El pasado domingo, tercero del tiempo ordinario, el Santo Padre, Papa Francisco, nos animó una vez más a dedicarlo a la “Palabra de Dios”, a poner de relieve cuanto es y significa la Palabra de Dios para la vida de la Iglesia y del mundo, a reconocer que la Palabra de Dios está en el centro de la vida de la Iglesia y del mundo, y nos llama a la conversión, a cambiar de vida y seguir la llamada de Dios, que nos ama y quiere nuestra salvación. La Palabra de Dios constituye el núcleo sin el cual no se comprende ni la fe ni la vida cristiana ni nada que la exprese, ni siquiera la vida del hombre. La Palabra de Dios es el gran tesoro que Dios nos ha concedido. La palabra de Dios es central para la vida eclesial y la vida de todo hombre. No en balde la Iglesia surge de la Palabra de Dios, es engendrada por ella, no hay fe sin la Palabra de Dios, no hay vida cristiana sin la palabra que sale de la boca de Dios. Aún más, en el centro de todo, fundamento de todo, es la palabra eterna de Dios por la que han sido hechas todas las cosas y que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, Jesucristo, Evangelio vivo de Dios, presencia del Reino de Dios en medio de los hombres. Él es, en efecto, la única palabra que tiene Dios, por la que ha sido hecho todo, y en la que nos lo ha dicho todo, todo junto, de una vez. En Él se nos ha revelado y comunicado los secretos de Dios, la intimidad de Dios, e, inseparablemente, la verdad del hombre y la grandeza de nuestra vocación. Jesucristo es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. No habrá otra palabra más que ésta. Con toda su presencia, con palabras y obras, signos y milagros, con su muerte y resurrección y con el envío del Espíritu de la verdad, completa toda la Revelación y corrobora con testimonio divino que Dios está con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. Dios que, para llevar a cabo su designio de salvación en favor de los hombres, en otros tiempos habló fragmentariamente por medio de los profetas, esto es, en el Antiguo Testamento, pero ahora, en los últimos y definitivos tiempos, es decir el Nuevo Testamento, nos ha hablado por medio de su Hijo. Nos habla como amigos. Nunca pasará ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo, es esta revelación que está contenida y expresada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia.

La importancia y lugar de la Palabra de Dios nos da cuenta el Concilio Vaticano II, que dedicó una Constitución Dogmática clave y quicio del Concilio, a la Palabra de Dios y más cercanamente, uno de los Sínodos de los Obispos más relevantes que se han celebrado después del Concilio, estuvo dedicado a reflexionar y profundizar cuanto es la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia y del mundo, y el lugar principal que debe ocupar en ella, en la Iglesia, la Sagrada Escritura.

Debemos familiarizarnos con la Palabra de Dios, con la Sagrada Escritura, cuyo centro y culmen tenemos en Jesucristo, Evangelio vivo de Dios, a cuya lectura, meditación y acogida todos los días deberíamos dedicar unos minutos. Este ejercicio sencillo y diario, al alcance de todos, ayudará a asimilar y a profundizar en el valor infinito de la Palabra de Dios que se nos da a nosotros en la sagrada Escritura, como testimonio inspirado de la revelación, que con la Tradición viva de la Iglesia constituye la regla de fe. Esta misma palabra es la que es celebrada en la sagrada Liturgia y se nos da en la Eucaristía como Pan de vida.

