemplar y amar a Jesucristo. Es en la Eucaristía, como nos decía el Beato Juan Pablo II, donde tenemos vivo el rostro real de Jesucristo. En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo “estén” el uno en el otro: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15, 4). Él nos invita a ponernos en camino: “Id pues”.
2. ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en y desde el encuentro entusiasta, fuerte, real, sincero, con Nuestro Señor Jesucristo! Él vive entre nosotros, ¡ha resucitado! Y el Resucitado se ha querido quedar realmente entre nosotros en su Cuerpo, en el misterio de la Eucaristía. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia la celebra, los cristianos podemos revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: “se les abrieron los ojos y le reconocieron”.
3. ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos desde el compromiso en esta historia! Hay que caminar en la esperanza conquistada y mantenida desde el encuentro real con Jesucristo en el misterio de la Eucaristía y expresando este encuentro en el compromiso de la vida. Es en el encuentro con Jesucristo en la Eucaristía, donde acometemos el compromiso de no descuidar los deberes de la ciudad terrena, que diría san Agustín.
4. ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos siempre con la Iglesia fundada por Jesucristo! No tengáis miedo, es del Señor esta obra que somos cada uno de nosotros. Sois piedras vivas de este gran edificio que es la Iglesia. Sois sal de la tierra y luz del mundo. Vuestra incorporación a Cristo, que tuvo lugar en el Bautismo, se renueva y consolida continuamente con la participación en la Eucaristía.
5. ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos de la mano de María para encontrarnos con Él! El Beato Juan Pablo II, nos dijo: “recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la escuela de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje” (RVM, 1) ¡Cristo ha resucitado! “¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magníficat!” (EE, 58).
¡Feliz Pascua!