La noticia más importante que deben saber todos los hombres es que Cristo ha resucitado. La resurrección de Cristo ha de provocar en todos los cristianos ese gozo inmenso para el cual no existen palabras, sólo existe canto: “Aleluya”. Gozo y alegría que hemos de comunicar a los hombres y que, solamente, tiene un manantial, que es el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte.
La muerte en la Cruz de Cristo nos trae llanto y consternación, nos trae silencio, nos quedamos sin palabras. Pero, inmediatamente, surge algo que nos deja primero perplejos; después nos entran unas ganas inmensas de comunicar a los demás lo que cada uno de nosotros hemos experimentado junto a Jesucristo: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24, 34).
¡Qué maravilla poder decir, precisamente por esto: alégrense todos los hombres! Siempre es Pascua y hay una razón evidente para que sea así: Cristo resucitado es nuestra resurrección.
Descubramos esta realidad fijándonos en las vidas de los mártires y de todos los santos, que tuvieron siempre la certeza de que Cristo había resucitado y era lo que les infundía valentía, audacia profética y perseverancia. Era el encuentro con Cristo resucitado el que les ha convertido, quien les hizo tomar una dirección nueva en sus vidas y quien les fascinó, de tal manera que dejaron todo por Él para seguirlo y para vivir como testigos creíbles en medio de los hombres. Testigos de que la salvación, la vida, la verdad, el camino, vienen solamente de Cristo resucitado. Se necesitan testigos, precisamente por ello. Frente a las diversas amenazas que se acercan a la historia de los hombres, sigue siendo necesario hablar con obras y palabras de la grandeza que tiene el ser humano y de la vocación que ha recibido en Cristo.
La Resurrección nos da esperanza
¡Cristo ha resucitado! Esta es la noticia que urge entregar a todos los hombres. Es la noticia que da esperanza y nos abre a otros horizontes. ¿Habéis caído en la cuenta de que cada cultura y cada época tienen unas palabras primordiales, otras dominantes y otras primigenias? Con determinadas palabras primordiales y dominantes decimos y hacemos ver las entrañas desde las que viven los hombres, a qué le dan más importancia. Cristo resucitado nos ha regalado lo que podríamos llamar la terna de las virtudes teologales: “fe”, “esperanza” y “caridad”. Estas palabras primordiales son las que dominan y construyen la vida, y le dan su singularidad. Y aunque en todos los momentos los cristianos hemos de vivir las tres, sin embargo, cada una de esas virtudes, según las diversas épocas, es centro de sentido, de objetivo y de programa de vida personal. Porque urge dar impronta desde ellas a la manera en que los cristianos tienen que hacerse presentes en medio del mundo anunciando la resurrección de Cristo. Sin lugar a dudas, ha habido “tiempos de fe” como fue la Edad Media, “tiempos de caridad” como fueron los siglos XVI y XVII, y “tiempos de esperanza” que es la característica de nuestro tiempo. Es verdad que cada virtud teologal arrastra siempre a las otras dos.
En todas las épocas en el anuncio de Cristo resucitado se dan las tres virtudes, pero siempre hay una como que tiene más fuerza y tira de las otras. Hoy la esperanza nos urge, tiene necesidad de hacerse presente. No por ello quiere decir que no tire ésta de las otras. Los hombres y mujeres de esta época necesitan vivir con fuerza la virtud de la esperanza. ¿Por qué? ¿No veis como se han caído todos los absolutos? Sin esperanza no se crea nada. Los hombres necesitan escuchar que Cristo ha resucitado. Anunciar a Cristo resucitado es entrar en el dinamismo de la “nueva evangelización”, que es el dinamismo de la esperanza. Tenemos que decir con San Pablo: “El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15, 13).
Nueva evangelización
Esta Pascua ha de promover en todos nosotros el descubrimiento y el compromiso de que “la fe se fortalece dándola” (RM 2). Todo lo que he dicho anteriormente me lleva a hacer esta afirmación: la respuesta a la crisis de esperanza es la “nueva evangelización”. Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización solamente en Dios, cuyo rostro nos ha mostrado Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, el primer compromiso que todos tenemos es el de la “nueva evangelización”, es decir, mostrar el amor de Dios, decir con obras y palabras que Dios ama al hombre y que ese amor se ha manifestado en Jesucristo. El “nuevo ardor”, el “nuevo método” y la “nueva expresión” que ha de tener la “nueva evangelización” apuntan en esta dirección: el ardor de cristianos que viven y hablan de lo que ven y contemplan, el método en el que se convierten ellos mismos con obras y palabras, y la nueva expresión que es la capacidad que nos da el Señor para sintonizar con los hombres de nuestro tiempo desde el corazón, es decir, sintonizar para descubrir el rostro auténtico de Dios que es Amor.
Cristo ha resucitado, resucitemos con Él. Nuestra cultura sufre falta de certezas, de valores, de puntos de referencia, tiene que afrontar dificultades muy grandes que afectan muy especialmente a los más jóvenes. Nuestra cultura ha dejado tirados en el camino a muchos, especialmente a los más jóvenes. Les deja con heridas diversas, con vacíos inmensos, con opciones permisivas y libertarias, con experiencias negativas. A nuestra cultura le han faltado “maestros” que acercasen a sus vidas el “humanismo de la verdad”. Los más jóvenes no han tenido quienes les invitasen a vivir desde manantiales y fuentes que apagasen su sed de amor y de auténtica felicidad. Esto hace buscar salidas que, en verdad, son huidas que destruyen a las personas y nada construyen. Es necesario, pues, el anuncio de Cristo. Urge decir a los hombres de nuestro tiempo: ¡Cristo ha resucitado! Y hacerlo con ese trasfondo de alegría y gozo con el que decimos ¡Aleluya!
Hay unas palabras que son primigenias, que constituyen, que son soberanas y sagradas: Dios y hombre. Y éstas, las revela en su verdad plena Jesucristo. Y se manifiestan en toda su plenitud cuando reconocemos quién es Dios y quién es el hombre. En Cristo y con estas palabras lo reconocemos: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! La vida del cristiano gira en torno a estas dos palabras: Dios y hombre. Nunca las debemos separar. Cristo nos enseña que la primera posición del hombre es reconocer lo que él es descubriendo a Dios como Dios. Dios es Dios y el hombre es hombre. Y el hombre se edifica sobre fundamento y roca, y no sobre arena, cuando pone a Dios en primer lugar como nos lo ha revelado Cristo. ¡Qué belleza tan grande nos entrega Cristo resucitado! Nos revela que Dios tiene fe en el hombre, en cuanto que ha querido que exista, otorgándole una participación en su ser y dándole una libertad en todas las direcciones de su vida. Cristo nos revela que Dios tiene fe en el hombre: confía y otorga, espera y aguarda respuesta, ama y se ofrece para ser compañero del hombre. La respuesta es nuestra, pero escucha: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Feliz Pascua!