Es preciso que la Sagrada Escritura, que el “Evangelio de cada día”, unido también a la participación en la Eucaristía y a la adoración eucarística, se difunda ampliamente en nuestra diócesis, especialmente en nuestras familias. Que todos los días no falte el encuentro familiar para leer juntos, meditar y comentar este libro santo, y orar la familia unida sobre el texto del Evangelio, o de la Sagrada Escritura, que aquel día corresponda. Es una sencilla y bellísima experiencia que consolidará más y más a las familias, será luz puesta en las casas que ilumine la vida de cada uno de los que componen la familia, les ayudará a vivir más y mejor la verdad de la familia, a vivir muy unidos entre sí y a fortalecer los lazos familiares, les auxiliará y fortalecerá en las pruebas, gozos, alegrías y tristezas, los vinculará más honda y realmente con Dios. Lo que decimos de las familias, podemos decirlo de cada fiel en particular: los consolidará en la fe, será lámpara que guíe sus pasos, los fortalecerá, les dará vida, alegría y esperanza, razones para vivir y para amar. No olvidemos jamás lo que Jesús dice al tentador ante la primera tentación: no olvidemos lo que Jesús dice ante la primera tentación: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Es deber primario y fundamental de la Iglesia nutrirse de la Palabra de Dios. Para ello es necesario que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia para lograr que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y la pobreza de los hombres que la conformamos. La Iglesia se ve urgida a anunciar la Palabra de Dios, el Evangelio vivo de Dios, le apremia una nueva evangelización. El Sínodo mencionado sobre la Palabra de Dios reflexionó sobre el modo de hacer que cada vez sea más eficaz el anuncio del Evangelio, de la Palabra de Dios en nuestro tiempo y lograr que su luz ilumine todos los ámbitos de la humanidad, y para esto nos ofrece claras y precisas indicaciones la Exhortación apostólica postsinodal del Papa Benedicto sobre la Palabra de Dios, y la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, al comienzo de su pontificado “La alegría del Evangelio”, además de la Carta Apostólica, “Les abrió el entendimiento” para instituir este tercer domingo del tiempo ordinario como domingo de la Palabra de Dios y recordarnos así el lugar de la Palabra de Dios en la vida de La Iglesia.

Los participantes en aquel Sínodo, sobre la Palabra de Dios vivimos y fuimos confirmados en la certeza de una convicción que recogía el papa Benedicto XVI en la homilía de clausura del Sínodo sobre la Palabra de Dios: “Llevamos con nosotros la conciencia que la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, es sobre todo nutrirse de la palabra de Dios, para hacer más eficaz el compromiso de la nueva evangelización. Es necesario que esta experiencia llegue a cada comunidad; es necesario que se comprenda la necesidad de traducir en gestos de amor la palabra escuchada porque solo así se hace creíble el anuncio del Evangelio, no obstante las fragilidades que marcan a las personas. Esto exige en primer lugar un conocimiento más íntimo de Cristo y una escucha cada vez más dócil de su Palabra”.

“Es necesario que los fieles tengan acceso a la Sagrada Escritura para que éstos, encontrando así la verdad, puedan crecer en el amor”. “Es necesaria una pastoral robusta y creíble del conocimiento de la Sagrada Escritura para anunciar, celebrar y vivir la palabra en la comunidad cristiana, dialogando con las culturas de nuestro tiempo, poniéndose al servicio de la verdad y no de ideologías, e incrementando el diálogo que Dios quiere tener con todos los hombres”: A esto debe conducirnos nuestro Sínodo diocesano en cuyos trabajos nos encontramos. “El lugar privilegiado donde resuena la Palabra de Dios, que edifica la Iglesia, es sin lugar a dudas la Liturgia. En esta ve que la Biblia es el libro de un pueblo y para un pueblo: una herencia, un testamento entregado a los lectores para que actualicen en su vida la historia de la salvación testimoniada en cuanto está escrito. El pueblo no subsiste sin el Libro de la Palabra de Dios, porque en éste encuentra su razón de ser, su vocación, su identidad”.

Insisto que la diócesis ha de propiciar y promover un conocimiento mayor y una escucha más atenta de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura; formar grupos de lectura orante y reflexión de la Palabra de Dios, impulsar la “lectio divina” en la diócesis y en las parroquias; formar grupos de animadores bíblicos a nivel diocesano y parroquial; crear un Centro diocesano de difusión bíblica y de formación de agentes diocesanos para este fin; ofrecer materiales idóneos; difusión de la publicación del “Evangelio de cada día”, que la mayoría de vosotros ya conocéis, y fomentar esta lectura en las familias; cuidar la Homilía dominical basada en las lecturas del día, en la Sagrada Escritura. Todo lo que hagamos en este sentido por el conocimiento, difusión y asimilación de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura será de gran fecundidad para la comunidad cristiana, que la consolidará en la fe, será lámpara que guíe sus pasos, la fortalecerá. Le dará vida, alegría y esperanza, razones para vivir y para amar.