Queridísimos hermanos y hermanas:
En el segundo domingo de mayo, con una alegría desbordante, que no cabía en nuestro pecho, celebramos la fiesta de la Mare de Déu dels Desamparats, la nostra Mareta i la Nostra Patrona. Fue una fiesta muy distinta a la de otros años, aunque eso sí, fiesta y alegría mezcladas con el dolor por las personas que han muerto víctimas de la pandemia del Coronavirus, con los muchos sufrimientos en familias y con muy serias preocupaciones por las crisis que se están acumulando, entre ellas, la económica que tantos desgarros y heridas va a producir o está produciendo ya, llamadas todas a nuestra caridad, solidaridad y a cumplir lo que María nos pide.


Reconozcamos que el día de la fiesta de la Mare de Déu este año ha sido “el día en que actuó el Señor”, una fecha histórica, y siguiendo el salmo expresemos que sea para todos”nuestra alegría y nuestro gozo”. Un día para que cantemos o sigamos cantando con la mejor de nuestras voces a la Santísima Virgen de los Desamparados. Un día para que no callemos, como los niños que, en Jerusalén, aclamaban a Jesús al entrar en aquella ciudad sobre un borriquillo, en la que se iba a consumar su pasión y su Cruz gloriosa. Un día singular para dar gracias por la Fe, que “en terres valencianes no mor”, precisamente, “per la Mare de Déu dels Desamparats”, como cantamos en el himno en su honor. Esa fe en Jesucristo, que por Ella conservamos y es nuestra mayor gloria, es hontanar y manantial inagotable de humanización verdadera de nuestro mundo y fuente y venero inextinguible de cercanía a todo desamparo y con los desamparados, que tienen nombres concretos y viven situaciones concretas, conocidas u ocultas: fe que es promesa de vida eterna.


¡Qué hermosa celebración de la Santa Misa, el domingo, en honor de María, nuestra Madre, en la Basílica, antigua real capilla, con la sola presencia de Obispos, de canónigos y de Capellanes de la Virgen, con tan excelentes voces cantada, y con tan espléndidos acordes de órgano acompañada, en tan profundo recogimiento, fervor y emoción. No era la multitud ingente de valencianos de otros años en la Plaza, o en el traslado, o en la procesión, sólo estaban allí los ya mencionados, ni tampoco había ni era posible el casi ingente número, lluvia copiosa, de pétalos que caían de lo alto a su paso. S in embargo, los valencianos, casi todos, estaban allí siguiendo por TV la santa Misa en sus casas con sus familias, rezando a la Mareta, diciéndole a Ella cosas muy bellas y dulces, hasta el punto que Valencia y pueblos de Valencia se habían convertido en un inmenso santuario dedicado a Nuestra Señora Madre de Dios y de los Desamparados, hecho de infinidad de capillas que son los hogares de las familias valencianas. Las flores, en un número incontable, brotaban de los labios valencianos con su sentida y honda plegaria y se arremolinaban con los deseos más hondos de los corazones valencianos, para depositarse a los pies de la que, familiar y cariñosamente llamamos, la Geperudeta atraídos por la mirada de los ojos misericordiosos de la que está mirando a los inocentes y desamparados de su imagen bella, que brilla con mágico resplandor en nuestro corazón y en nuestros ojos de hijos valencianos.


La eclosión llegó al final, cuando le abrimos las puertas de la Basílica a la imagen de la Virgen ataviada con su manto morado, conmemorativo de la gran misión de 1949, para asomarse a su ciudad, su casa, la de Valencia y sus pueblos y ver y bendecir a este pueblo suyo con el amor, el cariño filial que los buenos valencianos le profesan. Todo el mundo cantaba gozoso, lleno de alegría y júbilo, de devoción y afecto a su Madre, el himno a la Virgen; y después el Himno Regional Valenciano, como todos los años. ¡Qué entusiasmo, cuántas lágrimas de alegría, en aquellos momentos en los que Ella, María, se asomaba a su plaza desde su Casa!.


Lástima que después un Concejal del Ayuntamiento de Valencia “despistado”, que no está en la misma la pista de los valencianos, intentase romper la armonía, sembrar tristeza, romper el gozo. Pero la reacción o respuesta que ha provocado la ocurrencia ha sido colosal, maravillosa, por parte de los valencianos que tengo que agradecer y no tengo palabras para encomiarla: un verdadero milagro de María, en una fecha histórica. Qué testimonios tan bonitos y cuantísimos nos llegan ante la iniciativa de que la imagen de María de los Desamparados se asomase unos instantes a mirar a su pueblo, su ciudad, sólo unos minutos que parecían de eternidad y gloria, cargados de emoción que Ella nos regalaba, pero que son expresión de homenaje de toda Valencia, el que cada día se ofrece a la Virgen. No podemos silenciar el “homenaje de pur i ver amor” a la Madre de Dios y de los Desamparados, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos, vida y dulzura, esperanza nuestra. No puede haber mayor esperanza para los desterrados hijos de Eva que María, Virgen de los Desamparados, reina “del cel i la terra”. Ella vive con nosotros, sus hijos, porque, con Juan el Apóstol querido, la hemos acogido en casa. En el cielo tenemos una Madre, que es Madre de los Desamparados de la tierra, de nosotros afligidos que necesitamos amparo. El cielo está abierto, el cielo tiene un corazón. ¡Qué grande es Dios, qué grande ha estado con nosotros!.


Germans i germanes, confiem plenamente en la Mare de Déu, Mare del Desamparats: no s’ha sentit dir mai, que un a soles dels qui han acudit a sa protecció i li han implorant el seu socors, haja segut desamparat d’Ella. Per aixó, ¡A tu venim, Mare, Mareta, a que nos ampares ara i sempre i a l’hora de la nostra mort, especialment en els instants dificils de la nostra vida, en les dificultats grans del moment que vivim en les actuals circumstancies dificils de la nostra terra de València, sempre oberta a ofrenar noves glòries a Espanya, en un’hora crítica de la seua història.


¡Valencianos!, ¡gracias por vuestro testimonio tan grande y tan bello que estáis dando de vuestro amor y devoción pura y santa a la Mare de Déu! ¡Gracias por vuestras adhesiones y vuestras muestras de cariño y cercanía! La Virgen está con vosotros, yo también, junto a Ella, estoy con vosotros, y como Obispo y valenciano lo estaré mientras viva los años o el tiempo que Dios disponga, y desde el cielo, si me lo concede la infinita misericordia de Dios, seguiré estando con vosotros, al lado de nuestra Madre del cielo, siempre a vuestro lado, queriéndoos como os quiero. Rezad por mí, yo rezo por vosotros.


Y ahora permitidme que en este mismo número de Paraula os dé a conocer, porque debéis conocer lo que vuestro Obispo hace y dice, la “Carta a un concejal ‘despistado’”, a quien perdono de todo corazón y os ruego que vosotros hagáis lo mismo: perdonadle, aunque el perdón también reclama justicia, en la que se manifiesta la caridad.


Con la certeza de mi oración ante la Virgen, Mare de Déu i dels Desamparats, recibid un abrazo y mi bendición.