La Palabra de Dios nos invita a estar vigilantes y activos en espera de la vuelta del Señor, Jesús, al final de los tiempos. Por eso la liturgia de la Iglesia el pasado domingo nos traía a nuestra contemplación y meditación, para que seamos consecuentes, la parábola de los talentos. El Evangelio nos habla de un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y encomendó su hacienda. Ése es el mismo Jesucristo que nos ha encomendado a nosotros, sus siervos, su hacienda, su tesoro, el Reino de Dios, para que lo hagamos fructificar; ese tesoro, esa hacienda, su amor y la obra de su amor, su salvación, es decir el reino de Dios, nos ha dejado y ha puesto en nuestras manos para hacerlo fructificar, para que rinda, como corresponde. Nos ha dejado su Palabra de verdad, de luz, de amor, nos ha dejado los sacramentos de la salvación: el Bautismo, la Penitencia, la Eucaristía; nos ha dejado su perdón y reconciliación para llevarlo a todos; nos ha dejado el Sacramento de la caridad, la Eucaristía, para que hagamos nosotros lo mismo amar como Él no ha amado; nos ha dejado la oración que Él mismo nos enseñó, que elevamos a Dios como hijos unidos en el Hijo. En una palabra nos ha dejado el reino de Dios, que es Él mismo, presente y vivo entre nosotros: nos ha dejado el don de la caridad para que pongamos sumo cuidado en ejercitarla y acrecentarla en toda acción que tengamos que realizar.
Hermanos: Acojamos y valoremos este don y pongámonos manos a la obra con toda responsabilidad antes de que llegue nuestro Señor de improviso y al pedirnos cuenta de nuestra gestión nos eche fuera por nuestra negligencia y comodidad. Acojamos la invitación a la vigilancia y a la responsabilidad. No seamos como el servidor holgazán y mezquino, miedoso y timorato, sino diligentes, valientes, sin ningún miedo y pongamos este don, este talento, cada uno según su capacidad, a trabajarlo y hacerlo fructificar. El Señor, cuando vuelva, quiere ver y nos pedirá los frutos. La caridad es el bien fundamental, que nadie puede dejar de hacer fructificar.
De esa caridad ~ amor por los últimos, por los pobres, seremos juzgados cuando El vuelva como Juez, así lo recordaremos el domingo próximo, último del año litúrgico, en que escucharemos que al final de nuestros días seremos juzgamos del amor, de nuestro amor. Sin el don de la caridad que hemos recibido, cualquier otro es vano. Sólo practicando la caridad podremos participar en la alegría de nuestro Señor, entrar en su gozo por ser fieles a lo que hemos recibido: amor, sólo amor, Dios mismo que es amor.
Como sabéis el Papa Francisco nos invita de una manera muy especial al ejercicio de la caridad instituyendo la Jornada Mundial de los Pobres, en la que el Papa quiere ayudarnos a tomar conciencia de las desigualdades existentes en nuestro mundo para combatirlas eficazmente con la armas de la caridad, de la solidaridad efectiva, con una fraternidad real que nos haga salir al encuentro de todos aquellos hermanos nuestros que se ven excluidos y olvidados, tirados en la cuneta de la vida y del progreso. El Papa nos proclama con fuerza que el grito de los pobres interpela nuestro corazón y nos sensibiliza a esta dimensión fundamental de la Iglesia que es su opción preferencial por los pobres. Esta opción preferencial por los pobres ha de marcar la acción pastoral de la Iglesia universal y de la Iglesia diocesana. Desde mi llegada a esta diócesis como arzobispo vengo insistiendo a tiempo y a destiempo en esta opción preferencial, como en la centralidad de Dios Amor, que en definitiva es hacer opción por la evangelización, por una evangelización nueva que, como su Señor, tenga como distintivo: «los pobres son evangelizados».
La situación social, cultural y económica por la que atraviesa el mundo, España, Valencia es dolorosa; ahí tenemos los datos de la realidad que constituyen una llamada apremiante a la conciencia de los católicos a nuestra solidaridad, a nuestra actuación, y a nuestra esperanza. Es necesario llevar a la conciencia de todos nuestro ser «samaritanos» en medio de las nuevas pobrezas. En esto hay que poner todo nuestro empeño. Nuestra diócesis, ha de llevar a cabo un importante esfuerzo por combatir las nuevas pobrezas, ayudar a superar el paro promoviendo iniciativas para crear empleo, y mostrar el rostro de una Iglesia que fiel a su Señor anuncia y testifica con obras y palabras el Evangelio de los pobres, y ofrece que es verdad su anuncio del Evangelio de la alegría, de la caridad y de la misericordia, porque que hoy, en Valencia, los pobres son evangelizados, los cristianos y las instituciones de Iglesia – todas- estamos en la vanguardia de mostrar verdaderos signos de caridad y justicia. Pido a toda la diócesis y que en toda la diócesis sean de verdad tiempos dedicados de manera muy preferencial el ejercicio de la caridad en todas sus dimensiones, también en su dimensión política. Se nos abre un gran panorama para ejercitar la señal que identifica a los cristianos: la caridad. Habremos de poner todo nuestro empeño en la imaginación y la creatividad de la caridad, tiempo para ejercitarnos en la caridad.
La economía diocesana, la de las parroquias, la de las instituciones eclesiales habría de situarse en el horizonte de la opción preferencial por los pobres y acomodarse a él.
¡Ánimo, hermanos! Trabajemos el talento de la caridad que se nos ha dado y fructifiquémoslo, no lo escondamos, ni tengamos miedos. Que se acabe entre nosotros una pastoral de mantenimiento, de dejar las cosas como están, en la inercia, y en la rutina, y aprestémonos a dar frutos, a crecer mediante la obra de evangelización, como nos pide el Proyecto Pastoral diocesano, que se distinga por la evangelización de los pobres y de los últimos. Escuchemos la voz del Señor, que nos llega tan vigorosa y clara por medio del Papa Francisco, y los gestos que él realiza, para que pongamos en práctica el evangelio de la caridad, porque nos apremia el amor de Cristo que se identifica con los pobres y los más desgraciados. Esta es la puesta en práctica de la actitud vigilan te y trabaj adora que reclama de los discípulos de Jesús, nosotros, el Evangelio o la parábola de los talentos.