La sabiduría de un pueblo que elige el primer nombre que se da a María
Este domingo celebramos la fiesta de la Mare de Déu dels Desamparats. Cada vez que voy a la Basílica de la Virgen y contemplo la imagen me digo a mí mismo: ¡qué sabiduría la de este pueblo cuando ha sabido dirigirse a la Virgen invocándola así, Mare de Déu dels Desamparats! Mare de Déu, porque es el título del que derivan todos los demás, el título que se atribuyó oficialmente a María en el siglo V, en el Concilio de Éfeso del año 431, y que ya había ido consolidándose en el pueblo cristiano desde el siglo III, en el contexto de las fuertes disputas en ese tiempo sobre la persona de Cristo. Pero nuestro pueblo cristiano, aquí en Valencia, ha añadido también Mare de Déu dels Desamparats. Encuentra así para María la expresión que mejor la define, a la Madre de todo consuelo y de toda ayuda, a la Madre de todos, en cualquier necesidad que tengan, y, muy especialmente, a la Madre de los más pequeños, de los más desamparados, de los inocentes, de todos aquellos que se dirigen a Ella en su debilidad y en su pecado. Es la fuerza abierta de la bondad creativa.
Mare de Déu dels Desamparats que acoge, mira, ama y sana
Y cuando en Valencia la fe de los cristianos quiso encontrar la imagen que más y mejor expresase lo que es María para todos los hombres, eligió la que veneramos, una imagen que estaba en actitud de descanso y dormición, para ponerla en pie y que expresase que Ella mira fijamente a los hombres y mujeres que se acercan a su persona, que Ella ve sus situaciones y los momentos de sus vidas. En Ella Dios grabó su propia imagen, la de quien siguió a la oveja perdida hasta las montañas, espinos y abrojos en que pueda estar, para así tomar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa. Como Madre que mira a los hombres y ve las situaciones de desamparo en las que viven, se convierte en Madre de los Desamparados y, por tanto, en figura anticipada y en retrato permanente de su Hijo Jesucristo. ¡Qué fuerza tiene esta advocación de María! Es Madre que acoge, mira, ama y sana. Es Madre que, en su corazón ensanchado mediante el ser y sentir con Dios, se acerca a cada uno de nosotros para decirnos: sé valiente para dejarte guiar por Él, no tengas miedo, arriésgate desde la fe en Él, arriesga la vida con su bondad, compromete la vida en todas las situaciones que vive con los hombres con un corazón puro que nace de llenarse de la gracia de Dios.
A través de María, Dios nos manifiesta que está con nosotros
Nuestra Basílica de la Virgen nos manifiesta el grado de inculturación que tiene en nuestro pueblo. A la Basílica vienen todos los valencianos y no solamente ellos, pues llegan gentes de todos los lugares buscando la mirada de la Virgen, que es mirada de amor, de comprensión, de ayuda y de cambio de vida. De tal modo que María nos expresa, a través del templo en el que veneramos su imagen, que es como la morada en la que Dios nos manifiesta de una manera palpable y visible que ha venido a esta tierra. ¡Qué importante es que los humanos sepamos y tengamos la certeza de que Dios está con nosotros! Esta certeza nos la da María. El Evangelio de San Lucas nos da a entender, de diversas maneras, que María es la verdadera Arca de la Alianza, es decir, que la morada de Dios aquí en la tierra se realizó en María. Para mí siempre ha sido muy hermoso ver cómo es la Madre de Dios, María, la que se incultura: en cada pueblo tiene rostro específico, se acerca como Madre haciéndose cercana. Y es que todas las culturas han deseado que Dios habite entre nosotros, que se manifieste en medio de los hombres, de su historia, de sus situaciones. Y hay momentos de la historia como el que estamos viviendo, en que este deseo es más fuerte, tiene unas manifestaciones particulares y singulares. ¡Qué belleza adquiere María cuando la descubrimos como el ser humano que primero contempló la humanidad del Verbo encarnado! ¡Cómo se grabó en su mente y en su corazón la Sabiduría de su Hijo! Decir Mare de Déu dels Desamparats es expresar el deseo de que los hombres acojan la luz y la esperanza que se acerca a nuestras vidas de las manos de María. En este momento que vivimos, necesitamos luces de esperanza, es decir, necesitamos personas que reflejen la luz de Cristo. ¿Y quién mejor que María, que permitió que la esperanza de milenios se hiciera realidad y entrase en este mundo y en esta historia?
La imagen de la Virgen de los Desamparados expresa y está llena de ternura
¿Os habéis dado cuenta de que el primer ser humano que conoció el rostro de Dios fue María? El Apóstol San Pablo en la Carta a los Gálatas nos dice: “Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gál 4, 4). ¡Cómo nos envuelve el misterio de Dios! El rostro de Dios tomó rostro humano, dejándose ver y conocer en el hijo de la Virgen María, a la que precisamente por eso veneramos con el título más grande, Madre de Dios. Ella, que conservó en su corazón el secreto de la maternidad divina, fue la primera en ver el rostro de Dios hecho hombre en su vientre. Todos nosotros sabemos que la madre tiene una relación especial, única y, en cierto modo, exclusiva con el hijo recién nacido, pues el primer rostro que el niño ve es el de su madre, y esta mirada es decisiva para su relación con la vida, consigo mismo, con los demás y con Dios. Entre las múltiples imágenes que vemos de la Virgen María, nosotros aquí en Valencia veneramos una llena de ternura que me recuerda esa tipología de iconos de la tradición bizantina llamada también de la “ternura”. Y es que en esta imagen de la Mare de Déu dels Desamparats, a diferencia de estos iconos que muestran a Jesús con el rostro apoyado en la mejilla de María, vemos a María que ofrece a los hombres a Jesús, sosteniéndolo en sus manos. A su vez, Él, en una de sus manos, muestra una cruz que expresa hasta dónde va a llegar por amor a los hombres. Finalmente María, mirando fijamente a cada hombre o mujer que la contempla, expresa que todo lo humano alcanza su plenitud, su curación auténtica y su luz verdadera en Jesucristo.
El sí de María y su canto del Magníficat debe ser tu sí y tu canto
¡Qué hondura adquiere el sí de María para todos los hombres! Su sí, es el sí de todos los hombres a Dios. Conviene contemplar cómo el Espíritu que “vino sobre María” (cf. Lc 1, 35) es el mismo Espíritu que aleteó sobre las aguas en los albores de la creación. Y todo esto nos recuerda que la Encarnación fue un nuevo acto creador. Cuando Nuestro Señor Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María, Dios se unió con nuestra humanidad creada, entrando en una nueva relación permanente con nosotros e inaugurando la nueva creación. De tal manera que María representa a toda la humanidad cuando habla por todos nosotros y responde con un sí a la invitación que, a través del ángel, le hace Dios: nada más ni nada menos que prestar la vida entera para dar rostro humano a Dios. ¡Qué maravilla produce el sí de María! Produjo algo indescriptible, la unión nupcial entre Dios y la humanidad. El sí de María es la puerta por la que Dios pudo entrar en este mundo y hacerse hombre. María, con su sí, se involucra en el misterio de la Encarnación y de nuestra salvación. Es un sí a Dios que dice desde la fuerza que Ella tiene al haberse dejado penetrar por la Palabra de Dios. En el canto del Magníficat vemos el retrato del alma de María, pues es un canto tejido con textos de la Palabra de Dios, que nos pone de relieve que es la Palabra de Dios su propia casa, de la cual entra y sale con toda naturalidad.
Con gran afecto, os invito a vivir esta fiesta de María y os bendigo.