En estos días, cuando celebramos la Navidad, descubrimos que lo que estamos celebrando es la presencia de Dios que ha querido estar con nosotros para regalarnos la salvación. ¡Qué hecho histórico más trascendente el que sucedió hace más de dos mil años en Belén de Judá! Es un tiempo oportuno para contemplar y descubrir al Dios verdadero. Pues en el Niño nacido de la Virgen María, la historia nos hace reconocer al Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros. En ese Niño nacido de María, se nos manifiesta y revela el verdadero rostro de Dios. No es el Dios que se revela con la fuerza o con el poder, en la distancia y la lejanía, sino en la debilidad y la fragilidad, en la humildad y la sencillez, en el encuentro y la inclusión de todos los hombres. Y toma rostro en un niño recién nacido. ¡Qué fuerza de convicción tiene Dios, que se acerca tanto a los hombres que lo hace en un niño! Os invito a que cuando os acerquéis todos al Belén más cercano que tengáis, ya sea en vuestras casa o en cualquier templo al que entréis, al contemplar al Niño Jesús, veáis el verdadero rostro de Dios que, haciéndose un Niño por nosotros nos muestra, en su máxima explicitud, la fidelidad que Dios tiene con todo ser humano y la ternura de un amor sin límites con la que Dios nos rodea a cada uno de nosotros.
¿Cuál es la razón por la que nosotros hacemos una fiesta en Navidad? Para vivir la experiencia que tuvieron los pastores de Belén y los Magos. Unos, que no eran bien recibidos en la sociedad de su tiempo, vivían y dormían a cielo raso, y los otros, que buscaban la verdad en lo más profundo de su corazón, se dejaron guiar por la estrella. Ellos nos representan a todos los hombres que deseamos vivir el encuentro con Dios que nos cura y nos salva, que nos da metas y dirección, que nos propone caminos y trabajos, que cambia el corazón si le admitimos en nuestra vida, que recrea en nosotros lo que Él mismo hizo: construir la cultura del encuentro con todos los hombres, en la que nadie sobra, la cultura que no descarta a nadie sino que incluye a todos. De tal manera que encuentro e inclusión van unidos. Los que más necesitan son los primeros para nosotros. Por eso se hizo Dios Niño. En un recién nacido, estábamos todos los hombres y mostrándose débil nos mostró cómo los niños, los enfermos, los pobres, los que no tienen la dignidad que todo ser humano debe tener y que debemos reconocer, cuentan con ella por ser imagen y semejanza de Dios mismo.
La alegría de la Navidad debe ser transmitida a todos los hombres. Es la alegría que nace de un Dios que quiere establecer amistad con el hombre. Y lo quiere hacer no desde el sometimiento y la esclavitud, sino desde una libertad expresada con obras en las que desea decirnos lo que nos quiere y quienes somos, haciéndose uno como nosotros y pasando por todas las circunstancias por las que tiene que pasar el ser humano menos en el pecado. Su grandeza está en la humildad que manifiesta para divinizarnos a los hombres. En el Niño de Belén nos revela su infinita bondad: es tan bueno que renuncia a su esplendor divino y desciende a un establo para que podamos encontrarlo todos los hombres. De tal manera que su bondad nos toque, se nos comunique y siga actuando en este mundo a través de todos nosotros. Se acerca así, como Niño, para que podamos estar con Él y podamos ser semejantes a Él. El signo que ha elegido es nacer y estar en un pesebre. Él es así y nos da la gracia de poderlo conocer más, viendo los destellos de amor que nos regala, que son tan fuertes que cuanto más lo acercamos a nuestra vida, más cambia nuestro corazón y más semejante se hace a Él. Esto es lo que hace que cambie todo lo que a nuestro alrededor está. Esto es lo que hicieron los santos, acercarse al amor de Dios y dejarse empapar la vida por este amor. Quienes vivieron con ellos, notaban los efectos de ese amor, no solo por las palabras que decían sino por las manifestaciones de las obras que realizaban.
La Navidad es la fiesta de la luz y de la paz, es la fiesta de alegría y del asombro que se expande por todo el universo porque “Dios se ha hecho hombre” en el humilde portal de Belén y se acerca a todos, nos interpela y nos invita a renacer en Él. ¡Qué maravilla! Dios nos regala su tiempo. Dios no está lejos. Dios no es un desconocido. Dios no es inaccesible a nuestra vida y a nuestro corazón. ¡Qué hondura alcanza el desbordamiento que realiza su amor por nosotros! Viene como Niño indefenso para que podamos amarlo, acogerlo en nuestra vida. Qué expresión más bella me decía un niño el domingo pasado en la catedral después de bendecir al Niño Jesús que traían los niños para ponerlos en el Belén de sus casas, cuando le pregunto al retirarme a la sacristía: “¿A quién llevas en tus manos?” Con firmeza y con certeza me dice: “llevo a Dios en mis manos”. Sí. Así es Dios: se acerca a nosotros y nos tiene tanto amor, que lo quiere demostrar hasta poniéndose en nuestras manos. ¿Sabéis que regalo debemos dar a los demás siempre? El mismo que Nuestro Señor Jesucristo nos hace: su amor. Lo que más necesitan los hombres y mujeres de este mundo es el amor mismo de Dios. Pues ese amor es el que elimina las rupturas, los enfrentamientos, las rivalidades, los egoísmos, los olvidos de los otros, las exclusiones por motivos diversos. Ese amor es el tiene que tocar nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Por ello, la Navidad es una invitación a abrir nuestro tiempo a Dios, a dejar a Dios que nos abra nuestra vida a todos los hombres sin excepción.
La Navidad es la invitación a anunciar en medio de este mundo la noticia más importante: que Dios bajó del cielo como Salvador, que ha nacido para nosotros en Belén, que su presencia inundó con una ola de ternura y esperanza esta tierra, que su nacimiento nos llena de ánimo, de necesidad de intimidad y de paz, que contemplando al Niño nacido en Belén estamos contemplando a Aquél que se despojó de su gloria divina para hacerse pobre y moverse por amor al hombre. ¡Qué asombro! El Niño nacido en Belén, que es Dios y Hombre verdadero, entra en la historia de cada persona que vive en la faz de la tierra y se nos descubre y revela como el único Salvador de los hombres y de toda la humanidad. A este Dios que nos quiere tanto y que lo ha manifestado haciéndose hombre y acercándose a nuestra vida, haciéndose tiempo y entrando en nuestra historia, le pedimos en esta Navidad que nos salve de las guerras y de los conflictos que devastan tantas vidas, de todos los terrorismos, de toda clase de violencias que torturan a tantos hombres y mujeres en esta tierra, y le pedimos que nos salve del desánimo que genera miedos y capacidad de entrega a los demás.
¡Qué hondura y profundidad acontece en la existencia del ser humano y en esta historia con el Niño de Belén! “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tito 2, 11). ¡Qué misterio inescrutable esconde la humildad de este Niño! Os invito a estar junto a Él en silencio y adorándole, pues viene a traernos la paz, viene a hacer de los hombres un pueblo “dedicado a las buenas obras” (Tito 2, 14). Él se hace hombre para abrazarnos y querernos, haz tú lo mismo: abrázale y quiérele, así se hará posible que descubras el sentido auténtico que tiene la existencia humana, que es “llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa” (Tito 2, 12).