Acaba de hacerse pública una nueva exhortación Apostólica del Papa Francisco: ‘Gaudete et exsultate’ (‘Alegraos y regocijaos’), ”sobre la llamada a la santidad en el mundo actual”. Algunos se han sorprendido. Uno me comentaba hoy mismo: “Este Papa siempre nos sorprende”. Y decía esto porque no se imaginaba que a estas alturas, con todo lo que está pasando en el mundo, este Papa, Francisco, cuando con todo su mensaje en palabras y hechos parece que se le encasilla únicamente en el ámbito del compromiso social, los pobres, los descartados, las periferias, etc., saliese por ahí: por la santidad, por la llamada a la santidad de los cristianos: ¿no hay algo más urgente de renovación? Yo me atrevo a decir, por el contrario, que esta Exhortación Apostólica es lo que mejor refleja a este Papa; así es Francisco, un Papa que vive la esencia de la vocación cristiana y de la Iglesia: la santidad. Un Papa que ha entrado en lo más nuclear y renovador del Concilio Vaticano ll que es el último Capítulo de la Constitución ‘Lumen Gentium’ sobre la vocación de la Iglesia a la santidad; pero eso se nos había olvidado, de eso no se ha hablado tras el Concilio ni se lo ha vuelto a mencionar apenas después. Y, además el Papa Francisco subtitula su Exhortación con estas palabras, “sobre la llamada a la santidad en el mundo actual; subrayo y destaco “en el mundo actual”, es decir, hoy, no saliéndose del mundo real, de la normalidad, de la vida de cada uno y de la totalidad de la “santa” Madre Iglesia que cobija y da calor a sus hijos pecadores, llamados también a ser santos en su seno.
Tendremos ocasión de volver una y otra vez a esta Exhortación que nos marca la meta a la que caminamos y el camino en el que nos encontramos. Este es el verdadero futuro, el auténtico horizonte, el único camino para que las cosas cambien en el mundo y en la Iglesia: la santidad. Ahora unas primeras reflexiones de urgencia. Vivimos tiempos en los que se necesita de una profunda renovación en la sociedad y en la Iglesia. Es tiempo de renovación, de la renovación suscitada por el Espíritu en el nuevo Pentecostés de la Iglesia que fue el Vaticano ll, que hemos de conocer mejor, aplicar en toda su extensión y profundidad y es muy esperada. Nos espera una apasionante tarea, que siempre será tarea de renovación. El camino cierto en el que ha de situarse esta renovación no es otro que el de la santidad. Hoy más que nunca es necesario hacer hincapié en esta urgencia, que es fundamento de toda la vida y obra de la Iglesia. Sin esto todo se desmorona, nada tiene consistencia. El Concilio Vaticano ll -nos lo recuerda el Papa- recordó y proclamó la vocación de todos los fieles cristianos, en la Iglesia, a la santidad. Aspecto fundamental, aunque a veces demasiado olvidado: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”, nos recuerda san Pablo. El capítulo V de la Constitución Lumen Gentium, centro de la enseñanza y de la renovación conciliar, como acabo de señalar, recuerda la vocación universal a la santidad en la Iglesia: Porque la Iglesia es un misterio o sacramento de Cristo, debe ser considerada como signo e instrumento de santidad. Todos los fieles cristianos, todos los bautizados, sin excepción alguna, estamos llamados a ser santos. Con todo derecho podéis y debéis reclamar que vuestro Obispo viva con gozo esta común vocación a la santidad y que impulse una pastoral de santidad, como tantas veces os he recordado a todos, a mí el primero.
Luz, vida y caminos de renovación
En los momentos cruciales de la Iglesia, han sido siempre los santos quienes han aportado luz, vida y caminos de renovación. También hoy que vivimos un tiempo crucial necesitamos santos, pedir a Dios con asiduidad santos, y ofrecer modelos de santidad, gente cercano, de al lado nuestro, normales, vecinos. Necesitamos convencernos de que ser cristiano es vivir la santidad que ya hemos recibido en el Bautismo; ser santo en la vida ordinaria es lo normal, o debiera ser lo común y normal. Santo es el que, auxiliado por la gracia divina que a nadie se le niega, vive la vida de las bienaventuranzas y actúa por la caridad; ser cristiano es identificarse con Cristo, vivir su vida, ser discípulo de Cristo, aprender de Él, parecerse a Él. ¿Cuál es el autorretrato que Jesús nos dejó de sí mismo, si no el que nos dejó en las bienaventuranzas? Por eso este camino es el más ordinario y común para vivir como cristiano; hemos idealizado este camino, como si fuese un camino sagrado, sublime, extraordinario, cuando es lo ordinario: ser cristiano, vivir la vida nueva de hijo de Dios recibida en el bautismo, es vivir la confianza de hijos, y eso son las bienaventuranzas, eso es ser hijo de Dios: lo más común que es lo que corresponde a ser bautizado. Eso es lo que nos dice el Papa, con la sencillez de un padre que quiere a sus hijos. Francisco viene a decirnos con esta Exhortación Apostólica que sigamos este camino sin miedo y temores, sin complejos. La vida entera de la comunidad eclesial, la de las familias cristianas, la de los Obispos, la de los sacerdotes, la de los laicos de cualquier clase o condición debe ir en esta dirección: la que lleva a la plenitud de la vida, de la vida humana, y a la perfección del amor, la conduce a ser y vivir como hijo con la sencillez de la confianza puesta en Dios.
Seguiremos otro día pero hoy desde aquí, desde esta página de PARAULA quiero decirle al Santo Padre: “¡Gracias, mil gracias! por esta Exhortación que reaviva en nosotros la llamada del Señor: “a ser santos e irreprochables por el amor”, como nos recuerda San Pablo. Esa sí que es la verdadera reforma y renovación que tanto necesitamos y esperamos. Esto cambiará el mundo y la Iglesia. Y sólo esto: el ser santos. ¡Atrevámonos a serlo!